COLUMNISTAS
Asuntos internos

Lacroix, Hugo y ‘Los miserables’

Nina Martyris cuenta en la revista Paris Review la historia de la publicación de la novela de Victor Hugo, a propósito de la aparición de un libro dedicado al tema: The Novel of the Century: The Extraordinary Adventure of Les Misérables, del profesor y traductor David Bellos.

0416_victor_hugo_etienne_carjat_g
Victor Hugo. | etienne carjat

Nina Martyris cuenta en la revista Paris Review la historia de la publicación de la novela de Victor Hugo, a propósito de la aparición de un libro dedicado al tema: The Novel of the Century: The Extraordinary Adventure of Les Misérables, del profesor y traductor David Bellos. Por como la describe Martyris, la historia parece tan (o más) interesante que la novela.  

El verdadero protagonista de la historia es Albert Lacroix, un editor belga de 27 años que admiraba mucho a Hugo. Lacroix hacía poco había abierto su pequeña editorial, la Lacroix, Verboeckhoven & Co. Como estaba decidido a firmar ese contrato con Hugo pidió un préstamo al banco Oppenheim de Bruselas. Y al parecer esto solo vuelve única a la historia, ya que fue la primera vez que un banco otorgó un préstamo para la financiación de un libro.

En esa época, Hugo tenía 60 años y era también un político en el exilio. En 1848 había sido electo asambleísta nacional por el partido Conservador, y cuando en 1851 Napoleón III tomó el poder, Hugo lo definió como un traidor. Las cosas se complicaron y tuvo que escapar, disfrazado, con una barba postiza, primero a Bélgica y luego a Saint Peter Port, en la isla de Guernsey. Publicar un libro suyo en 1861 era riesgoso: Bélgica estaba fuera del alcance de la censura de Napoleón III, pero el mercado editorial francés era el que entonces –como ahora– importaba de verdad. Lacroix le escribió a Hugo y le propuso un encuentro. Sabía que el escritor había rechazado una oferta de 150 mil francos, y entonces le ofreció la suma que él quisiera. Hugo, naturalmente, se mostró interesado. Lacroix se subió a un barco, desembarcó en Guernsey, discutió las condiciones con Hugo durante un día entero y lo convenció de que firmara el contrato. La cifra acordada fue impresionante: 300 mil francos, algo así como 4,4 millones de euros.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Lacroix compró el libro sin haberlo leído. No sólo no lo había leído: no sabía nada de él, ni siquiera el argumento; Hugo enfatizó el hecho de que no tenía contenido político, pero dijo que se trataba de un drama social. Tampoco conocía su extensión: resultaron ser más de 1.300 páginas. Hugo trabajaba en la novela desde hacía 17 años –la había dejado en Francia al escapar y se la había rescatado Juliette Drouet, su amante durante cincuenta años–. Comenzaron entonces seis meses de trabajo frenético, durante los cuales Lacroix tuvo que tratar con tipógrafos, traductores y abogados y estar pendiente de los caprichos de Hugo, que corregía una y otra vez las pruebas de galera, que iban y venían –dos barcos, tres trenes y un carro a caballo separaban a Bruselas de Saint Peter Port–. Mientras tanto, Lacroix puso en marcha una campaña publicitaria inédita para la época, pegando en las paredes de París retratos de los protagonistas de la novela.

El 4 de abril de 1862 apareció Fantine, la primera parte de Los miserables, al mismo tiempo en París, Bruselas, San Petersburgo, Leipzig y otras ciudades europeas. Ningún libro había tenido hasta entonces un lanzamiento internacional de esa magnitud. En París, los seis mil ejemplares de la primera edición se agotaron en pocos días. En mayo salieron los 48 mil ejemplares de la segunda parte, y poco tiempo después Lacroix pudo pagar el préstamo bancario e hizo tal fortuna que su editorial abrió sucursales en toda Europa.

El final de la historia involucra a Hugo, Lacroix y el Libro Guinness de los récords. Escritor y editor aparecen allí como las contrapartes del intercambio epistolar más breve del mundo. Desde Saint Peter Port, apenas el libro había salido a la venta, Hugo quiso saber cómo andaba la cosa y envió a Lacroix una postal que contenía solamente un “?” en el reverso. Lacroix, con idéntico laconismo, respondió con un “!”.