Viene de ayer: “Leer la época (I)"
“João Doria no puede ser jefe de Gobierno de la gigantesca ciudad de San Pablo, sólo podría ser jefe de Gobierno de la Isla de Caras”, me dijo hace no tantos meses un alto funcionario del Ministerio de Cultura de Dilma Rousseff, quien me hizo acordar cuando Aníbal Fernández provocaba diciendo que Macri sólo podría gobernar Barrio Parque.
La miopía fue la misma: João Doria hasta entonces era un excéntrico empresario que habitaba una casa de 4.500 metros cuadrados con 16 baños, en el exclusivo barrio Jardín Europa de San Pablo, y que sólo con este antecedente nunca podría ser votado por la mayoría de los 12 millones de habitantes de esa ciudad, en gran parte de clase media baja y baja. San Pablo, además, recibe del Gran San Pablo otros 10 millones de personas que la circulan y es la ciudad más grande de América Latina.
Peor aún, João Doria ni siquiera era conocido popularmente, como Macri por haber sido presidente de Boca, ni llevaba años haciendo esfuerzos para desaristocratizarse y así transformarse en Mauricio. Antes de lanzarse a la política, João Doria era conocido por la elite brasileña por ser el dueño de Casa COR, equivalente a Casa FOA en Argentina, presentador del programa de televisión El aprendiz (equivalente al que hacía Trump en Estados Unidos) y el organizador del CEO’s Family Workshop de Brasil. Nada popular ni masivo.
Pero aun así, João Doria ganó las elecciones el domingo pasado con el 53% de los votos, consagrándose como el primero en ser electo jefe de Gobierno de la ciudad de San Pablo en primera vuelta sin necesidad de ballottage.
Como contracara, el PT de Lula perdió no sólo en San Pablo sino hasta en São Bernardo do Campo, el municipio limítrofe al sur de San Pablo equivalente a nuestro segundo cordón, donde se concentran las industrias y los trabajadores y desde donde surgió Lula como líder sindical, o sea que perdió también en su barrio. Así como en 2012 Lula podía hacerle ganar las elecciones a casi cualquier candidato, como logró con el saliente jefe de Gobierno de San Pablo, Fernando Haddad, quien iba cuarto en las encuestas hasta que Lula hizo un aviso de televisión con él diciendo solamente: “Haddad, el candidato del pueblo” y pudo así derrotar nada menos que al siempre presidenciable y actual canciller de Brasil José Serra, esta vez el PT perdió 388 de las ciudades que gobernaba desde 2012, y de las 26 capitales de los estados sólo pudo vencer en una, la amazónica Rio Branco, capital del estado de Acre. Lula, con 70 años a cuestas, tiene más posibilidades de llegar preso a las elecciones presidenciales de fines de 2018 que de ser candidato. Y para entonces es probable que el Partido de los Trabajadores en Brasil sea una excepción testimonial sin ninguna posibilidad de ser gobierno.
¿Aparecerá una nueva fuerza de izquierda que sustituya al PT? Así como el futuro de Cristina Kirchner y el kirchnerismo no depende de ellos mismos sino de lo que haga Macri, en Brasil el resurgimiento de una nueva izquierda dependerá de cómo le vaya a Temer con las reformas económicas que está introduciendo.
Pero aun con un eventual regreso de la izquierda en Brasil para enero de 2019 o de 2023, porque el péndulo de la historia nunca se detiene, lo que parece quedar claro es que no hay futuro para una izquierda radicalizada, contestataria y violentamente reivindicativa aunque fuera sólo en el tono del discurso, como ocurrió en las últimas dos décadas con el Partido de los Trabajadores.
Probablemente lo mismo pueda suceder en la Argentina, donde un regreso del peronismo al gobierno producido en 2019 o en 2023 fuera el de un peronismo que haya abandonado definitivamente el populismo movimentista y su fusión con el sindicalismo para regresar como un partido más tradicional al estilo de la socialdemocracia.
