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La vida propia no se presta

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Contraste. Un pato rengo y un candidato que actúa como ganador. | cedoc

El periodista Sidney Harris (1917-1986), nacido en Londres y estadounidense por adopción, no conoció la Argentina y posiblemente jamás haya tenido a este país en mente. Pero uno de sus textos viene a cuento en estos tiempos. Harris escribió en los dos principales diarios de Chicago, el Daily News y el Sun Times, y su célebre columna semanal “Estrictamente personal” llegó a publicarse en doscientos periódicos de Estados Unidos y Canadá. En una de esas columnas Harris cuenta que una vez acompañó a un amigo a comprar el diario mientras se dirigían a almorzar. El canillita era un hombre tosco y malhumorado que hablaba con un lenguaje cloacal. Atendió de muy mal modo al amigo de Harris, a pesar de lo cual este le correspondió amablemente y hasta le deseó un excelente fin de semana. Harris no lo podía creer. “¿Este tipo te trata siempre de esta manera?”, preguntó. La respuesta fue: “Siempre. E incluso peor”. Harris volvió a la carga: “¿Y cómo se lo permites?, ¿a qué se debe tanta amabilidad de tu parte?”. Sin detener la caminata el amigo respondió: “Es que hace tiempo he decidido que no sean cretinos como este los que determinen mi estado de ánimo”.

Quien deseara adoptar en la Argentina la misma postura del amigo de Harris se vería sometido a un duro desafío cada dos pasos. Se multiplican minuto a minuto las situaciones y los sujetos que podrían hacerlo desistir de su intención para sumergirse en un denso lodazal de mal humor, de tristeza, de desesperanza, de furia, de temor, de euforia maníaca o de depresión. Esos estados de ánimo vienen prevaleciendo en la sociedad desde antes de las PASO y se acentúan a diario según la orilla de la grieta en que se paran las personas. El disparador no es en este caso un canillita desencajado (por más que haya quienes echen culpas a la prensa) sino que encarna en dos personas que, a su vez, representan modelos mentales e intereses sectarios diferentes. Uno es un debilitado presidente en funciones, a quien muchos ven como pato rengo. El otro es un candidato que, tras ganar unas elecciones en las que nada se elegía actúa, aunque lo niegue, con ínfulas de ungido. Ambos, alentados desde sus rincones y desde sus tribunas adictas, siguen trenzados en una puja electoralista mientras todo arde. Como suele suceder, es muy posible que dentro de algunos años ellos sean apenas recuerdos (u olvido). Quién sabe qué habrá sido entonces de sus vidas. Mientras tanto, las de millones de personas cuyos estados anímicos están determinando con sus acciones, palabras, manipulaciones, especulaciones, cálculos y necedades, habrán continuado. Pero muchos, demasiados, habrán perdido tiempo irrecuperable, rumbo, proyectos, sueños, visiones, salud y porvenir tras haber bailado al son de la música de los canillitas.

Por supuesto, los humanos somos seres sociales por naturaleza, vivimos en comunidades, somos parte de ellas y nos afecta, de modo directo o indirecto, consciente o subliminal, lo que ocurre al conjunto. Pero está en nosotros lo que Viktor Frankl (autor de El hombre en busca de sentido, padre de la logoterapia) llamó el valor de la actitud.

Hay situaciones que la vida plantea y no dependen de nosotros, decía Frankl, pero siempre somos responsables de nuestra respuesta, de nuestra actitud ante esas situaciones. Esto vale incluso para quien va a ser fusilado y se encuentra ante el pelotón que lo ejecutará. Frankl definía a esa actitud como la libertad última, la que nada ni nadie nos puede requisar.

Ejercer esta libertad es esencial cuando quienes son responsables por el bienestar y los intereses comunes desertan de esa responsabilidad escudándose en argumentos sesgados y miradas estrechas y miopes. La vida humana es finita, el tiempo corre, los canillitas cretinos se multiplican y al final del día será una pobre excusa echarles a ellos la culpa por una vida no realizada. No porque no sean culpables de muchas cosas y muy graves. Pero no lo son del tiempo, la credulidad y la atención que les regalamos, ni de cómo ordenamos nuestras prioridades existenciales. No nos quejemos si les prestamos nuestra vida.

 

*Periodista y escritor.