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La tumba del Leviatán

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LEVIATÁN. Título del clásico tratado de Thomas Hobbes publicado por primera vez en 1651. | CEDOC

Al parecer, el Leviatán, ese legendario y temible monstruo de oscuros orígenes, murió en la Argentina. Mencionado varias veces en la Biblia como creado por Yahvé (Jehová), Dios único que vino a poner fin al politeísmo y a las idolatrías, el Leviatán era una gigantesca serpiente de bellísima piel, con reminiscencias de dragón, que echaba fuego por las fauces y dominaba la vida en el mar. Había sido creado, cuenta la leyenda, junto a Behemot, que reinaría en la tierra, y a Zis, que lo haría en el cielo, aunque, a diferencia de él, estos dos últimos eran pacíficos. De acuerdo con el relato bíblico, fue su propio creador quien venció al Leviatán y su carne sería servida en el Día del Juicio Final.

En esta criatura se inspiró el inglés Thomas Hobbes (1588-1679), padre de la filosofía política, para su metáfora sobre el Estado y la necesidad de su existencia como ordenador y preservador de la vida y la convivencia humana. Leviatán es, precisamente, el título del clásico tratado, publicado por primera vez en 1651 y objeto de innumerables traducciones y ediciones desde entonces hasta hoy, en el que Hobbes desarrolla y fundamenta su teoría. A lo largo de casi 600 páginas plantea (todo lo contrario de lo que haría el suizo Jean-Jacques Rousseau un siglo después) que no existe el altruismo natural, que el ser humano es rapaz por naturaleza y que pone su propio interés por delante de todo y de todos. Eso produce una actitud permanente de guerra y enfrentamiento, una ambición voraz por el dominio y el poder, la búsqueda de imponer las propias ideas como única verdad. Librado a su naturaleza, el hombre es lobo del hombre, señala Hobbes en una frase impresa para siempre. Por eso la ética, la moral y la justicia son necesarias para que sea posible la construcción de una sociedad y la convivencia en ella. Pero, por sobre todo, es necesario un árbitro implacable que supervise la vigencia de aquellas, un riguroso impositor de la ley, que no esté en connivencia con ningún sector. Un temible Leviatán capaz de garantizar el pacto social que haga posible la preeminencia del interés común por sobre el individual o sectorial: el Estado. 

Las canchas embarradas

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En su momento, Hobbes denunciaba la connivencia de la Iglesia con los imperios y las monarquías, y proponía (aun siendo creyente) un Estado laico, que podía tomar la forma de tres tipos de gobierno. Monarquía, aristocracia o democracia. Estaba convencido de que el ser humano era una criatura perfecta, que no necesitaba de la intervención divina para regir su vida, pero sí de una inflexible imposición de la ley para certificar la seguridad de todos los miembros de la sociedad. A favor de la propuesta de Hobbes, la diversidad de la fauna humana hace necesaria la presencia de un articulador de ideas, intereses y propósitos diferentes. De eso trata la política y de ahí deviene la necesidad del Estado en las sociedades que evolucionan más allá de lo tribal. 

Esa idea se pervierte cuando un grupo accede al Estado para convertirlo en su botín (como viene ocurriendo en la Argentina) o cuando otro grupo pretende que este no intervenga ni ponga límites a su voracidad, aunque esta genere obscenas desigualdades en el cuerpo social (como ocurre en la Argentina). Cada uno de estos grupos, a su manera, dispara todo tipo de falacias para justificar o cubrir sus intenciones. Mientras tanto, hoy y aquí el Leviatán es descuartizado y todos comen de su carne, anticipándose incluso al bíblico Día del Juicio. Fábricas, escuelas y calles tomadas, bárbaras invasiones de propiedades estatales y privadas en el sur, burlas y transgresiones a la ley, engorde ilimitado de la obesa y parasitaria burocracia estatal (que no deja de incorporar ñoquis), pase libre para el narcotráfico (con complicidades políticas, policiales y judiciales), diversas manifestaciones de violencia, privada y pública, individual y colectiva, desmadre económico terminal, festival de impunidades, anomia endémica. Al final, un Estado fallido es más que eso. Es el momento inicial, y avanzado, de un país inviable. Es la tumba del Leviatán.

*Escritor y periodista.