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lo virtual y lo real

Lo importante no es la rosa

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Calificar de “virtuales” a los habitantes del cyberespacio se ha transformado en un lugar común, en un automatismo característico de lo que Roland Barthes llamaba la “doxa”. Los diarios “punto.com”, los libros digitalizados, los amigos de las redes sociales, los mercados donde puedo “comprar y vender de todo” por Internet, el sitio web del banco del que soy cliente, los diálogos en Twitter, los colegios, las universidades y otras incontables entidades que componen la Red se han vuelto “virtuales”. En las lenguas de origen indoeuropeo, virtual se opone a “actual”, en el sentido de “activado”, de algo “en funcionamiento”, por oposición a una potencialidad que, en un momento dado, puede no estar acrtualizándose.

En cambio, en el uso corriente inspirado por Internet, el “mundo virtual” se opone al “mundo real”, donde supuestamente vivimos cuando no estamos en la Red. Oponer la “realidad virtual” de las nuevas tecnologías a una “realidad real” (?), que sería todo lo demás, es una siniestra tontería que sólo puede conducirnos a graves errores de razonamiento. Como soporte del sentido, la Red es tan real y tan material como nuestros brazos y nuestras manos. Que los impulsos que transitan en un dispositivo wi-fi sean invisibles no los hace menos reales: a las bacterias que pueden provocar nuestra muerte tampoco las vemos. La discusión con un amigo en un café es a la vez tan virtual y tan real como los circuitos de Internet, porque sólo es posible a través de los procesos eléctrico-químicos de nuestras neuronas, que por el momento son mucho más rápidos y complejos que los de la Red. Y nadie argumentaría que una computadora es un objeto más “virtual” que una mesa de café.

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La especificidad de la Red no se percibe oponiendo virtual a real. ¿Por qué el uso de “virtual” al que aludo es un uso equivocado? Porque el contexto semántico implícito (oposición a “real”) no es el adecuado. Ahora bien, como lo han mostrado claramente las muchas investigaciones de los últimos años sobre la comunicación en los primates, una de las limitaciones de nuestros parientes más cercanos es su incapacidad para desprenderse del contexto inmediato en el que emiten los mensajes: no corren el peligro de elegir un contexto inadecuado. El sapiens, en cambio, es el único mamífero capaz de descontextualizar sus comunicaciones. El proceso no es nuevo: empezó, discretamente, con el surgimiento de la escritura. A partir de entonces y por primera vez en la historia del sapiens, alguien que ya no andaba por ahí (que había muerto, supongamos, hacía varios siglos) podía seguir hablándoles a otros miembros de la especie con sus mismas exactas palabras. Este proceso se aceleró a lo largo de la historia: se fueron descontextualizando las imágenes, los sonidos y las voces, las posturas y los gestos, y fueron emergiendo, uno tras otro, los dispositivos técnicos que llamamos medios de comunicación, que permiten colocar un mismo mensaje en distintos contextos. Internet lleva este proceso de descontextualización a su punto extremo.

Esta reflexión es el resultado (curioso, tal vez) de un episodio que viví esta última semana. En la presentación oral de una investigación, pronuncié, entre muchas otras, una determinada frase; en ella yo sintetizaba una opinión expresada por los públicos que habían sido estudiados en dicha investigación.

Pocas horas después esa frase, arrancada de su contexto y subida a Internet en un Twitter, navegaba por varios blogs de la Red: descontextualizada, circulaba alegremente como una opinión mía.

El contexto desempeña un papel fundamental en la interpretación del sentido de los mensajes: sabemos que la riqueza y la complejidad de la comunicación humana operan en gran medida a través de los delicados mecanismos que ponen en juego múltiples relaciones (implícitas) entre los mensajes y el contexto (textual y extra textual), en el que han sido producidos. El problema es que uno de los principios de la circulación en el cyberespacio es la descontextualización: frases y fragmentos de mensajes circulan de un punto a otro atravesando múltiples contextos, heterogéneos entre sí, cuando no contradictorios.

En la comunicación, apreciado lector, lo importante no es la rosa sino su contexto.


*Profesor plenario, Universidad de San Andrés.