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Lo dado

Es difícil encontrar un espectáculo teatral bueno que Rafael Spregelburd no haya ya recomendado en estas páginas. Pero nadie es infalible y hay que aprovechar la circunstancia.

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Es difícil encontrar un espectáculo teatral bueno que Rafael Spregelburd no haya ya recomendado en estas páginas. Pero nadie es infalible y hay que aprovechar la circunstancia.

En El Galpón de Guevara puede verse Los huesos, producción coreográfica de Leticia Mazur que ya se había visto en el CC Recoleta en el marco del FIBA.

El poeta Fogwill llamó “lo dado” a los dados. En nuestra cultura se los conoce también como los huesos. En esa línea, entendí el título de la pieza como una tirada de dados (que, como sabemos desde Mallarmé, jamás abolirá el azar). Pero también una meditación sobre eso que nos viene dado: el cuerpo desnudo.

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Un poco por eso, cada tirada de dados propone una combinación diferente para los cinco cuerpos desnudos que Leticia Mazur coreografía con exquisitez: dos mujeres (María Kuhmichel, Ana D’Orta), dos hombres (Lucas Cánepa, Gianluca Zonzini) y una mujer trans (Valeria Licciardi). La luz juega un papel fundamental. Un reflector central, montado sobre una jirafa móvil que los mismos performers mueven en turno, a veces hace el día y a veces la noche (Matías Sendón diseñó esos momentos lumínicos, y sus transiciones).

Los cuerpos desempeñan todos los gestos posibles: los del trabajo, los de los rituales, los de la angustia, los del juego y los de la conversación silenciosa, según la música que Patricio Lisandro Ortiz pensó con sabiduría.

¿Cuántas combinaciones posibles podrían pensarse para esos cinco cuerpos marcados genéricamente (conviene subrayarlo: no hay lubricidad en el espectáculo)? Infinitas, teniendo en cuenta todas las circunstancias de la vida. Los huesos intenta acercarse a ese límite por medio de una magia teatral que, en sólo una hora, despierta en nosotros un ansia de absoluto que no sabíamos que nos habitaba. La magia de los cuerpos vestidos de gracia (es decir: desnudos como debieron estarlo en el Paraíso, ese mito fundante de nuestra vergüenza).