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Las invasiones argentinas

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Un pequeño grupo ocupa un pequeño espacio y comienza a expandise. Miran con desconfianza a las otras especies que ocupan ese sitio desde mucho antes de que el grupo llegara. Y entonces ocurre algo. Los recién llegados, familizarizados con el entorno, dciden que ese pedazo de tierra debe ser solo para ellos. Amplían sus fronteras imaginarias. Aprenden a enfrentar imprevistos. Se adaptan, es decir se vuelven agresivos. Cualquier otra especie que se interponga en el camino es exterminada sin piedad. No hablo de seres humanos sino de hormigas.

Hermoso artículo de John Whitfield en la revista Aeon, con un título no sugestivo, sino sencillamente hipnotizante: “La geopolítica de las hormigas”. En términmos de individuos, las hormigas conforman la más grande sociedad del planeta. Y en términos de desctructividad, ninguna otra especie de cobró en su historia tantas víctimas.

La historia suena conocida, pero estoy hablando de hormigas. Más específicamente de la llamada hormiga argentina, Linepithema humile, una especie autóctona, pequeñísima, lo que siempre ayudó a que a su llegada los demás animales las miren, si es que las divisan, con cierta conmiseración, como diciendo: ¿qué novedad animal es esta? Y sin embargo son las más grandes conquistadoras del mundo, al punto que en la historia humana no hay un ejemplo con el que comparar su acción aniquiladora (y eso que tenemos algunos campeones difíciles de superar). 

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Lentamente llegaron a Paraguay, Bolivia, Uruguay y el sur de Brasil, pero con el tiempo lograron emigrar a todos los continentes y llegado a lugares aislados y muy lejanos de su hábitat natural, como Hawai, Italia, Japón, Nueva Zelanda y Noruega. Solo la Antártida, hasta ahora, se viene librando de ellas.    

La referencia a Italo Calvino es obligatoria: agresiva y prolífica, una legión de hormigas argentinas llega a la Liguria, proveniente de algún barco llegado del Río de la Plata, seguro. Su fuerza reside en su número, pero también en su obtinación. No se trata de un cuerpo, poseedor de un volumen y un peso, sino de un enemigo casi invisible e intangible, como el viento, la niebla o la arena. Frente al problema, los personajes del relato "La hormiga argentina" toman distintas estrategias: algunos con insecticidas y venenos, siempre ineficaces, otros con ingeniosas trampas y elementos de tortura, otros fingen que no existen, ocultando el problema detrás del orgullo y la rigidez, que como todo orgullo y toda rigidez es siempre falso y lábil. El protagonista adivina que vencerlas es imposible y que la solución es aprender a convivir con ellas. No se trata del “si no puedes vencerlas, únete a ellas”; más bien es una derrota, un deponer las armas. Como dice Whitfield en su artículo: “Es posible ser al mismo tiempo un flagelo y una maravilla”. “Las hormigas demuestran la capacidad de la vida para escapar de nuestro alcance. El tamaño y la extensión de las sociedades de hormigas nos recuerdan que el impacto no debe confundirse con el control. Es posible que podamos cambiar nuestro entorno, pero no podemos manipular nuestro mundo exactamente como queremos”.

Las metáforas no sirven. Cuando se habla de hormigas, las metáforas más comunes se inclinan hacia algo parecido al comunismo o hacia algo parecido al fascismo. Pero las hormigas torturan y exterminan con tal sistematicidad y con tal efectividad que la visión que el hombre tiene de las sociedades comunistas y fascistas tiende a ser benigna y utópica: los efectos de una bomba atómica comparados con un niño en un jardín, una tarde de domingo, cansado de haber estado corriendo todo el día, con una rama en la mano jugando con un insecto moribundo. Esa metáfora me gusta.