Latinoamérica, 17 de enero de 2007, la región más desigual del planeta. El padre Armando enuncia la homilía en la misa de cuerpo presente de Herbert Platero, 16 años, asesinado la mañana anterior. “Queridos hermanos y hermanas, quiero decir las palabras que dijo monseñor Romero aquel 23 de marzo de 1980: ‘Que cese la guerra y la muerte, que cese la represión’”.
A las 8.40 am del 16, cinco muchachos regresan a casa en San Miguel, El Salvador. Herbert viaja en el asiento de atrás. Cuando pasan la colonia Conde Muñoz oyen la primera ráfaga. Aceleran y advierten que los persiguen. Hay otra ráfaga. Esta vez, Plate, como lo llamaban sus amigos, no responde; había recibido en la cabeza una bala 9 mm. Otro joven sería impactado por cuatro proyectiles pero sobreviviría. Una tercera víctima resultó herida por los vidrios rotos. En un primer arrebato, el padre de Herbert afirmó no tener idea de por qué mataron a su hijo.
El precio de la violencia en El Salvador (según el Banco Interamericano de Desarrollo) es del 24,9% del PBI (costos directos, 9,2%; pérdidas en salud, 4,3%; pérdidas materiales, 4,9%; costos indirectos, 11,7%; productividad e inversión, 0,2%; trabajo y consumo, 11,5%; transferencias entre víctimas y criminales, 4,0%). En palabras pobres, se destruye una cuarta parte del potencial anual de producción. El país tiene una tasa de 180 pandilleros (mareros) por cada 100 mil habitantes, cifra sólo superada por Honduras.
El 28 de febrero de 2007, el periódico La Prensa Gráfica anunció que unos días antes un grupo de personas había peregrinado preguntándose el porqué de la muerte de Herbert. En el colegio marista al que asistía, sus compañeros prepararon una alfombra y un pequeño altar sobre su escritorio, donde apoyaron la fotografía del adolescente. Exactamente un año después, el 28 de febrero de 2008, el Diario de Hoy informó que el día del crimen, José Arquímedes Pérez –recluido en el penal de Ciudad Barrios– llamó por teléfono a un marero conocido como “El Punche”, ordenándole ir a buscar un auto y dos fusiles AK-47, un M-16, una subametralladora Uzi, una escopeta y una pistola. Al día siguiente, Pérez volvió a llamar a “El Punche” y le dijo que “aquellos a quienes les había ido a dejar las armas ayer se habían robado el show, porque en la noche de ese mismo día habían matado al hijo del dueño de la Comercial Platero; la onda era con el viejo pero aquellos mataron al bicho”.
El Salvador trató de afrontar el peligro de las maras con las leyes de “mano dura” de 2003 y las de “super-extra-ultra-mega mano dura” de agosto de 2004, que permiten encarcelar a una persona por estar tatuada. Encabeza la lista de países con la tasa de homicidios más alta de Latinoamérica, aproximadamente 55 por cada 100 mil habitantes. Según los especialistas, un escenario de cinco homicidios cada 100 mil habitantes al año es considerado “normal”; entre cinco y ocho homicidios, alarmante; y más de ocho, epidémico. Los países con criminalidad más aguda son El Salvador (más de cinco veces la epidémica), Colombia (4,7 veces), Venezuela (4,25) y Brasil (3,8). Por debajo están Costa Rica, Cuba, Perú, Argentina, Chile y Uruguay.
El especialista en violencia y desigualdad Bernardo Kliksberg dice que el camino de la “mano dura” impide diferenciar entre la delincuencia organizada y los actos delictivos de jóvenes excluidos, y entorpece la elaboración de políticas capaces de enfrentar en profundidad la cuestión. La combinación de marginados con dificultades para incorporarse a la vida laboral, baja educación y familias desarticuladas crea una inmensa constelación vulnerable que constituye un mercado rehén para las bandas criminales. “Uno de los errores más importantes en la estrategia para encarar estos temas”, enfatiza, “es plantear que en América latina hay pobreza y hay desigualdad cuando, en realidad, hay pobreza porque hay altos niveles de desigualdad.” Además de su probada ineficiencia, la “mano dura” comete una imperdonable manipulación ética: le expropia el discurso al sufriente. Es explicable que quien ha perdido a un hijo pida la muerte de su asesino, pero es inescrupuloso enarbolar esa exigencia desde la política, que lo que debe hacer es lograr que no haya crímenes.
Los datos sobre la muerte de Herbert los brindó “Arturo”, ex marero devenido en colaborador de la Justicia a cambio de beneficios (criterio de oportunidad). En una ocasión le entregaron un celular “al que llamó uno de los presuntos líderes de pandillas del Oriente, el mentado José Arquímedes Pérez. ‘La onda es que vos ya hiciste bastantes favores, ponete planchado y metete a la mara y si no lo hacés, te vamos a matar a tu familia’”, expresó Pérez desde la cárcel. El “pase” consiste en participar en cualquier actividad delictiva; de esa forma queda atrapado sin salida. Posteriormente, “lo brincan” (le dan una paliza iniciática) y ya es socio activo del club. Las formas, como se ve, están extraídas del Manual de etiqueta y buenos modales para viajes en el Oriente Express.
“Arturo” reveló que existía complicidad entre las maras y la Policía –el ex director policial, Rodrigo Avila, confirmó que la institución está infiltrada por el crimen organizado–; que una abogada sobornaba a custodios de las penitenciarías para lograr el ingreso de teléfonos celulares para los reos; que un abogado defensor de la Procuraduría General de la República, Santiago Dinarte, informaba a las bandas acerca de quiénes podían ser testigos peligrosos para que se los eliminase. Veinte minutos antes de que las autoridades irrumpieran en su vivienda, la Policía levantó la vigilancia; se sospecha sobre una fuga de información que habría permitido la huida. ¿Diagnóstico de situación? Septicemia, con respiración acelerada, frecuencia cardiaca rápida y confusión u otros cambios en el estado mental.
También declaró que a Herbert lo mataron en lugar de su padre, quien tenía una deuda por tráfico de estupefacientes. Otros, que el ajuste de cuentas no era con el progenitor sino con un familiar. La Fiscalía no descarta ningún móvil. El padre del joven declaró, ya más juicioso, que el día del hecho su hijo estaba en pijama junto a su hermano viendo el partido de fútbol de El Salvador contra Costa Rica, cuando unos amigos lo llamaron para pasear. “Le dijimos que no saliera porque iba mal”, recordó, pero al final le dieron permiso.
¿La verdad? Tal vez un día se sepa, tal vez no. Por lo que respecta al Estado, la inequidad de la región provoca que muchos jóvenes no se vinculen ni con la escuela, ni con el sistema de salud ni con los servicios básicos. Sólo con la Policía, en su versión más fósil. En una encuesta dirigida a mareros centroamericanos, una de las preguntas fue: “¿Por qué está usted en una mara?”. La respuesta más frecuente era: “¿Y dónde quiere que esté?”. Pertenecer a algo, aunque sea a un laberinto, es mejor que ser parte de nada. En ese laberinto se pierden “Arturo”, Hebert Platero, tantos otros...
*Ex canciller.