César Brie vino a perturbar la vasca calma del Festival de Bayonne. César, que es argentino, vive y trabaja desde hace años con el mítico Teatro de los Andes en las afueras de Sucre, y resulta que fue involuntario testigo de la masacre de “campesinos” a manos de los fascistas de Sucre (los separatistas anti Evo). El iba a filmar a su hijita que bailaba en el acto de la independencia, y en cambio su video (ahora en YouTube, garante universal de justicia) terminó siendo la prueba en los juicios a los fascistas. El relato es escalofriante; me desvío apenas hacia una obvia observación lingüística. Se los atacó premeditadamente por ser indios, pero como la palabra “indio” es ofensiva en tierra boliviana, se los llama “campesinos”. Allá cada comunidad lingüística con sus aberraciones; en EE.UU. es ofensivo llamar “negros” a los negros. Los no-indios bolivianos no se llaman “blancos”, ni “persona” (como se designan los lapones mientras los demás los llaman “esquimales”), sino que eligen llamarse “cívicos”. Afirman que el asalto no tiene perfil racista, ya que no mataron a los “campesinos”, sólo los desnudaron, los humillaron, y los aplastaron contra la tierra.
Ahora estos mismos “cívicos” amenazan de muerte a César y a su familia. Brie, exiliado en Bolivia durante el proceso militar argentino, ahora sigue los juicios desde Italia, nuevamente exiliado para proteger a los suyos. Los fascismos de Honduras y Bolivia ejercen arrogantes su ignorancia. Si uno empieza por matar al vecino por su color de piel (un color que no tiene por qué tener nombre definido) después confundirá el resto de las palabras tanto como para llamarse a sí mismo “cívico” y así es también como una dictadura militar se llama “proceso”, o el apoyo a la oligarquía campera: “cacerolazo”.