Para los radicales K que homenajearon a Cristina Kirchner la semana que pasó, los actuales radicales se aburguesaron y entregaron su partido a la derecha del PRO. Para ellos, Alfonsín fue el regreso del partido al progresismo de Yrigoyen, como Néstor y Cristina fueron, en el peronismo, el regreso al verdadero partido de Perón y Evita. De la misma forma que el radicalismo se habría aburguesado, le tocaría al peronismo futuro recorrer el mismo camino de todo partido maduro.
El triunfo de Macri en las elecciones presidenciales de 2015 no es una rareza argentina, el inesperado e increíble triunfo en primera vuelta de João Doria en San Pablo demuestra que cuando el humor social se pone en una dirección, arrasa con todo lo existente como un huracán. Hace pocos años hubiera sido cierto que João Doria sólo podía ser electo para gobernar la Isla de Caras; ahora triunfó hasta en las favelas, lo mismo que Macri, quien tampoco hubiera podido ser electo presidente hace sólo cuatro años, y luego ganó en muchas villas.
Leer bien la época es fundamental para entender aquello que no tendría lógica si fuera aislado de su contexto histórico. Como sucede en Colombia, donde por más marchas y contramarchas que tenga el proceso de paz con las FARC, se terminará alcanzando. Lo que hubiera sido inimaginable hace sólo ocho años, cuando el número dos de las FARC, Raúl Reyes, prendió su teléfono satelital y le cayó una bomba sobre la cabeza en su campamento de la frontera con Ecuador, y cuando todavía estaba vivo Tirofijo, el célebre comandante y fundador de las FARC, quien murió poco después cerca de cumplir 80 años, una edad inadecuada para seguir vistiendo uniforme de fajina.
Las FARC son la versión exacerbada de un anacronismo de la época de la Guerra Fría y el antinorteamericanismo latinoamericano resultante. En el famoso discurso del Che Guevara en las Naciones Unidas en 1964, defendió a las FARC: “Hay fuerzas a las cuales los once propios periódicos colombianos han llamado La República Independiente de Marquetalia y a uno de cuyos dirigentes se le ha puesto el apodo de Tirofijo para tratar de convertirlo en un vulgar bandolero”.
Las FARC terminaron siendo bandoleros, con secuestros y narcotráfico, y los líderes de los movimientos postmarxistas no militaristas, el PT en Brasil o el kirchnerismo en Argentina, terminaron siendo procesados por corrupción. La versión tropical y la más templada, pero el mismo patetismo.
La biología tiene en política, como en todos los campos de la vida, enormes consecuencias. En su libro La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn explicaba que fue necesario que pasara a retiro la generación de los contemporáneos de Newton, pero que se habían educado con la astronomía de Ptolomeo, para aceptar definitivamente de que la Tierra giraba alrededor del Sol, y no al revés. La generación política atravesada por la Guerra Fría está pasando a retiro porque los votantes muestran preferencia por personas de una generación posterior o desideologizados, empresarios por ejemplo, que no hicieron política durante esa época.
João Doria competía en San Pablo contra la historia: nada menos que contra Marta Suplicy, quien con más de un cuarto de siglo como estrella del PT fue jefa de Gobierno de la ciudad de San Pablo entre 2001 y 2005, y luego ministra del segundo mandato de Lula y del primero de Dilma. Dado el desprestigio de su partido por los escándalos de corrupción, tuvo que desafiliarse del PT y afiliarse al PMDB para tener chances de competir en estas elecciones 2016. Pero no sólo no pudo forzar a João Doria a un ballottage sino que ella misma sacó sólo diez por ciento de los votos. No muy diferente le fue al actual jefe de Gobierno, que iba por su reelección, Fernando Haddad, a pesar de haber hecho un buen gobierno y tratarse de una académico reconocido. Es que Haddad fue ministro de Educación de Lula y Dilma y, como Suplicy, carga con el estigma del PT. Lo que ayer era bueno hoy es malo, sin diferenciar entre personas. La historia es así, la hacen los hombres, pero sólo aquellos que tienen la fortuna de coincidir con el momento.