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jaula de oro

La vida es sueño

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Si no fuese que (según se dice) los Orange son una de las familias más ricas del planeta, uno tendería a pensar que la monarquía es un emprendimiento tradicional, pero marginal, del que se ocupan las secretarías de turismo de las naciones que aún mantienen esa forma arcaica de gobierno a la que propenden los gobiernos populistas y las dictaduras de toda laya, bajo la idea de que existe en el presente de cada región una situación que vuelve impensable que el poder cambie de turno. Bajo esa idea se esconde siempre la creencia pueril en la infalibilidad ajena, por eso antes se creía que la autoridad monárquica emanaba de un mandato celestial. Política y religión siempre vienen unidas, ¿qué te pensabas? (la alternancia democrática sería la resignada admisión adulta de que todo lo que hoy funcionó fallará mañana y requiere reemplazo). Lo extraño es la pervivencia de esa cristalizada forma de gobierno bajo la figura de la falta de poder, desde que la burguesía decidió tomarlo en sus propias manos y abolir el mandato divino de nobles y reyes. ¿Para qué sirve una monarquía cuando las monarquías no sirven para nada? Para que cada madre insegura del futuro de su hija sueñe con un príncipe para ella (no importa que sea rubio y desvaído y con cara de galleta; ya tendrá un custodio experto en artes marciales como amante). Así como, generalizando, cada trans sostiene su epopeya de cortes, ablaciones y aditamentos para afirmar el sueño algodonoso y siniestro de su madre, “nuestra” coronada argentina del Northlands parece arribar dichosa a la composición de un cuadro teatral que la fijará de por vida en la misma escena. Quizá sea peor acostarse con el jefe en la oficina.