COLUMNISTAS
la mirada DE ROBERTO GARCIA

La venganza y el poder

Un símbolo de los tiempos argentinos: Pinky le tomó juramento como diputado a Néstor Kirchner.

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Un símbolo de los tiempos argentinos: Pinky le tomó juramento como diputado a Néstor Kirchner. Lógico: ella debe ser la mejor locutora del recinto (además de la decana de la Cámara) y él, apenado, se resignó al trámite a pesar del desprecio que siempre les enrostró a quienes se colaron en la política por una vía indirecta, del espectáculo o la farándula, como Macri, De Narváez, Reutemann o Palito Ortega. Pero no fue lo único que resignó el ex presidente en medio de las promesas patrióticas, en esa tarde que para su disgusto vino –como decían las parteras– en decúbito dorsal. Preparatoria de otros acontecimientos esa humillación, para colmo pública en el día de su debut parlamentario, frente a las cámaras y con generoso rating. Para todos, como dice el canal estatal.

Por lo tanto, ni fiestas pacíficas, ni verano bucólico, menos vacaciones sosegadas en el cuadro venidero de un país que se deseaba más distendido. Nervioso, tenso, agresivo, ya anticipa el weather channel de la política. Desde que reinan los patagónicos y, salvo el traspié de la 125, nunca perdieron con tanto estruendo, inicio quizás de otras seguidillas frustrantes; justo en la semana, también, en que por primera vez del ciclo K un peronista propio, sindicalista (uno de los generales de la CGT), Juan José Zanola, empezó a pasar sus días y noches entre rejas. Orden de un magistrado controversial, Norberto Oyarbide, quien curiosamente registra una concentración laboral extraordinaria –en las últimas horas le endosaron a su copiosa lista de causas, la delicada de Skanska y hasta el sospechoso trasvasamiento partidario del gobernador Colombi–, convertido en una suerte de Santa Claus de la época para repartir obsequios imprevistos en determinados arbolitos de Navidad. Más de uno agradecería que el juez y su trineo no pasaran por su casa.

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Se suma a estas novedades, la insuficiencia de una caja que hasta puede reclamar, dicen, a través de un decreto de necesidad y urgencia, la obligación (o la voluntad, vaya uno a saber) de que los bancos le trasladen al Estado, como préstamo, parte de sus depósitos. Ligero, inquietante, el estrangulamiento fiscal, tanto como una inflación que imagina correcciones fuertes hacia arriba. Aun así, nadie imagina que la economía hoy por hoy conmoverá el sosiego gubernamental. Al contrario, sí, de otras incidencias que provocan episodios y elementos políticos: la reunión de la UIA que también albergó a la Mesa de Enlace agropecuaria (dos corporaciones, junto a la mediática, que el kirchnerismo estima a la cabeza de las conspiraciones), ignorada y maldecida por el Gobierno por incluir esa masa crítica a objetores como Roberto Lavagna y Eduardo Duhalde –acusó de extorsionador a Néstor Kirchner–, dos de las cabezas que más lo perturban. Allí, tambien, se escuchó una voz que irrita a la Administración: Ricardo Lorenzetti, titular de la Corte Suprema, quien se despachó con observaciones que apuntaban a un solo y obvio destinatario. El resto de los ministros –por omisión, sin duda– parecieron apoyar esas palabras. En silencio, mientras, reaparecían Julio Cobos y la esposa de Duhalde en una cumbre sobre seguridad, tambien ambos bajo sospecha. Como algunos sectores mayoritarios de la Iglesia Católica, cada vez más enardecida con la intolerancia oficial o una conjunción de ciertos medios periodísticos –entre los que se incluye el monopolio Clarín– que alguna preocupación reconocen por un desvío imprevisto de la batalla: por primera lucubran que ciertas investigaciones sobre esas empresas podrían culminar en sede judicial, con consecuencias jamás imaginadas.

