COLUMNISTAS
Historia y legado

La República extraviada

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Argentina 1985. “Película imprescindible y bienvenida en un país de memoria breve y sesgada”. | cedoc

Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie”. Esta frase emblemática de la novela El gatopardo quedó como símbolo de esa obra extraordinaria publicada recién tras la muerte de su autor, Giuseppe Tomasi, príncipe de Lampedusa (1896-1957). Allí di Lampedusa, nacido en Palermo, narra el ocaso de la aristocracia siciliana hacia finales del siglo XIX, mientras Garibaldi promueve la unificación de Italia. El relato plasma esa decadencia a través de las peripecias de la familia de Fabricio Corbera, príncipe de Salina, patriarca católico y borbónico que se resiste al oportunismo de su sobrino, Tancredi Falconeri, quien promueve la alianza con las fuerzas de Garibaldi. “Un Falconeri debe estar a nuestro lado, por el rey”, sentencia el Príncipe. “El rey, repite Tancredi, ¿pero qué rey?”. Luego advierte a su tío: “Si allí (se refiere a Garibaldi) no estamos también nosotros, esos te endilgan la República. Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie. ¿Me explico?”.

La República era la amenaza que se cernía. El fin, al menos teórico, de los privilegios de una clase. Un sistema de gobierno que encarnaría los ideales democráticos liberales que se expandían por Europa y Occidente a partir de la Revolución Francesa. “Una forma de organización de la sociedad y del Estado en la que el poder pertenece a todos, al menos de derecho, y se ejerce, al menos en principio, en beneficio de todos”, según la define hoy el filósofo francés André Comte-Sponville en su Diccionario Filosófico. Tancredi veía inevitable ese advenimiento, pero más flexible, cínico y oportunista que su tío, entendía que en el nuevo régimen se podrían encontrar las fisuras a través de las cuales preservar lo esencial del status quo.

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En Argentina, 1985, película imprescindible y bienvenida en un país de memoria breve y sesgada y de gran facilidad para las antinomias y poca ductilidad para los acuerdos que integren diferencias sin disolverlas (ciertas críticas al film confirman esta incapacidad), hay una escena que acaso pase inadvertida para muchos entre tanto poderoso material testimonial referido específicamente al desarrollo del juicio. En esa escena el fiscal Julio Strassera (Ricardo Darín, en un trabajo de orfebre, hecho de inspiradas sutilezas) regresa de un breve encuentro privado con el presidente Raúl Alfonsín. En una también breve charla con su esposa (interpretada con inteligente sensibilidad por Alejandra Flechner) relata aquella conversación. Ella quiere saber si el Presidente le puso condiciones, si lo conminó a tomar, o a no tomar, ciertas decisiones respecto de los acusados, y el fiscal le dice que no, que simplemente lo felicitó y lo instó a hacer su trabajo. “Perfecto, responde ella, división de poderes”.

Si el juicio a los asesinos que integraron el gobierno militar es acaso el legado más precioso y trascendente que Strassera, Moreno Ocampo y aquel equipo de jóvenes debutantes apasionados por la Justicia (pasión ejemplar para un tiempo de juventudes sin brújula o con compromisos leves y fugaces, como el actual) dejaron no solo a la sociedad argentina, sino también al mundo, esa frase de la película que debiera ser recogida y amplificada porque, de manera breve, asertiva y concluyente define un propósito con el que Alfonsín había soñado y que los gobiernos posteriores se empeñaron en postergar y, peor aún, en desvirtuar. La implantación de la República, el funcionamiento pleno de sus poderes y el respeto de la independencia de estos. Con una Justicia servil, acomodaticia e injusta (valga la paradoja) y un Poder Legislativo poblado de escribanos al servicio del Ejecutivo, y con este último poder usado para acumulación de botines y negocios y para atar a su carro a los otros dos, la idea de República se esfuma. Solo queda una repetición mecánica (abrumadora por su frecuencia) de votaciones, expresión de una democracia débil en la que la multitud (no el pueblo en su acepción pura) consagra gobiernos cada vez más alejados de la utopía entrevista en aquellos meses de 1985. Y se desentiende de ellos mientras queda a su merced.

*Escritor y periodista.