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Retrocesos

La virtud de la torpeza

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Ellos. Quienes se dicen “representantes del pueblo” suelen demostrar que son traidores. | AFP

La torpeza, la necedad, la falta de habilidad negociadora, la inflexibilidad ciega y la buena cuota de soberbia demostrada por el oficialismo, con el Presidente a la cabeza, en el caso de la ley ómnibus, terminó privando al Gobierno de varias herramientas necesarias para llevar adelante las propuestas que le hicieron ganar las elecciones de manera contundente. En esa victoria habitaba la expectativa de una masa crítica de la sociedad respecto de terminar con los veinte años en los que se aceleró de manera dramática y casi terminal la decadencia de un país cada vez más alejado del mundo y de un porvenir convocante. El espíritu de la ley, presentada como base para la necesaria transformación del país, respondía a esa expectativa, que sigue en pie y que incluye un poco común espíritu de sacrificio, una inhabitual templanza y una desconcertante paciencia por parte de una sociedad que reiteradamente supo mostrarse creyente en las soluciones mágicas y en las figuras providenciales. La mayoría de los artículos de la ley, que como en el juego de la oca retrocedió al punto de partida, son instrumentos acordes al proyecto transformador, y tomados y explicados de manera individual, serían aprobados por la ciudadanía. Pero negociadores sordos, sin experiencia legislativa, sin rodaje político, carentes de autonomía y repetidamente desautorizados desde la ínfima mesa chica gobernante, impulsaron la iniciativa a un fracaso una y otra vez anunciado.

Con eso el Presidente, que llevó al extremo su pensamiento binario (en el que no existe el gris, el color con más matices y riqueza frente al simplismo de los excluyentes negro y blanco) quedó por el momento sin la herramienta y se jugó irresponsablemente con el aguante de una población nuevamente hundida en la incertidumbre y sin noticias alentadoras respecto de su futuro. En el camino la motosierra pasó a manos de la oposición (con buena parte del radicalismo incluido, en una nueva muestra de su adicción a las trenzas e internas y su cada vez más anémica comprensión de las necesidades ciudadanas). Y esta la usó para serruchar la ley a su gusto y paladar hasta convertirla en un bonsái de lo que prometía ser.

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A pesar de esta concepción menos que infantil de la política y de este fundamentalismo estéril tanta torpeza y tanta necedad tuvieron un aspecto funcional. Permitieron confirmar, esta vez sin metáfora, hasta qué punto el Congreso es el nido en el que se empollan, nacen y crecen intereses y actitudes no solo ajenos, sino directamente contrarios a las necesidades de la sociedad, a sus demandas y a su voz. Quienes se dicen “representantes del pueblo” suelen demostrar allí que son los peores (a menudo los más traidores) enemigos de este. Volvieron a hacerlo, exponiendo su gran experiencia en esos juegos perversos en los que los oficialistas se mostraron como burdos principiantes. En los hechos el Parlamento funciona la mayor parte del tiempo como una fortaleza blindada en la que se cocinan con obscenidad e impudicia todo tipo de pactos, negociados y transas para beneficios personales, partidarios o corporativos que repercuten siempre en contra de aquellos a quienes los legisladores dicen representar.

La ineptitud de los legisladores oficialistas condujo (a pesar de los esfuerzos de los no oficialistas que se asumieron dialoguistas) a que todo lo ocurrido hasta aquí con la ley ómnibus se pareciera a un tiro en el propio pie del Gobierno. Pero por otra parte puso en el centro del escenario, y bajo poderosos reflectores, a una legión de diputados de diferentes escuderías y calañas que hacen del Congreso un espacio de resistencia a cualquier intento de sacar al país del pantano en el que se hundió hace varias décadas. Vestidos con trajes antiflama y maquillados con amianto esos personajes declaman ahora un republicanismo que jamás mostraron mientras la pobreza traspasaba el 40%, la inflación se hacía devoradora y los pilares de la República eran cotidianamente serruchados por quienes habían proclamado que iban por todo. Quedaron a la vista. Una insólita virtud de la torpeza oficialista.

 

*Escritor y periodista.