Los destituyentes

Con estos datos, seguramente, en las próximas horas se activará una presunción oficial, el siguiente mensaje: la cúspide del Gobierno es acechada por una interminable marejada contraria que dificulta su navegación, produce una ebria sensación –cuando no paranoia– de que la Presidenta es perseguida por un oscuro propósito destituyente, ambigüedad literaria que amaneció hace un año y que hoy se viste más cabalmente con la palabra golpista, término que el cenáculo oficial utiliza en sus reuniones más abiertamente que el otro. Con seguridad, esta semana –en vista del acto del sector del agro en el Rosedal, el próximo viernes, a neutralizar por otro K en la Plaza de los Dos Congresos–, ese criterio de denuncia desestabilizador se habrá de multiplicar, amplificar, bajo un eslogan perentorio: Debemos desnudar el golpe. No sería atrabiliario salir de casa, desde ahora, todos los días, con impermeable y paraguas.

Respuesta previsible –se supone– al mazazo en Diputados que el jefe oficialista se negaba a admitir, aun cuando disponía de información suficiente desde hace más de treinta días y cuyo lanzamiento cualquier mortal informado veía venir. Cierta contumacia en la negación, a veces, lo trastorna a Kirchner. En contra, inclusive, de sus propios colaboradores que, por ejemplo, habían negociado una rendición silenciosa, discreta; pero él rechazó cualquier entendimiento, imaginándose –como en la l25– que su sola intransigencia determinaría un cambio, impediría el quórum propio de los otros. Por supuesto, no ocurrió. Más: la oposición se inflama imaginando que podrá rever algunas medidas pasadas, hizo un listado insolente para la naturaleza patagónica (más cuando trataron de atribuirse la comisión que puede impulsar un juicio político).

Y el kirchnerismo en Diputados debió bajar obligado a las votaciones contra su deseo, demorando su jefe y el sector la participación hasta planificar bien el ingreso personal con el entusiasmo de las barras, vitoreando, como si saliera del túnel de una cancha de fútbol, protegido además ¡en el recinto! por guardaespaldas de la casa (medio impresentables, aunque seguramente eficaces, los que lo acompañaron desde la calle). Demasiada escenografía victoriosa cuando se iba a someter a una derrota legislativa a la hora de integrar las comisiones, disimulando en la pantalla el triunfo del adversario. Aunque antes de ese desenlace, hubiera intentado ardides inútiles para sacar ventaja. Por ejemplo, ofrecerle a la oposición el 52% de la mayoría en todas las comisiones y reservarse, a cambio, el 48%. Picardía de kermés colegial: nadie ignora la facilidad de persuasión que el kirchnerismo dispone para desintegrar un porcentaje tan exangüe. De ahí que los distintos bloques opositores optaran por apartarse de los porcentajes, establecer la supremacía en números concretos por cada comisión y finalizar el debate. Luego, ya en el recinto, con antecedentes varios y recurriendo a cierta tradición, el oficialismo trató de invalidar la sesión por falla reglamentaria para la cual se había prestado acordar sin prejuicio anterior. Tampoco alcanzó. Como los vanos discursos rabiosos, encendidos cuando Kirchner era uno más en la sala, menos iracundos cuando se fue a Olivos rumiando su ira. ¿Podrá pensar en su viaje que la calle, la radicalización de ciertos sectores marginales, por más que los movilice –como dijo inapropiadamente hace pocos días–, no alterarán el curso parlamentario de lo que se viene?

Vienen por nosotros

Se cargó de fe el matrimonio cuando logró, como último acto legislativo del Senado antes del Waterloo en Diputados, la mal llamada reforma electoral que los Kirchner anuncian como abierta y democrática para todos, aunque más de uno desconfía de esa promesa. Tema para otro día. No observaban en su optimismo, quizás, otras evidencias que rodean su superficie. Por ejemplo, las declaraciones de Cristiano Rattazzi que acusó al Gobierno por confiscatorio –y de paso, tambien observó la permisividad opositora con los fondos de los jubilados en las AFJP– entre otras preciosuras, imputaciones que nadie salió a replicar, ni del Gobierno ni del sector privado. Una insignificancia, si se quiere. Pero, en el influenciable universo empresario, lo del titular de Fiat merece otra mirada: ¿acaso, hace seis meses, cuando también pronunció críticas sobre alguna medida del Gobierno, no debió soportar una andanada oficial y, lo más desagradable para su persona, una ofensiva interna dentro de la UIA que reclamaba la expulsión de la entidad por el atrevimiento de sus palabras? Hubo intervenciones amistosas que aliviaron la crisis, se optó por unas “vacaciones obligadas”, finalmente, la vorágine de las noticias sepultó el caso. En esta ocasión, a nadie en la cúpula empresaria se le ocurrió sancionarlo, más bien parecieron solidarios con sus expresiones. Algo pasó entre una fecha y otra, alguien debe pensarlo.

