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El odio y la justicia

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Violencia. Cuando se acusa al que opina diferente, se elimina toda posibilidad de debate. | NA

Hace tiempo que en las interacciones sociales se perdió la capacidad de argumentar. Instalada la cultura de la polémica, como la llama la lingüista estadounidense Deborah Tannen, no hay espacio ni tiempo para escuchar a quien piensa diferente ni para confrontar las distintas visiones fundamentándolas. Dice Tannen en su libro La cultura de la polémica que se valora la agresividad como táctica y se la favorece en detrimento de los resultados. “Parece que estamos más interesados en desplegar nuestra capacidad agresiva que en zanjar una cuestión”, escribe. Nada más alejado de lo que sostenía el educador y filósofo John Dewey (1859-1952): “La democracia empieza con la conversación”. Como se sabe, nadie conversa solo, se necesita de un interlocutor y al aceptarlo se lo valida, se le reconoce existencia y derecho a argumentar, bases del respeto.

Cuando se acusa al que piensa y opina diferente de instalar “el discurso del odio”, se elimina toda posibilidad de debate, y quien lanza esa acusación se proclama a sí mismo, de modo directo o indirecto, como poseedor del “discurso del amor”. En este pensamiento binario el “amor” proviene de quienes coinciden con él y el odio de quienes lo cuestionan. Una dualidad simplificadora que exime de pensar, algo a lo que, según señalaba Bertrand Russell (1872-1970), muchos humanos suelen temer más que a la muerte. Es que pensar significa comparar, dudar, discernir, investigar, comprobar, rectificar. Y conlleva un riesgo esencial. El de estar equivocado, tener que reconocerlo y modificar opiniones y creencias propias. Es demasiado para quienes no tienen el hábito y por lo tanto no desarrollaron la capacidad de ensanchar y flexibilizar los horizontes mentales en lugar de mantenerlos estrechos y rígidos.

Las canchas embarradas

La instalación de la muletilla del “discurso del odio” (flamante creación del departamento de marketing kirchnerista) ofrece un nuevo mantra para quienes gustan repetir fórmulas preelaboradas que dispensen del temor y el riesgo del que hablaba Russell. Y como se trata de una característica humana, no faltan del otro lado de la grieta los que actúan en espejo y con sus dichos y actitudes ofrecen muestras que confirman a los fanáticos en sus creencias. Hasta para un autopublicitado profesor de Derecho, como el actual delegado de la vicepresidenta en el cargo de presidente, parece entonces más cómodo repetir el eslogan del odio que arriesgarse al debate de buena fe, con las argumentaciones que este exige. Pero resulta que el odio, tan mentado en estos días, nunca está en una sola cara de la moneda, como bien lo sabía el escritor alemán Herman Hesse (1877-1962): “Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros”. Y en esta línea cabe también recordar la advertencia de Jean Paul Sartre acerca de que una vez que se instala la noción de odio, esta se expande como una mancha que afecta a todos. Quien quiera jugar irresponsable y livianamente con la idea de que el otro es quien odia debe hacerse responsable de la mecha que enciende.

En una entrevista publicada en las vísperas de la Navidad de 1951 en Le Progrès de Lyon, Albert Camus (1913-1960), un gigante moral del siglo veinte, afirmaba que “no se puede odiar sin mentir. E inversamente, no se puede decir la verdad sin sustituir el odio por la compasión”. Dado que, además, odio e injusticia se siembran en campos contiguos, Camus agregaba: “La justicia consiste, en primer lugar, en no llamar ‘mínimo vital’ a lo que apenas si basta para hacer que viva una familia de perros, ni emancipación del proletariado a la supresión radical de todas las ventajas conquistadas por la clase obrera desde hace cien años”. Oportuno recordatorio para quienes creen que la justicia es simplemente una herramienta manipulable desde el poder para asegurar la impunidad de quienes deben responder por graves actos de corrupción. Y que, en caso de no poder ser manipulada o amedrentada, debe ser simple y llanamente desconocida. Quizás es tiempo de que, antes que hablar de odio, haya que hablar de justicia, porque aquel fermenta en la ausencia de esta.

*Escritor y periodista.