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Lecturas de verano

Acabo de ver un afiche en la calle de una de las editoriales más grandes del mercado que dice “Elegí qué libro vas a leer en este verano”, y debajo una serie de títulos recomendados, en su mayoría de autoayuda, divulgación histórica y un nuevo (o no tan nuevo) género que aceita los mecanismos de las cajas registradoras de la industria editorial.

Tomas150
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Acabo de ver un afiche en la calle de una de las editoriales más grandes del mercado que dice “Elegí qué libro vas a leer en este verano”, y debajo una serie de títulos recomendados, en su mayoría de autoayuda, divulgación histórica y un nuevo (o no tan nuevo) género que aceita los mecanismos de las cajas registradoras de la industria editorial: el de los mediáticos que descubren que publicando un libro con reflexiones pueriles, panfletos incendiarios e indignaciones varias por el estado de las cosas recibirán un abultado cheque con sus liquidaciones de derechos de autor, una vez cada seis meses. Un amigo escritor con el que camino también ve el cartel y sugiere otra frase, de una ambigüedad más adecuada: “Elegí con qué libro te vas a castigar este verano”. Después llego a la redacción, abro los mails y encuentro un mensaje similar, de otro de los sellos transnacionales que más facturan en nuestro país. La frase no varía demasiado (“Los mejores libros para este verano”) pero el contenido tampoco: mucha ficción pasteurizada, mucho premio literario, mucha intrascendencia.

El metamensaje es claro: se supone que la gente no quiere complicarse la vida en el verano, por lo que pasa de leer cosas engorrosas, pesadas, repletas de datos (y aquí no se entiende por qué las editoriales recomiendan entonces libros de investigación periodística o ensayos políticos), como si dejaran por diez o quince días los cerebros en remojo en la mesa de luz, mientras parten raudos y orondos en plan vacacional libre de materia gris. Lo más interesante del asunto es que de esta manera aflora una paradoja inevitable: si durante el año la gente no lee libros porque no tiene tiempo, y es por eso que, para desenchufarse, enchufa de lunes a viernes la televisión (y los fines de semana son para descansar), y si durante las vacaciones elige algún título liviano, más para equilibrar dentro del bolso el peso del mate, las cartas de truco y la esterilla que por un interés genuino, ¿cuándo lee? Buena pregunta.

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Lo cierto es que no se sabe cuándo lee la mayoría de la gente (tiendo a pensar que cuando puede) pero sí cuándo compra libros, y eso es a fin de año, para las fiestas. Y ésa es la explicación para las campañas de promoción de verano de las editoriales. Pero listas y eslóganes como “los mejores libros para leer en la playa” son simplificaciones cuando no extrañas, por lo menos, graciosas. Suponiendo que la mayoría de las personas decidan sufrir sus vacaciones en la playa (lo que no es seguro) y que discurran su tiempo libre pasando las páginas de un libro, no es lo mismo lo que vaya a leer la portera de mi edificio, que mi tío abogado o mi compañero del fútbol de los jueves.

¿Entonces, qué nos queda? No las sugerencias de las editoriales (actores interesados en el asunto), sino las de las personas cuyos gustos podemos respetar. Pregunten por ahí. Yo, por mi parte, entre las estrictas novedades recomendaría Patriotas. Héroes y hechos penosos de la política argentina, de Juan José Becerra, o la reedición de La vuelta al día en 80 mundos de Julio Cortázar, o los Cuentos completos de Juan Carlos Onetti, o los Malos tragos de Anthony Bourdain. Al fin y al cabo, la diferencia entre comprar o regalar un buen libro o la misma bazofia de siempre es la de pasar apenas unos segundos más frente a los estantes de nuestra librería amiga.