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Literatura y policía

La revista transcribió (conservando la puesta en página del original y las mismas fotos e ilustraciones) del examen de ingreso a la Policía de Nueva York.

Pierre Alferi
Pierre Alferi | Cedoc

No tengo redes sociales, ni grupos de WhatsApp, ni ninguna de esas cosas. Lamentablemente sí tengo mail, y por ese medio me llegó la información. Cuando la vi, inmediatamente pensé que era en joda. Pero no, parece que es cierto. Raudamente me puse a googlear (fuente de información habitual de todo buen periodista de investigación, salvo los que tienen la suerte de que la SIDE les pase sobres mientras corren por los parques de Palermo) y encontré la noticia en La Nación del 19 de abril: “Otorgan el grado de comisario general de la Policía Federal a la Virgen María”. Título seguido del siguiente copete: “Lo dispuso Juan Carlos Hernández, jefe de esa fuerza de seguridad, mediante una resolución que inviste a la Virgen con los atributos de la máxima jerarquía policial”. ¿Vendrá ella en persona a recibirlo? No estoy en condiciones de afirmarlo ni de desmentirlo, pero sí puedo decir que pronto reparé en qué pensaran de ese ascenso los policías ateos, judíos, musulmanes y otros (aunque en verdad es poco probable que haya policías ateos, judíos, musulmanes y otros). Un poco abrumado por tantos temas religiosos, intenté encontrarle una vuelta de tuerca poética al asunto y, de golpe, como una revelación, recordé un viejo número de la Revue de Littérature Générale, revista que en París, a mediados de los 90, dirigieron Pierre Alferi y Olivier Cadiot. Publicada por la editorial POL, en un formato de 26 cm x 20 cm, de más de 150 páginas por número, pretendió introducir en la cultura francesa al menos dos tradiciones de la poesía y la cultura norteamericanas: de un lado, la de los poetas de L=a=n=g=u=a=g=e, como Charles Bernstein, inclinados a la búsqueda de juegos formales en torno al sentido y sinsentido de las palabras y, del otro, la línea objetivista, en la herencia de Louis Zukofsky y luego en la de William Carlos Williams, de influencia en esos años en medio mundo. Pues la revista solía constar de un sinnúmero de poetas franceses fracasando en el intento de escribir en esos términos, más traducciones y algunas trouvailles, como la presentada en el N° 2: la transcripción (traducida literalmente, conservando la misma puesta en página del original y las mismas fotos e ilustraciones) del examen de ingreso a la Policía de Nueva York. El texto no incluye ninguna introducción ni explicación alguna. Publicado a pocas páginas de poemas o artículos de Charles Reznikoff o Louis Wolfson, leído así, en seco, funcionaba como un ready made literario en clave objetivista. El formulario consiste en una serie de preguntas y ejercicios, de las que transcribo las primeras: “Veamos juntos la fotografía de la página precedente. Comience por las personas: 1) ¿Cuántas personas hay en la fotografía? 2) ¿Cuántos hombres? ¿Cuántas mujeres? 3) ¿Qué parecen estar haciendo esas personas?”. Me salteo las siguientes, para llegar al texto del ejercicio 4 (que va acompañado de una serie de identikits, imposibles de reproducir aquí): “El primer rostro, arriba de cada serie, es el identikit de un criminal realizado a partir de descripciones recogidas en la escena del crimen. Uno de esos cuatro rostros es el del sospechoso, luego de haberse disfrazado. Considere que el sospechoso no ha sido sometido a ninguna operación de cirugía estética. Elija el rostro que tiene más chances de ser el del sospechoso”.