Nueva adivinanza dominical: la frase “Que esté cayendo la actividad inmobiliaria en un 41% en el primer trimestre en Buenos Aires es un dato positivo, no preocupante: significa que hoy mucha gente no convalida que le quieran fijar los precios en dólar billete”, pronunciada por el diputado oficialista Carlos Heller, ¿es en serio? ¿Es en chiste? ¿Es ambas cosas a la vez? Las primeras tres respuestas acertadas que recibamos se llevan de obsequio una codera de neoprene ideal para tener el brazo levantado siempre y votar todo afirmativamente, un CD con sus mejores columnas en el programa de Aliverti, y un ejemplar de El banquero anarquista de Fernando Pessoa. Quizás sea a causa de la frase del diputado del Credicoop, o por el recuerdo de otra frase majestuosa de Perón (“¿Alguien vio alguna vez un dólar?”), pero el sábado de la semana pasada, mientras me encontraba leyendo Babelia, el suplemento cultural de El País de Madrid (en la edición local, que cuesta casi como cualquier diario argentino), entré en un ataque de desesperación por leer varios de los libros que allí se consignaban. No, por cierto, el último de Jeffrey Eugenides, al que el suplemento dedicó la tapa, escritor que me resulta de una mediocridad supina, no muy diferente a la indiferencia que me genera la mayor parte de los escritores estadounidenses de su generación (Detroit, 1960), como D.F. Wallace, Franzen o Palahniuk, novelistas inflados de marketing, agentes literarios, notas arregladas y lectores incautos. Debo mencionar, no obstante, cierta osadía de José Luis de Juan, quien en el propio Babelia, cuando toda la mesa estaba servida para un banquete celebratorio de la enésima gran novela (norte)americana, se despacha con una muy ajustada y negativa reseña de La trama nupcial (así se llama el mamotreto, que por alguna oscura razón yo había leído en inglés el año pasado, con idéntica valoración). Por supuesto que no es esa novela la que me despertó el deseo de salir a comprar euros al mercado blue, sino aquella a la que a continuación el suplemento le dedicaba casi una página: Mi hermana y yo, del J.R. Ackerley, libro que en verdad es un fragmento de los diarios del autor de Mi perra Tulip, publicado por la editorial mexicana Sexto Piso, en una edición, según entendí, impresa o distribuida en Barcelona. Amigo y en parte descubridor de Auden y Spender y sobre todo de E.M. Forster, él mismo fue un extraordinario escritor, lleno de ironía, desparpajo y erotismo homosexual. Luego, más abajo en esa misma página 7 de Babelia, había una pequeña bibliográfica de La naturaleza de las lágrimas, de Peter Carey, escritor australiano del montón, levemente parecido a Paul Auster, que pese a esas desgracias escribió un par de novelas que en su momento me gustaron, sobre todo Robo, una historia de amor (noto también que esas novelas las publicó Mondadori, y que ahora son traducidas por Alfaguara). Y dando vuelta la página, me encuentro con una larga reseña de las Memorias de Leni Riefenstahl, en el sello Lumen, gracias a la que me entero de que no sólo fue amiga de Hitler (fue la gran cineasta del nazismo triunfante; por cierto: estoy harto de que se defina a El triunfo de la voluntad como una obra maestra), sino que en los 70, ya convertida en fotógrafa, terminó condecorada por el dictador sudanés Nimeiri (pobre Leni, no pegaba una con sus amigos). ¿Llegarán esos libros a Buenos Aires? ¿Se imprimirán algún día aquí gracias a las restricciones a las importaciones? ¿O se importarán finalmente? ¿Y a qué precio? Ah, mis preocupaciones pequeñas burguesas…