Del mismo modo que Hugo Moyano –mucho más Zanola, naturalmente– también se preguntaba entre Roma y Madrid, acompañando a la señora Cristina, la razón por la cual repentinamente el juez Oyarbide había modificado la carátula del caso del sindicato bancario y, de pronto, en un fin de semana, el sempiterno cacique gremial apareció inscripto en una asociación ilícita que lo depositó en presidio (como a su esposa, a otros funcionarios sindicales y hasta a un ex colaborador del Gobierno, Scioli). ¿Cómo se puede pensar que un dirigente gremial con vasta experiencia –aunque la frase puede resultar discriminatoria– involucre a su propia esposa en un ilícito de esas características, de adulteración de medicamentos? No cabe en la cabeza de Moyano, menos en la de su segunda y joven esposa (como la de Zanola), tambien titular de la Obra Social de Camioneros, al parecer una de las cincuenta organizaciones imputadas en el mismo delito. Por no hablar de otras trescientas, si se estira el plazo de la investigación.

Vienen por nosotros, reclamaban otros dirigentes apremiados. Una de cal, otra de arena, le reflexionaba alguno de su confianza, advirtiendo que esa virtud no es característica justamente de los Kirchner. Aunque eso no lo admite Moyano o, por lo menos, le cuesta aceptarlo. Para demostrar docilidad –y luego de escuchar ciertos argumentos– el propio Moyano se trepó a uno de los palcos de Diputados para vivar a Néstor. Por supuesto, es hombre de creencias y se ha convencido de que en Argentina la justicia es independiente, más el magistrado Oyarbide, y que el episodio Zanola se limitará a la Bancaria (una pregunta: ¿si un osado delincuente adultera medicamentos, esa figura también le alcanza a la organización como parece en este caso?). Y, con alguna solidez, explica –le debe haber explicado a Néstor– que las obras sociales compran los medicamentos en droguerías que a su vez, los adquieren en laboratorios que no los fraccionan y en ocasiones, no los tocan, que éstos son revisados y controlados por el Estado, al igual que son auditadas las obras sociales, por lo tanto no entiende el tipo de acusación que se les atribuye (más allá de otras anomalías, como carpetas o expedientes truchos, engorde de padrones, reparto de subsidios). Inclusive que él mismo, en más de un desayuno reservado, le aclaró estos conceptos a la señora Graciela Ocaña cuando era ministra –cargo que perdió por la ineficiencia en la lucha por el dengue, no porque cuestionaba al sindicalismo–, quien no se sabe si entendió o vio otras realidades, que tropezó con la gestión de un cercano de la nueva política como ella, Héctor Cappaccioli, y que portaba una larga lista de irregularidades que siempre le endilgó a su antecesor, el hoy embajador en Chile, Ginés González García.

Esos vericuetos judiciales o investigativos, sin embargo, se oscurecen frente al flash político de la detención de Zanola y su mujer, un pez gordo del peronismo y del sindicalismo. Con historia oficial, kirchnerista, por otra parte. Más el peso cierto de que los gremialistas hoy son sospechados de suministrar medicamentos falsos como ejercicio de profesión. Por no mencionar que esos ilícitos también complican al propio Gobierno por los fondos obtenidos para la campaña presidencial de Cristina. Moyano no puede responderse a sí mismo, menos en su propia casa, ni hablar del resto de los dirigentes sindicales. Perdió oxígeno, le echa culpas a otros y Néstor le promete más de lo que hace, modelo del que forja un proyecto a partir de la venganza y no de recuperar el poder. Con esas iniciativas, a Dale Carnegie le hubiera costado mucho hacer un libro para ganar amigos.