La primera vida de Juan Hohberg transcurre en la Argentina: nace en Córdoba, arranca como arquero en clubes de ligas locales, pasa a jugar de 9, se muestra como un goleador interesante, lo incorpora Rosario Central y debuta en Primera con 20 años. Se trata, en definitiva, de una historia similar a la de tantos. Un clásico revisitado. Nada que rescatar. Pasemos, entonces, a la siguiente.
La segunda vida arranca cuando lo incorpora Peñarol. Juan Hohberg llega a Montevideo y se le inocula el gen charrúa. Se convierte en un delantero potente, recio, corajudo, respetado por sus compañeros y temido por sus rivales. Gracias a sus goles, Peñarol gana seis torneos locales, entonces se nacionaliza y lo convocan a la selección para disputar el Mundial de Suiza 1954.
Uruguay, que llegaba para revalidar el Maracanazo, se cruza en semifinales con la poderosa Hungría de Puskas y compañía. Los húngaros van dos a cero y se relamen, pero ahí aparece Juan Hohberg: a los 75 convierte el primero y cuando faltan cuatro para que termine logra el empate. El festejo es vehemente, todos se zambullen sobre el héroe. Cuando sus compañeros se incorporan, queda inmóvil sobre el césped. Tal vez fue por el esfuerzo, la emoción o sus propios compañeros, lo cierto es que Juan Hohberg sufre un infarto. Los médicos del plantel empiezan con las maniobras de resurrección, hasta que le dan coramina y Juan Hohberg resucita. Tarda un par de minutos en tomar conciencia, los suficientes como para entender que la semifinal va empatada y se define con alargue. Entonces decide volver al campo de juego: Uruguay ya no tiene cambios y no puede darse el lujo de jugar con uno menos. Allá va el resucitado, a terminar lo que había iniciado.
Cuando a los músicos de la Vela Puerca se les ocurra grabar La uruguayez al palo, tendrán que enumerar personajes emblemáticos y situaciones representativas de la historia del Uruguay. Podrían mencionar a Obdulio Varela en el Maracaná y a Onetti en la cama, al Pepe Mujica y a Julio Sosa, el penal que picó el Loco Abreu en Sudáfrica, al Enzo, la Canarias y el Conaprole, tal vez a Forlán y a Luis Suárez. La lista es discutible. Pero en ningún caso debería quedar afuera Juan Hohberg, el tipo que en un partido de un Mundial hizo dos goles, murió, resucitó y siguió jugando su tercera vida.