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La vida como forma de escritura

Durante muchos años mantuve una relación de total indiferencia con los diarios de escritores y en general con la idea de escribir o leer un diario íntimo. Me parecía un acto trivial, adolescente, testimonial y kitsch.

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Durante muchos años mantuve una relación de total indiferencia con los diarios de escritores y en general con la idea de escribir o leer un diario íntimo. Me parecía un acto trivial, adolescente, testimonial y kitsch. Estaba influenciado por autores como Blanchot, Foucault y el Barthes de El grado cero de la escritura, es decir, por la noción de muerte del autor, la crítica al concepto de subjetividad (antesala del humanismo y por lo tanto del capitalismo) y por la búsqueda de una experiencia literaria que repensara la novela sin hacer concesión alguna a sus soportes convencionales, como la trama, los personajes y la verosimilitud. Mucho no cambié: me siguen interesando esos mismos problemas, esos mismos autores, y sigo teniendo esa misma actitud de indiferencia hacia buena parte de lo que, por comodidad, llamamos campo literario. Sin embargo, ya no pienso igual sobre los diarios íntimos. Quizás porque, sin proponérmelo, por azar, desidia o simplemente por haber encontrado varios muy baratos en librerías de saldos, leí muchos diarios de escritores, y muchos terminaron siendo de una potencia literaria igual o incluso superior a buena parte de la literatura que se agrupa bajo los géneros de novela o cuento.
Pero también cambié mi idea del que escribe un diario (más allá de que yo no haya escrito una sola página íntima en mi vida y dudo mucho de que alguna vez lo haga), del que escribe sin ser (al menos todavía) un escritor en el sentido institucional del término, alguien que publica libros con su nombre, editados por alguna editorial, con un número de ISBN, y un precio de venta. Infinitas deben ser las razones por las que alguien escribe un diario, pero yo prefiero imaginar que todas remiten a una: porque no puede dejar de escribir. Porque no concibe la vida sin escribir. El ensayista Alberto Giordano publicó un muy buen libro sobre las escrituras íntimas al que llamó Una posibilidad de vida. Pues bien: quien escribe un diario da posibilidad a su propia vida, la posibilidad de que la vida se convierta en una forma de la escritura (o la escritura una forma de vida) hasta convertir en literaria la experiencia cotidiana.
Poco importa la calidad literaria de un diario íntimo. Desde la nostalgia de no haber escrito nunca un diario y de saber que nunca lo escribiré, creo que cualquier diario íntimo, por el hecho de serlo, es bueno, o mejor aún, es extraordinario, maravilloso, insuperable. Cualquier frase escrita al pasar en un diario íntimo (por ejemplo “hoy toqué la arena con mis pies descalzos”, acompañada de una foto de ese momento) es una frase mucho más profunda y radical que las que se leen en cualquier libro de narrativa con fotos (Sebald, etc., etc., etc.) o en muchos libros de poesía (en especial argentina contemporánea). Una persona que escribe un diario es alguien apasionado. Seguramente un poco loca, levemente trágica y otro tanto irónica.
Qué curioso: pensaba comentar tres o cuatros grandes diarios pero, como me sucede habitualmente, me fui por las ramas. Quien escribe un diario no tiene ese problema: lo suyo siempre es irse por las ramas (ocurre que la literatura tiene más que ver con las ramas que con las raíces). Por lo tanto, voy a mencionar sólo uno: Retrato del artista en 1956, del poeta español Jaime Gil de Viedma. Nacido en 1929, con menos de 30 años Gil de Viedma es enviado a Filipinas por la empresa en la que trabajaba a realizar un “estudio de la legislación filipina, especialmente en materias tributarias, laborales y corporativas”. Mezcla de exotismo y aburrimiento burocrático, la experiencia filipina del joven poeta da lugar a una de las mejores definiciones de la relación entre un poeta y su poema, o mejor dicho, del momento en que un poeta no logra escribir su poema: “Incomunicado con mi poema desde el pasado día 26”.
Quizás en esa frase resida buena parte del secreto del diario íntimo (y de la poesía): la escritura como una forma de incomunicación, un secreto privado, un mensaje cifrado cuyo código jamás poseeremos.