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risitas

La voz de la máquina

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Hubo hace años un auge de la narrativa “de anticipación” en la que novelas y cuentos contaban cómo las máquinas  se volvían más inteligentes  que nosotros y empezaban a reproducirse (no me pregunte, estimado señor: no sé cómo hacían pero me parece que debe haber sido algo tirando a desagradable, con chirridos y olor a aceite quemado) y a dominar a la humanidad. Si quiere mi opinión, creo que eran textos ridículos y más bien cansadores. Y que de anticipación no tenían nada. Eso era lo que yo creía. Pero, me estremece decírselo, parece que nos vamos aproximando a cumplir con esos siniestros augurios. Sí, me refiero a lo de la primacía de las máquina, querida señora. Tampoco sé pero sospecho quiénes son los que propician el proyecto de construcción de ese mundo. Tal vez allá atrás esté el fantasma del señor Isaac Asimov que escribió de todo, bueno, regular y malo, y que incursionó con éxito en esto del dominio del mundo en manos, es decir en palancas, rodillos, cigüeñales, pedales, rotores y lo que venga de las máquinas ansiosas de poder sobre los seres humanos. Y lo peor es que los estamos ayudando. No, no, ni usted ni yo pero sí los gerentes, jefes de personal y demás autoridades de empresas e instituciones. Ya no encontramos la voz de una persona del otro lado del teléfono a quien le podamos hacer una consulta o un reclamo. Aparece la voz metálica de un enemigo, una máquina que recita la cantilena de si necesita un turno digite uno si quiere hacer un reclamo digite dos si se trata del pago con tarjeta digite tres y así hasta el cero final.  Cosa que significa que ni idea tenemos de en qué rubro cae lo nuestro y además nos hemos olvidado del número que había que digitar. Ya no hablamos con una señorita, amable o no, que nos escucha desde un mostrador y nos dice sí señora tercer piso a la derecha del ascensor. Ya no hay persona a persona, ahora hay persona a máquina. Y no sólo es desagradable y complicado: además suena en nuestros oídos la risita burlona del señor Asimov.