COLUMNISTAS
el folclore del pasado

Las izquierdas y las otras

Cuando algunos nos dicen que en política la ubicación ideológica es cosa del pasado, nos confiesan que son admiradores de Fukuyama; antes de la crisis mundial pensaban que estaban solos en el universo. Con Alfonsín, los radicales nos habían ganado la izquierda. Fue la impotencia y la soberbia las que devaluaron la propuesta. Menem se corrió tan a la derecha que casi propone la eliminación de los indigentes.

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Cuando algunos nos dicen que en política la ubicación ideológica es cosa del pasado, nos confiesan que son admiradores de Fukuyama; antes de la crisis mundial pensaban que estaban solos en el universo. Con Alfonsín, los radicales nos habían ganado la izquierda. Fue la impotencia y la soberbia las que devaluaron la propuesta. Menem se corrió tan a la derecha que casi propone la eliminación de los indigentes. De la Rúa y Chacho parecían los nuevos progresistas, y otra vez la impotencia ejecutiva fue más determinante que las supuestas ideas. Macri y De Narváez parecen inaugurar una etapa de una centroderecha sin la desmesura de los Cavallo, modernizándose más que las izquierdas. Las ideas dividen a los viejos partidos, el orden económico de López Murphy o la propuesta ética de Carrió definen la derecha radical, que a la larga va a terminar sumándose al colectivo de De Narváez y sus amigos. Si todo sigue como está, los Kirchner son para la izquierda peronista lo que los De la Rúa y Chacho fueron para la radical: la llevan al poder y luego la someten a la desaparición. Todas las opciones peronistas, Duhalde incluido, se hallan más cerca de Piñera que de Lula o Mujica, con lo que la salida futura le regala al radicalismo el espacio de la centroizquierda, mientras nos condena a los peronistas a devenir conservadores. Eso sí, ambas alas de la ubicación ideológica aparecen más democráticas y lógicas que la agresiva y pretenciosa izquierda actual. Somos un país que disimula las ideas en el folclore del pasado, que las oculta en la simpatía de los candidatos o en la memoria de Yrigoyen o Perón, o en la ética de la gente de bien o en los economistas de moda. Y así nos va. Desde los fondos de pensión hasta el espacio que debe ocupar el Estado, desde las inversiones extranjeras hasta el saqueo de varias privatizadas, desde el lugar de las tragamonedas hasta lo público gratuito y lo privado pago, desde la política en serio hasta el juego del distraído, todo está por ser discutido y por proponer. Ahora, los defensores del Gobierno nos avisan que todo el resto del espectro se encuentra más a la derecha, cosa que puede llegar a ser cierta, pero esa teoría del mal menor no puede santificar el caótico sistema de gobierno actual. El personalismo y el malhumor, la división del mundo en obsecuentes y enemigos, esas y otras posiciones extremas no pueden encontrar justificación en esa teoría. Y ni hablemos de una masa de funcionales funcionarios, capaces de sobrevivir a Menem y Kirchner hablando del clima y del futuro de la humanidad, sin formación ni talento, sólo decididos a hacer del poder su forma de vida y de la indignidad una bandera. La política necesita de políticos, no de fiscales ni de obedientes, de enojados ni de calmos; exige ideas y propuestas y cuadros políticos al servicio de ese pensamiento. La política requiere de partidos, no de un conjunto de pícaros que se acomodan a los tiempos cambiando los discursos según la atenta mirada del mandamás de turno.

Como viene el mañana, a los radicales y sus aliados les queda libre el espacio de una centroizquierda moderna, y a los restos del peronismo, la otra ala de este sistema que, esperemos, levante vuelo y haga política con las ideas y la ejecute con la pasión de los que creen en algo.
Ya no seremos más peronistas o radicales, tomaremos el ayer como el digno lugar donde nacimos y nos ocuparemos del mañana que nos urge construir.
Hay tan poca esperanza en las calles que este tiempo puede estar anunciando un mañana político maduro y definitivo, que estamos obligados a intentar.

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*Ex secretario del Comfer y dirigente justicialista.