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Lengua y calle

La lengua del fascismo está entre nosotros, y nosotros, quienes la combatimos, debemos estar atentos a no reproducirla.

16-4-2023-Logo Perfil
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Combatir al fascismo consiste, en primer lugar, en jamás hablar su lengua. Ni como ironía, ni como contragolpe, ni como paradoja. Como escribió Barthes: “El fascismo no es impedir decir, es obligar a decir”. La lengua del fascismo está entre nosotros, y nosotros, quienes la combatimos, debemos estar atentos a no reproducirla. Por ejemplo, el término “casta”. Es ese uno de los conceptos claves, entre nosotros, del neoliberalismo en su fase fascista. Y desde entonces se escucha, una y otra vez, repetidamente, decir, como crítica al fascismo, “al final la casta son los jubilados”, “la casta son los trabajadores”, “no fueron contra la casta, la casta resultó ser el pueblo”, o incluso “la casta al final somos nosotros”. Pero nosotros no debemos hablar jamás en esos términos. No debemos tomar jamás la palabra del enemigo para invertirla en su contra. Porque esa inversión (inversión como lo contrario, pero también como compra o creación de activos del capital) es siempre fracasada. Al pronunciar esa palabra, ya estamos hablando en su lengua. Ya nos ganaron. Ya estamos combatiendo en su terreno. Ya perdimos. Podría dar muchos otros ejemplos, de otras palabras y expresiones que, creyendo ser críticos, en realidad estamos siendo hablados por ellos. Pero prefiero detenerme aquí. Recuerdo de memoria (así que tal vez no sea tan preciso) una carta de Gretel Adorno a Walter Benjamin (con quien mantuvo una gran amistad, incluso por afuera de la figura de Theodor W.) en la que le preguntaba por qué usaba diversas expresiones (fascismo, nacional-socialismo, etc.) pero nunca mencionaba a Hitler, y Benjamin contestó: “Porque cuanto menos lo nombre, menos me nombra él a mí”.

Pues, de lo que se trata es de crear zonas de la lengua libres de fascismo. Y de crear zonas de la lengua en combate con el fascismo. En combate a partir de nuestra propia creación de lengua. Entre tantos y tantos fracasos, uno de los fracasos del progresismo de las últimas décadas, fue –y sigue siendo– la liviandad, cuando no la frivolidad, de la lengua. Suponer que hacer que diez palabras terminen con “e” hace un “lenguaje” implica desconocer qué es un lenguaje, qué es un combate y, sobre todo, el poderío de las fuerzas contra las que combatimos. Mientras el huevo de la serpiente crecía, la lengua del progresismo no pasó de una apropiación estatal de palabritas tomadas de aquí y de allá, de las ciencias políticas y la academia norteamericana, y no se preparó para la guerra civil solapada en la que estamos inmersos, que es la guerra del gran capital contra inmensas poblaciones. Otro tanto vale para la política de comunicación y medios del progresismo. Los medios dominantes se han convertido (si es que no lo han sido desde siempre) en máquinas de guerra simbólicas, fuerzas de choque y grupos de tareas comunicacionales. La dimensión destituyente es parte de su esencia. Incluso cuando, por un tiempo acotado, esa guerra atenta contra sus negocios. ¿Estamos seguros de que la lengua de los medios progresistas ha sido sustancialmente diferente? ¿Que los formatos televisivos fueron otros? ¿Que el hablar a los gritos haya sido la mejor estrategia? ¿Que la verticalidad del discurso haya sido la mejor decisión? Buena parte de la resistencia se da, y se va a seguir dando, en la calle. Y es desde la calle donde tenemos que empezar a pensar en otra lengua.