Fue una revelación cuando Thomas Piketty y sus colegas mostraron que la verdadera gran noticia en el aumento de la desigualdad son los ingresos del ahora famoso “1%”, y de grupos aún más reducidos. Este descubrimiento llegó con una segunda revelación: la llamada segunda “edad chapada en oro”, que podría haber parecido una exageración, en realidad estaba lejos de serlo. Particularmente en Estados Unidos, la proporción del ingreso nacional que se concentra en ese 1% ha delineado un gran arco en forma de U. Antes de la Primera Guerra Mundial, el 1% recibía alrededor de la quinta parte de los ingresos totales, tanto en Gran Bretaña como en Estados Unidos; hacia 1950 esa proporción se había reducido en más de la mitad. Sin embargo, a partir de 1980 el 1% ha visto cómo su parte del ingreso vuelve a aumentar, y en Estados Unidos ya recuperó los niveles de hace un siglo.
Aun así, ¿es cierto que la élite económica de hoy es muy diferente de la del siglo XIX? En aquel entonces, la gran riqueza solía ser heredada. ¿Acaso la élite económica de la actualidad no se ha ganado su posición? Pues bien, Piketty nos dice que esto no es tan cierto como podríamos pensar, y que en todo caso la situación podría no resultar tan duradera como sí lo fue la de la sociedad de clase media que se desarrolló durante la generación posterior a la Segunda Guerra Mundial. La gran idea detrás de El capital en el siglo XXI es que no sólo hemos retrocedido a los niveles de desigualdad de ingresos del siglo XIX, sino que estamos en el camino de regreso al “capitalismo patrimonial”, en el que los puestos más altos de la economía no están bajo el control de individuos talentosos, sino de dinastías familiares. (...)
¿Qué sabemos acerca de la desigualdad económica y de cuándo data ese conocimiento? Hasta antes de que la revolución de Piketty se extendiera por el campo, la mayor parte de lo que sabíamos acerca de la desigualdad de ingresos y de riqueza provenía de encuestas, en las que a hogares elegidos al azar se les pedía llenar un cuestionario; sus respuestas eran posteriormente computadas para producir un retrato estadístico del conjunto. El patrón de referencia internacional para este tipo de investigaciones es la encuesta anual realizada en Estados Unidos por la Oficina del Censo. La Reserva Federal también implementa una encuesta trienal de distribución de la riqueza.
Estas dos encuestas son una guía esencial para comprender la forma cambiante de la sociedad estadounidense. Entre otras cosas, desde hace tiempo han apuntado hacia un cambio drástico en el proceso de crecimiento económico de Estados Unidos, un cambio que comenzó alrededor de 1980. Antes de eso, las familias de todos los niveles sociales veían cómo sus ingresos aumentaban más o menos en la misma medida en que crecía la economía en su conjunto. Sin embargo, después de 1980 la mayor parte de las ganancias se dirigió al extremo superior de la distribución del ingreso, mientras que las familias situadas en la mitad inferior comenzaron a rezagarse. (...)
En particular, ahora sabemos que Estados Unidos registra una distribución de ingresos mucho más desigual que otros países avanzados y que gran parte de esta diferencia puede atribuirse directamente a la acción gubernamental. Las naciones europeas en general tienen ingresos muy desiguales en lo que a la actividad del mercado se refiere, igual que Estados Unidos, aunque posiblemente no en la misma medida. Sin embargo, llevan a cabo una redistribución a través de impuestos y transferencias mucho mayor que la de Estados Unidos, lo que da como resultado una menor desigualdad en los ingresos disponibles. (...)
Piketty arroja el guante intelectual ya desde el propio título de su libro: El capital en el siglo XXI. ¿Acaso a los economistas todavía se les permite hablar así? No es sólo la obvia alusión a Marx lo que vuelve este título tan sorprendente. Al invocar el capital desde el principio, Piketty rompe filas con la mayoría de los debates modernos sobre desigualdad y se remonta a una tradición más antigua.
La suposición general de la mayoría de los investigadores de la desigualdad es que el ingreso obtenido –por lo general, los salarios– es el protagonista, y que el ingreso proveniente del capital no es ni importante ni digno de análisis. Piketty muestra, en cambio, que aún hoy en día son los ingresos provenientes del capital, y no los salarios, los que predominan en la parte superior de la pirámide. También muestra que en el pasado –durante la Belle Epoque europea y, en menor medida, en la “edad chapada en oro” de Estados Unidos– la apropiación desigual de los bienes, y no la paga desigual, fue el principal impulsor de las disparidades.
En ocasiones, Piketty casi parece ofrecer una visión determinista de la historia, en la que todo fluye a partir de las tasas de crecimiento de la población y el progreso tecnológico.
En realidad, El capital en el siglo XXI deja claro que la política pública puede producir una diferencia; que incluso si las condiciones económicas subyacentes apuntan hacia la desigualdad extrema –lo que Piketty llama “un cambio de dirección hacia la oligarquía”–, esta tendencia puede ser detenida y aun revertida si la clase política así lo decide. (...)
Piketty termina El capital en el siglo XXI con un llamado a las armas; un llamado, en particular, a gravar el capital –mundial de ser posible– para frenar el creciente poder de la riqueza heredada. Es fácil mostrarse escéptico ante la posibilidad de que algo así suceda, pero sin duda el magistral diagnóstico de Piketty de dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos la hace más probable y convierte a El capital en el siglo XXI en un libro muy importante en todos los frentes. Piketty ha transformado nuestro discurso económico: nunca más hablaremos de la riqueza y la desigualdad de la misma forma en que solíamos hacerlo.
*Profesor de Economía en Princeton y Premio Nobel de Economía en 2008. / Fragmento de El libro de Thomas Piketty que sacude el debate económico, publicado en el Nº 1 de Review. Revista de libros (Editorial Capital Intelectual).