COLUMNISTAS
ilusiones

Letra y universo

16-4-2023-Logo Perfil
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Aunque puedan jugar con la ironía, las columnas políticas se apoyan sobre los supuestos de la seriedad y la densidad, trafican a la vez la ilusión del secreto informativo –el periodista sabe más de lo que dice pero se lo reserva, porque parte del oficio es hacer saber que se sabe– y la didáctica de la revelación al gran público –te cuento lo que sé y necesitás saber–. En definitiva, son como epifenómenos profanos de la gran ausente de la civilización contemporánea: la teología. Solo que en vez de postular sentido a las formas, modos, gradaciones, ausencias o reapariciones del ser divino, es decir maneras de ocuparse de su predicación, sustituyen el valor de lo narrado por el valor atribuido a la palabra, la presencia y apariencia del periodista. Trasladado esto a los medios sociales-televisivos, el periodista se convierte en la estrella y el objeto de su relato se vuelve en cierta medida insignificante, porque lo que importa es el hablador. No hay que desdeñar ese recurso que entronizó como presidente a un hábil declarante histriónico de paneles de televisión.

Pero, ¿por qué me meto con este asunto yo, si lo que pretendía era continuar con el que cerré mi columna anterior? Por simple movimiento asociativo, arte de la comparación. Claro que para que una comparación sea, si no válida, interesante, sus términos no deben ser idénticos. Por eso se equivocan los que sueltan la frase: “No comparemos peras con melones”. Más allá de que ambas sean frutas, no tendría sentido comparar lo mismo con lo mismo, porque sería lo idéntico, salvo que se trate de una cuestión de calidad. Pero no nos perdamos. Lo que hacía en mi columna, la semana pasada, era comparar dos movimientos opuestos que postulaba como las dos operaciones básicas: condensación y expansión. Sístole y diástole. Big Bang y Big Crunch. En literatura.

Referí que Borges, en su cuento There Are More Things, escrito en homenaje a Howard Phillips Lovecraft, llenaba el texto de prefiguraciones de lo deforme y monstruoso, pero no lo presentaba de manera alguna, lo definía con tres adjetivos: “opresivo y lento y plural”, y al escamotear la presencia misma del horror lo volvía presente y angustioso por alusión y elusión. Ese, en una primera aproximación, sería el arte propio del cuentista: la condensación. En cambio, Lovecraft trabaja la existencia de lo monstruoso por abundancia, superposición y colisión, creando un mundo de opresivas y lentas y plurales presencias en crecimiento y desarrollo desde el comienzo inquietante hasta el completo despliegue del fin. Expansión, arte de la novela.

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Ahora bien, ni en la vida, ni en el universo, ni en el arte, las cosas son tan sencillas. Reconozcámosle algún talento a Borges, ¿no? Dicho esto, salvo en los textos finales, más cercanos a la fábula oriental y al cuento sencillo o a fatigadas reescrituras de textos anteriores (El congreso como una reversión “vaciada” de Tlön Uqbar Orbis Tertius), la mayoría de sus breves escritos mayores suponen una compactación de asuntos que solo alcanza dimensión apropiada en el arte novelesco. Desafío al lector a que lea el citado Tlön... de un tirón. Es un texto de infinita relectura. Borges trabajaba el arte sucesivo de la cita, la compresión y el escamoteo de fuentes como parte de su sistema de reescritura de textos de prolongada extensión y su constante deseo de cierre con moño de la literatura argentina. Ese trabajo contiene tanto de condensación como de expansión a escala microscópica. 

Lovecraft, cuyos cuentos no parecen más que tanteos de asuntos a desarrollar en sus novelas, tiene sin embargo intuiciones fulminantes, propias de la mayor condensación de estilo. 

Le regalo al lector una que encontré en su novela En las montañas de la locura, y que alguna vez quiero usar para algo: “Aquel portento maldito había tenido, después de todo, una base real, había habido algún estrato horizontal de polvo de hielo en la atmósfera superior y este abominable conjunto de piedra había proyectado su imagen a través de las montañas de acuerdo con las simples leyes de la reflexión. Por supuesto, la ilusión fantasma había sido retorcida y exagerada y había contenido cosas que el paisaje real no tenía. Sin embargo, ahora que contemplábamos su fuente real, lo entendíamos todavía más horrendo y amenazador que su distante imagen”.