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La tirada de tu dado

¿Con qué derecho exigirle a Barthes –o a cualquier autor– que escriba sobre todo lo que uno quiere que escriba?

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Recurro a Fragmentos de un discurso amoroso, de Barthes, buscando la entrada “Extrañar”. Pero no la encuentro, no existe. Me enojo entonces con Barthes, pero rápidamente se me pasa el enojo. ¿Con qué derecho exigirle a Barthes –o a cualquier autor– que escriba sobre todo, sobre todo lo que uno (es decir, yo) quiere que escriba? Podría apelar al derecho que me da estar en situación de extrañar, pero no creo que sea pertinente y, además, no tiene solución: ese fragmento nunca será escrito. Escrito está, por Barthes, una entrada relativamente cercana, la de “Espera” que, no hace falta decirlo, no es lo mismo que extrañar: “¿Estoy enamorado? Sí, porque espero”, escribe, y antes dice: “La espera es un encantamiento: recibí la orden de no moverme. La espera de una llamada telefónica se teje así de interdicciones minúsculas, al infinito, hasta lo inconfesable: me privo de salir de la pieza, de ir al lavabo, de hablar por teléfono incluso (para no ocupar el aparato); sufro si me telefonean (por la misma razón); me enloquece pensar que a tal hora cercana será necesario que yo salga, arriesgándome así a perder el llamado bienhechor”. 

Decepcionado, es decir, entusiasmado, dejo el libro de Barthes en cualquier lugar de la biblioteca, como suele ocurrirme a esta altura de la biblioteca, y cae justo al lado de los libros de Jaime Gil de Biedma y de Gabriel Ferrater, mis dos poetas catalanes favoritos, por no decir dos de mis poetas favoritos tout court. Barcelona no sería lo que es –o lo que fue– sin ellos. Casi al azar (digo casi, porque sé que en Las personas del verbo tenía que haber algo) releo un poema de Gil de Biedma llamado “Idilio en el café”: “Ahora me pregunto si es que toda la vida/ hemos estado aquí/ Pongo, ahora mismo,/ la mano ante los ojos –qué latido/ de la sangre en los párpados– y el vello/ inmenso se confunde, silencioso,/ a la mirada. Pesan las pestañas// No sé bien de qué hablo/ ¿Quiénes son,/ rostros vagos nadando como en un agua pálida,/ éstos aquí sentados, con nosotros vivientes?/ La tarde nos empuja a ciertos bares (…)// Ven. Salgamos afuera. La noche. Queda espacio/ arriba, más arriba, mucho más que las luces/ que iluminan a ráfagas tus ojos agrandados./ Queda también el silencio entre nosotros,/ silencio/ y este beso igual que un largo túnel”.

Después voy a Mujeres y días, de Ferrater, escrito en catalán, pero que leo traducido al castellano, y vuelvo a un poema titulado “Reír”: “Tu beso dentro de mi beso,/ ágil amor, como el viejo/ de la mar que desespera/ la llave confusa con que le aprietan/ los brazos interrogantes/ Miel o tabaco, ginebra o sal, áspero limón limpio,/ o la última fruta interna/ de carne, dentro del jardín cerrado/ donde se entra sin renombre/ (empresa toda furtiva: delicia que no quiere proclamarse)./ ¿Cuál es el gusto de tu beso?/ Y ahora, amor, este tu beso/ (otra leyenda) se me muda/ hasta la raíz de la naturaleza./ Tiembla, me olvida, el dulce/ tacto se me escurre impaciente/ y una risa, gozo inquieto/ brota profuso y rebrota/ y me echa ramas dentro de la boca:/ fresco amargor de laurel,/ verde rumor aéreo./ Déjame reír a mí, amor./ Cuento en toda partida/ y me sé la ganancia, ¿y qué haría/ de una juventud mía?/ La tuya es la que más vale./ Compadecido de sí mismo,/ hace de mal mudar mi beso./ Cambia, que ruedo contigo/ y es mía toda la tirada de tu dado”.