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todos los ministros hablan de una nueva cristina

La viuda alegre, una opereta K

En el submundo de la política suele llamarse “operación” al intento coordinado de varios actores para instalar un tema real o ficticio en el centro de la escena.

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En el submundo de la política suele llamarse “operación” al intento coordinado de varios actores para instalar un tema real o ficticio en el centro de la escena.

“Operación” es una de las tantas palabras que la política tomó prestadas del lenguaje militar, donde casi siempre se la utiliza para definir acciones basadas en la sorpresa y el factor psicológico, con la intención de disminuir la capacidad defensiva del enemigo.

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No es casual que el término “operación” reconozca, también, un sentido quirúrgico. Todas las “operaciones” empiezan por el acto de cortar y extraer aquello que enferma.

Pero cuidado: sólo las mejor hechas culminan en una buena sutura. Es decir, cuando ya no hay riesgos de que el paciente sangre por la herida.

En el argot del submundo de la política, la palabra “operación” suele ser reemplazada por otra, de tintes artísticos: “opereta”.

Así se llama al subgénero teatral donde no sólo se canta, como en la ópera, sino que también se baila en el momento oportuno y se habla casi todo el tiempo.

Hay mucho diálogo en las “operetas”, cuyas características fundamentales son el tono satírico y las tramas argumentales inverosímiles y disparatadas.

La viuda alegre es la más famosa de las “operetas”. Fue escrita en 1905 por el austro-húngaro Franz Lehár, en base a una novela de Henri Meilhac.

Su protagonista es la hermosa viuda Hanna Glawari, quien heredó una cuantiosa fortuna y la perderá, por testamento, si se casa con otro.

En el cine, hicieron de Hanna la actriz Jeanette McDonald (en la versión de 1934) y la inquietante Lana Turner (en la de 1952). La primera versión, de 1925, fue muda. No viene al caso.

Hoy, los principales operadores del Gobierno han instalado la idea de que Cristina Fernández de Kirchner es una especie de viuda alegre que, gracias a la derrota electoral de su marido el 28 de junio, ganó capacidad de decisión e independencia de criterio. Y la principal duda que anida entre los espectadores es si terminará “casándose” con los reclamos de la oposición o, finalmente, les dará la espalda en cuanto vuelva a irrumpir con furia el mandato de Néstor.

En el argumento, elaborado y distribuido sincronizadamente por ministros, secretarios de Estado y legisladores, se ponen en labios de Lana Turn... perdón, de Cristina, bocadillos como los siguientes:

*“Tenemos que corregir errores, hay que reaccionar. Ahora voy a hacer lo que yo sienta y necesito que me acompañen” (de CFK a sus principales colaboradores, en cualquier despacho).

*“Voy a pedirles que me digan francamente lo que piensan, incluso que me critiquen cuando crean que me equivoco. Ahora, si me equivoco, que nadie le eche la culpa a Kirchner” (ídem).

*“Esta es una nueva etapa. Hay que acercarse a todos los sectores sin relegar a nadie. Porque si acordamos con un solo sector, los otros se nos van a venir encima con sus quejas” (ídem).

*“Con vos nos fue como nos fue, ahora dejame a mí” (de CFK a Néstor K, en la soledad de Olivos).

Vale aclarar que la viudez de Cristina es, desde luego, apenas una metáfora política. En la Casa Rosada nadie da por muerto a Kirchner. Lo consideran “enfermo de venganza”, eso sí.

Y es de ese estado de ánimo del que se pretende apartar a la Señora, partiendo del supuesto de que ha entendido a la perfección que el fatídico 28-J sólo un tercio del gran público nacional compró entradas para ubicarse en el palco oficial.

La Cristina de los últimos días se parece más a la chilena Michelle Bachelet que a ella misma. Dialoguista. Concertadora. Sonriente. Apacible, diría. Nada que ver con la Presidenta que, hasta ayer nomás, abrió espacios nulos al diálogo, hizo caer a pedazos la Concertación Plural (martillazos de Néstor mediante) y usó el atril del Salón Blanco para ladrar y dar cátedra más que para otra cosa.

Ahora, la parte crucial del diálogo en marcha irá desembocando en el Congreso, tras una serie de movidas que, por lo que manda el sentido de su cargo, deberá coordinar el nuevo jefe de Gabinete, Aníbal Fernández. Hasta hace veinte días, el hombre de los bigotes en escobillón se dedicaba a tratar de “vagoneta” a Mauricio Macri (que se cruzará hasta Balcarce 50 el miércoles), de no tener “los patitos en fila” a Elisa Carrió (que no va a ningún lado y se tomó vacaciones) y de “sinvergüenza” a Julio Cobos (que tratará de seguir alimentándose de su “voto no positivo” mientras pueda). Hay que seguir de cerca la mutación de Aníbal F. Su primer exabrupto marcará el límite entre la sincera autocrítica y la “opereta”.

La oposición ha demostrado que no busca un golpe ni nada que se le parezca, sino un espacio de consenso que le permita mostrarse proactiva por primera vez en la era K. Para lograrlo, necesita ir con cautela en busca de que Cristina acepte aunque sea pequeñas dosis de cogobierno parlamentario.

Claro que, como en La viuda alegre, quien verdaderamente brilla por su ausencia es el marido de la protagonista. Ese caballero que hizo hasta lo imposible por impedir que su amada se case con cualquiera.