El otro día escuché otra barbaridad de Elisa Carrió. Hablaba del narcotráfico en la Argentina y se refería a la responsabilidad política del ex gobernador de la provincia de Buenos Aires Eduardo Duhalde. Resaltó el éxito obtenido por Colombia y los conocidos logros del gobierno de Uribe para combatir un flagelo que corroe todos los poderes e instala una nueva política de terror en la sociedad.
Sugería de esta manera la intervención del Ejército en la lucha contra los carteles de la droga. La barbaridad consiste en decir cualquier cosa sin medir las consecuencias o decir cualquier cosa ya que se sabe que no tiene consecuencia ninguna.
Sabemos que Lilita no gobierna, que nunca gobernó y que, desde mi punto de vista, siempre estimé que su finalidad no es gobernar, ni ahora ni nunca.
En lo relativo a la cuestión aludida, es de público conocimiento que Lula, y antes que él quienes lo precedieron en el gobierno de Brasil, trataron de evitar la injerencia militar en las cuestiones del narcotráfico, y se lo dejaron a la Policía.
La lucha contra las mafias contamina a quienes las combaten por el inmenso poder de corrupción que tienen. Además, en nuestro país, dada la situación institucional de las Fuerzas Armadas, parecería poco probable que por orden de una supuesta presidenta Carrió intervinieran con el aval de la sociedad en una nueva guerra interna. Ni hablar de los efectos que produciría en nuestro país la presencia de bases militares norteamericanas.
Pero lo dice igual, total no pasa nada. Sin embargo, considero que probablemente la función que cumple Elisa Carrió en la sociedad argentina no es la de una política.
El kirchnerismo la odia más que a Cobos. Se la trata de loca, gorila, apocalíptica, alucinada y ególatra.
Pero sabemos que los locos, ya por tradición, dicen lo que los cuerdos no se atreven a decir. Esa era la función que cumplían en el Medioevo antes de que en el siglo XVII los encerraran en los hospitales generales. Me recuerda aquel relato de Boris Vian que narra cómo en un pueblo de pescadores había un poblador que recogía todos los pescados podridos.
Carrió lo único que dice, como en el Hamlet de Shakespeare, es que hay algo podrido en la Argentina. Por supuesto que una voz así no es de buen agüero. Los locos joden. A los que tiene podridos es a muchos de sus conciudadanos que preferirían un personaje que les indicara por dónde está la salida. Con ella la sensación que se tiene es que no hay salida y que el país tiene un virus letal sin el antídoto correspondiente. A nadie le gusta semejante prédica. Muchos dicen que es un discurso paralizante. Por mi parte, considero que sus efectos son saludables. Impide que nos durmamos.
Lilita no es funcional a la clase política, ni siquiera a la de su propio partido. Puede sonar divertido, no hay muchos políticos con estas características. Mantiene su liderazgo, agrupa gente, tiene la mente abierta para poder integrar a políticos y candidatos a serlo de orientaciones diversas, hasta que se dan cuenta de que fueron metidos en un gallinero.
A pesar de que esto sigue con la fuerza de un nuevo Savonarola, da la sensación de que si no siguiera, lo que quedaría del espectro de la clase política sería todo de un mismo gris y parte de una misma mentira.
Los políticos se acomodan. Se juntan de acuerdo a conveniencias coyunturales, buscan consensos de una hora, alianzas para la foto, callan o hablan según el rating o las prebendas que obtienen.
La política es así. Lo que importa es el poder. Todas las fuerzas de la oposición son parte de un aquelarre en el que, contubernios mediante, se reparten fichas, comisiones y lugares en las listas. También lo hace la Coalición Cívica, es parte del mismo mecanismo, lo que la distingue es que su jefa se manda sola y deshace lo que hace y arma una colisión a veces poco cívica que desorienta a más de uno.
Es cierto que Lilita está habitada por demonios. Pero no resulta tan fantasioso sostener que, a pesar de que nuestro mundo ha exterminado a las brujas luego de quemarlas, de haber inventado la medicina científica y montado las corporaciones religiosas, que hay algo endemoniado en la historia de nuestro país. Es sabido que este gualicho argentino –que es mucho más serio que aquel gen que se promocionaba en un programa de televisión– es objeto de tesistas y politólogos de todo el mundo.
Para ella el mal no se debe a los poderes imperiales que nos sojuzgaron, ni al neocolonialismo, ni a la nueva derecha o a las fuerzas restauradoras neoliberales, ni al peronismo clientelar, sino a la corrupción del Estado y de los personajes políticos transitorios –militares o civiles– que ocupan los puestos de la administración.
Todo el tiempo habla de asociación ilícita y de su jefe Néstor Kirchner. Juega con fuego en medio de un polvorín. Sin embargo, hace de banca y no de punto porque tiene a su favor que todo lo que dice parece verdad a pesar de no tener pruebas.
Se sabe que una de las facultades que da el poder es la de quemar las pruebas que involucran a los que lo ejercen en negocios no santos e inventar otras o extorsionar a quienes lo critican. Ella habla, y sigue hablando.
Junta a Prat-Gay con el Toty Flores, a la Banca Morgan con La Matanza. Eso siempre lo hizo el peronismo, la diferencia reside en que mientras el peronismo lo hace distribuyendo poder, dinero e influencias, ella no da nada, ofrece sólo palabras, algún asiento en el Congreso y un fantasmagórico contrato moral.
Esta señora en algo se parece a esas “locas” de la plaza en tiempos de la dictadura. Su cruz y su religiosidad es otro síntoma de que para ella hay algo más importante que la política. Su misticismo no es el de Teresa de Jesús ni el de Sor Juana, ella dice embelesarse con la historia de Antígona, la heroína de Sófocles, dramatizada en nuestro país por Marechal y Griselda Gambaro, entre otros.
Hay algo más allá de la política, parece decir Lilita. La razón política sin control de otras instancias, cuando ocupa todo el espacio de lo colectivo, produce la tragedia. Ese era el mensaje de los poetas griegos. Lilita lo adopta aunque cambie las palabras y no dé el alerta en nombre de la venganza de los dioses. Apela a un sentido moral colectivo. Ese llamado es utópico. Una práctica imposible.
La política nace de los fracasos de los contratos morales. Si todos los hombres se dieran la mano, no existiría el Estado ni autoridad alguna. Es un razonamiento circular. Un contrato moral ya supone una distribución universal del bien entre los hombres.
No importa, no se trata de lingüistería argumentativa ni de sentencias autocontradictorias. Ella apunta muy alto. Su voz no da para votos pero los votos de nada servirían sin esa voz.
*Filósofo: (www.tomasabraham.com.ar).