Compro votos, señora, votos viejos, jubilados, votos jóvenes, votos resignados, votos prestados, votos entregados, votos rotos, sin ilusión, señor, votos de izquierda, de derecha, en cualquier estado, en cualquier condición”. Pasa el furgón fúnebre. Trata de llevarse lo que queda. Tienen cara, todavía. Nunca se les cae de vergüenza. Las culpas de ayer son de los otros, los desparecidos de hoy son ajenos. Hay que asomarse, verlos pasar, escribir los nombres, recordar esas caras. Fijarlas con chinches en el tablero de la memoria como hacen los detectives de película cuando investigan organizaciones criminales. Tenerlos ahí. Ni olvido, ni perdón.
Si bien se los mira, salta a la vista lo que era/es evidente. Hay un aire de familias mafiosas ensambladas. Son los canallas seriales de siempre. Cambian los apellidos, los collares de los cachorros, pero son hijos de los mismos perros rabiosos. Se les ve la sangre en los colmillos. Tiran tarascones. Muerden el garrón del Estado. Comen gente, cagan gente. El perfume caro no tapa el olor que los envuelve, que dejan, ahí por donde pasan.
De las amenazas de la Triple A de López Rega a las de Aníbal Fernández, del afano de Dromi al choreo de De Vido, de Boudou a Massa, de Menem a Manzur, de Gerardo Martínez, informante de la dictadura, al “Pata” Medina, de Firmenich a Verbitsky, de Juárez a Zamora, de Rodríguez Saá a Rodríguez Saá, Insfrán a Insfrán, de María Julia Alsogaray a Romina Picolotti, Elizabeth Gómez Alcorta, Victoria Donda, del pan dulce y la sidra, a las zapatillas de Ruckauf, las bicicletas de Ferraresi, los viajes de egresados de Kicillof.
El repaso de lo que han hecho/hacen es devastador. La cantidad de víctimas, muertos, muertos en vida, subleva. Si acaso fuera posible ponerle a ese país oculto, en sombras, desolado, una sola cara, la de un pibe. Una cara en la que se resuman los millones de personas abandonadas a su suerte, ya sin chance de otro destino, las que solo se cuentan en números, en porcentajes de miseria, pobreza, indigencia, ¿qué decirle?
Si se lograra fundir en una mirada todos los deseos juntos, la ilusión de algo posible, si pudiéramos vernos en el reflejo de esos ojos, cara a cara, en los subtes, los bondis, las calles, arrastrados de los brazos, las manos, ayudando a empujar el carro, con qué cara, sin volver la cara, le diríamos ¿qué? a ese pibe/país que mira, calla, aguarda, espera, ahí, abajo.
Lo siento. Llegaste tarde. Se terminó el acto. Ni un vasito de plástico con un resto de jugo, ni migas, ni una bicicleta quedó. Eran pocas, para la foto. Venite dentro de dos años, pero temprano. ¿Qué necesitás? Fijate acá, en promesas. Ahí me dice uno de los míos, delegado del sindicato, jefe de los consultores del asesor de gestión en la Subsecretaría de Derechos de la Infancia Desposeída de las Condiciones Básicas para la Subsistencia Digna, que llegó el pan dulce al depósito. Suerte la tuya que tenemos ministerio. Andá el lunes, de mi parte. Acordate de votar bien, ¡eh!
Reconocerlos en lo que son, aún en un ejercicio de imaginación, pega mal, estremece, pero no resuelve el drama. No mueve la aguja. Por más que te aturdan los bombos, que te creas los discursos, “la patria”, “los trabajadores”, “la derecha”, que te justifiques, que te la expliques, recurras al dogma, a la ideología, al arte de la masturbación en grupo, que te permitas trampas jugando al solitario, que te hagas la rata, por más que no quieras, ahí están, eso son.
Las caras de la desgracia. Las ves en los carteles, en la tele, te humillan, vienen a pedirte la coima, el retorno. Reclaman que le devuelvas el favor. Te hacen ojitos desde su piel de photoshop. Se te insinúan con sugerentes labios de Mona Lisa. Te permiten llamarlos por su nombre para que sepas que te conocen, que te tienen de algún lado, que sos de ellos porque para eso la pusieron en campaña cuando se vieron perdidos. Están seguros de que la compra se realizó con éxito. Que recibiste la factura. Que vas a pagar.
Ahora es tu momento. Ahora sos esencial. Ahora son ellas los que por una vez esperan. Ahora si te van a escuchar. Gritá. Elegí, dale. Dejales los cinco dedos marcados en la mejilla.
*Periodista.