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CONTINUA EL MACHISMO?

Las mujeres y la política

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El 26 de noviembre de 1911, Julieta Lanteri fue a la parroquia San Juan Evangelista de La Boca y se convirtió en la primera mujer latinoamericana que sufragó en una elección. Las autoridades habían convocado a votar a los “argentinos”, y Julieta dijo que eso incluía a las mujeres porque en el idioma castellano el género masculino es inclusivo. Cuando el Concejo Deliberante aclaró que las mujeres no podían votar porque los padrones electorales debían hacerse sobre la base de los padrones militares, ella fue al Ministerio de Guerra para enrolarse, fue rechazada y no pudo votar en 1919.

Julieta era una luchadora incansable. Argumentó que, aunque no podía votar, la Constitución le permitía ser candidata y se postuló para diputada por el Partido Nacional Feminista. En ese entonces los políticos no hacían proselitismo, fingían que no les interesaba el cargo y maniobraban en la sombra para que la gente les “solicitara” que lo asumieran. Julieta rompió con las normas hipócritas, hizo una campaña abierta, tachada de populachera, se subió a cajones de manzanas para pronunciar discursos, habló en los intermedios de los cinematógrafos, empapeló la ciudad con su lema “En el Parlamento una banca me espera, llevadme a ella”. Sólo le faltaron globitos para provocar más rechazo entre los solemnes reaccionarios del momento. Ser tan innovadora en una sociedad machista y anticuada fue mala idea: sacó 1.730 votos entre los 154.302 hombres que votaron. El círculo rojo la despreció, la prensa la llamó despectivamente “la Lanteri”, pero perseveró apoyada por otras mujeres admirables como Alicia Moreau, Sara Justo y Elvira Rawson.

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En esos mismos años, Matilde Hidalgo de Prócel, ecuatoriana nacida en la provincia de Loja en 1889, impulsó ideas semejantes. Desde niña había sido subversiva, y aunque en la sociedad en que vivía se veía mal que las mujeres estudiaran, Matilde se empeñó en hacerlo ingresando a un colegio que la admitió después de un mes de deliberaciones. Las madres prohibieron a sus hijas que jugaran con ella y el cura la obligó a oír la misa dos metros afuera de la iglesia, pero ella no cejó y se graduó con honores. Viajó a Quito intentando estudiar Medicina, fue rechazada, logró ingresar en la Universidad de Cuenca y fue la primera ecuatoriana doctorada en Medicina en 1921. En las elecciones de 1924, Matilde usó el mismo argumento de la inclusividad del castellano y concurrió a inscribirse en el padrón electoral. En principio las autoridades le negaron ese derecho, pero consultaron al Consejo de Estado y éste resolvió que la Constitución liberal reconocía el derecho al voto de la mujer.
Hace veinte años estudié las actas de esa discusión para escribir un texto sobre Matilde, Julieta y María Lavalle Urbina, la primera senadora mexicana, y me sorprendí con los argumentos de los conservadores, que defendían la teoría del voto femenino pero decían que si las mujeres votaban terminarían prostituyéndose. Sorteando todos los obstáculos, el 10 de mayo de 1924 Matilde Hidalgo de Prócel fue la primera latinoamericana que votó en una elección presidencial.

Para apreciar en su verdadera dimensión la lucha de estas mujeres vale recordar que los primeros países que aprobaron el voto femenino fueron Inglaterra en 1918 y Estados Unidos en 1920, justamente cuando ellas tuvieron la valentía de defender su causa. Recién en los años 50, a partir de la difusión de la píldora anticonceptiva, las mujeres se incorporaron masivamente a la vida profesional en Occidente y transformaron la política amortiguando la paranoia y los delirios de grandeza de los machos alfa que la dominaban.

Hace pocos días, Michelle Bachelet y Evelyn Matthei pasaron a la segunda vuelta en Chile; en 2010 Dilma Rousseff y Marina Silva obtuvieron el 67% de los votos en Brasil; actualmente son presidentas Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y Laura Chinchilla en Costa Rica. Estos avances parecían difíciles cuando hace veinte años dictamos cursos y publicamos un texto para que las candidatas pudieran competir mejor frente a candidatos varones. Se ha avanzado mucho, pero hay que consolidar los nuevos valores. La mayoría dice que ha superado el machismo, la xenofobia, el racismo, pero son taras que siguen larvadas y explotan periódicamente en nuestras sociedades.
Christine Bard, en su libro Una historia política del pantalón, cuenta que cuando una diputada francesa ingresó al parlamento con pantalón, se armó un escándalo fenomenal, que sólo terminó cuando ella aterró a los machistas diciendo “si tanto les asusta mi pantalón, pues me lo quito”. Esto no ocurrió hace un siglo. Fue en París en 1972.

*Profesor en George Washington University.