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Latinoamericanización de Argentina (I)

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Cambios. Pancarta en reclamo de 8 horas diarias de trabajo, de 1856. Abajo, el diplomático chino Chiao Kuan Hua, Henry Kissinger y Deng Xiaoping, en Nueva York, en 1974. Y el cacerolazo del miércoles en el Congreso en rechazo al DNU de Milei. | cedoc

¿Cambiará Milei a la Argentina o la Argentina cambiará a Milei? Esa disyuntiva se propone como pregunta el historiador económico Pablo Gerchunoff en el reportaje largo de la edición de mañana domingo. La repetida figura de cambio cultural requiere dos premisas: por un lado, qué caracteriza la cultura argentina; y por otro, la temporalidad: si el cambio cultural ya se produjo y La Libertad Avanza es la consecuencia de algo precedente o la presidencia de Javier Milei es el agente del cambio a producir.

Comencemos por el ethos de la cultura argentina, totalmente diferente a la de la mayoría de los países latinoamericanos, donde, a fines del siglo XIX, existían grandes poblaciones precolombinas o trasplantadas involuntariamente de África como trabajadores esclavos. El 90% de la población argentina se construyó a partir del comienzo del siglo pasado, con inmigrantes voluntarios europeos cuya cultura aspiracional e igualitaria fue la que demandó la creación de los derechos políticos que comenzaron en 1905 con la ley Láinez de enseñanza primaria gratuita y obligatoria, continuaron con la ley Sáenz Pena de voto universal obligatorio, que posibilitó en 1916 la elección del primer presidente popular: Hipólito Yrigoyen, y luego la creación de derechos sociales con Perón en 1945, pero que eran el corolario de luchas que el Socialismo venía llevando adelante desde hacía décadas. No fue un partido, fueron todos: el Radicalismo, el Socialismo y el Justicialismo. 

Esos inmigrantes europeos vinieron a buscar a la Argentina, para ellos y para sus hijos, progreso y movilidad social ascendente, lo mismo que los otros europeos fueron a buscar a otro país receptor de inmigrantes, Estados Unidos, y acuñaron la frase “hacerse la América”.

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El primer grave error de diagnóstico de Milei (el segundo es creer que podrá latinoamericanizar la cultura argentina) reside en establecer que la decadencia de nuestro país comienza hace cien años con la creación del Estado de bienestar, que hizo de la Argentina un país de clase media, a diferencia de la gran mayoría de nuestros vecinos. Fue ese Estado de bienestar el factor del progreso y no de la decadencia de Argentina.

El Estado del bienestar fue el creador del país que eliminó el analfabetismo (el país de 1880 de Milei tenía el 78% de su población analfabeta), que produjo tres premios Nobel de ciencias durante el siglo XX gracias a la universidades públicas gratuitas, y el primer país latinoamericano en tener industria (Brasil recién comenzó a desarrollarla a partir de la década del 70, durante el llamado “milagro brasileño”, copiando el sistema de sustitución de importaciones que Argentina había desarrollado dos décadas antes), y aquí reside un punto de inflexión donde se registra el inicio de la decadencia argentina.

Hasta 1974 Argentina tuvo un producto bruto per cápita equivalente al de Australia y Canadá, con solo cuatro por ciento de pobres, y es a partir de la hiperinflación de 1975 cuando se evidencia el inicio de medio siglo de decadencia prácticamente ininterrumpida. Ese es un dato duro, estadístico, que no resiste discusión, sí permite interpretaciones sobre si ese es el momento donde se refleja algo que se venía gestando desde antes, por ejemplo la interpretación macrista de que el peronismo, treinta años antes, inoculó el virus que haría efecto tres décadas después, o la mileísta de que los radicales y los socialistas rompieron la Argentina otras tres décadas antes: 1915.

Ubicar la causa de las causas treinta o sesenta años antes de 1975, cuando objetivamente las estadísticas demuestran el inicio de nuestra decadencia, omite un cambio crucial de la economía mundial que se produjo tras el viaje, en 1974, de Kissigner al virtual jefe de Estado chino, Deng Xiaoping (Mao fallece en 1976), y el país más poblado del mundo adopta el capitalismo de partido único imitando a los otros vecinos autoritarios –los Tigres Asiáticos– como Taiwán y Corea del Sur, que hasta 1983 no superó el producto bruto per cápita de Argentina. 

Deng Xiaoping pronuncia aquellas frases: “No importa que el gato sea blanco o negro sino que cace ratones” y “enriquecerse es magnífico”, comenzado el proceso de migración del campo a la ciudad de 400 millones de chinos que pasaron de la ruralidad a la industria, generando una economía de escala que les hizo muy difícil competir a las industrias de los países que contaban con sindicatos que no estaban dispuestos a pasar a trabajar 56 horas semanales (seis días de nueve horas) en lugar de 40 horas, conquistadas justamente bajo la presidencia de Hipólito Yrigoyen, en 1929 (en Chile recién en 2022 se redujo la jornada de nueve horas diarias a ocho).

Argentina era el único país de Latinoamérica que tenía sindicatos fuertes como causa y consecuencia del Estado de bienestar; el presidente Joe Biden declaró que fueron los sindicatos quienes forjaron la existencia de la clase media en Norteamérica. Pero la industria de Argentina no tenía la escala de un país con ocho veces la población del nuestro ni ubicado en el hemisferio norte, como Estados Unidos. Si en la primera economía del mundo la mudanza de fábricas a China significó el empobrecimiento de su cordón industrial (allí triunfó Trump), en Argentina directamente mató a parte de la industria concentrada mayormente en el conurbano bonaerense, que no podía producir lo mismo con un 40% menos de horas laborales por semana además de sueldos mucho más altos que los de aquellos chinos.

Y los argentinos de hace cincuenta años reclamaron a los gobernantes de entonces, civiles o militares (la dictadura de Onganía fue la que entregó las obras sociales a los sindicatos), mantener los beneficios y el consumo a los que estaban bien acostumbrados por el Estado del bienestar, obligando a la Nación a gastar más para paliar la pérdida de competitividad de los privados, iniciando así el proceso de crisis recurrentes de este último medio siglo.

 

Continúa mañana.