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La voluntad del rey

¡Ay, la memoria! ¡Ay, la señora Mnemosine y su prole! No digo que sea una mala persona, pero sí digo que de vez en cuando le juega a una una mala pasada y una sufre como una madre tratando de acordarse de un apellido, una palabra, dos versos de un poema satírico. Y eso me pasa en este momento.

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¡Ay, la memoria! ¡Ay, la señora Mnemosine y su prole! No digo que sea una mala persona, pero sí digo que de vez en cuando le juega a una una mala pasada y una sufre como una madre tratando de acordarse de un apellido, una palabra, dos versos de un poema satírico. Y eso me pasa en este momento. Vean: “Un privado que de todo se ha valido,/ un valido que de nada se ha privado”. Bueno, ¿eh? Sintético, burlón, hiriente, perfecto. Y yo sin poder citar a su autor porque Mnemosine vino y me quitó toda su colaboración. Cierto que suelo exigirle bastante, pero no era para tanto, doña. La urgencia por saber quién fue y de quién se hablaba viene de que leo los diarios. Por ahora del único que me acuerdo es del Duque de Lerma, valido (protegido, favorito, privado) de Felipe III. No, no, ya sé que no era de él de quien se hablaba en ese poema que terminaba en esas dos líneas. Pero no importa porque los validos o privados o protegidos son todos iguales y hacen las mismas cosas. Se distinguen de las favoritas en que tienen poder: las favoritas son adornos de harén; los validos o privados son la voz y la voluntad del rey. Hacen lo que el rey quiere. Es más, siempre saben qué es lo que el rey quiere. Es más aún: pueden torcer la voluntad del rey y hacerle querer lo que en realidad ellos, los privados o validos, quieren. El rey puede estar escondido en su cámara; puede estar oculto tras los pollerones de su reina, de su madre, de una regente. Pero el valido sabe: sabe en dónde está el hombre que tiene en sus manos las riendas del reino, sabe lo que ama, sabe lo que odia, de su señor lo sabe todo. Y como lo sabe y es su voz y su poder, goza de ciertos privilegios. Cortesanos pueden caer en desgracia; el privado no. Duques y barones pueden agachar la cerviz; el valido jamás. Nobles pueden ocultar sus armas en presencia del rey; el favorito puede recibir a funcionarios y a ministros con su espada o su daga sobre la mesa en la que apoya los brazos. Terremotos políticos pueden arrasar el reino; mientras el rey resista, oculto o no, amado o no, el valido resistirá. Alto o bajo, rubio o moreno, gordo o flaco, bello o desagradable, siempre estará ahí y, o lo aceptamos o alzamos nuestras voces hasta acallar la suya. Ustedes dirán.