Suele considerarse la creación como el acto de poner cosas. Puede ser llenar de palabras el vacío, de caracteres impresos una página en blanco o de trazos y de color una tela, no importa, pero en cualquier caso lo que se entiende por crear es poner cosas, nunca sacar. A propósito de eso vi hace poco en televisión un documental interesante. Lo vi ya empezado, de modo que no sé cómo se llamaba ni quién lo había dirigido. Mostraba a los grandes diseñadores de moda en pleno trabajo. A algunos no los conocía, pero aparecía uno que me resulta particularmente atractivo: Tom Ford. Nacido en 1961, el estadounidense Tom Ford es quien hace unos años sacó de la quiebra segura a Gucci al hacerse cargo del área de diseño de la empresa (hoy Gucci es una compañía que vale 4.300 millones de dólares). Siempre con su look inamovible: traje negro y camisa blanca. Elegante y discreto. Y gay.
En 2009 debutó como director de cine en: Un hombre soltero, basada en el libro de Christopher Isherwood. Ya me había llamado mucho la atención su aparición rutilante en la novela El diablo viste a la moda, de Lauren Weisberger, una novelita divertida que trataba de demonizar a Anne Wintour, la mítica editora de la revista Vogue, pero que no lo conseguía. Un confidente de la narradora y protagonista, asistente de Anne Wintour, le cuenta en determinado momento los entretelones de las exhibiciones privadas que los diseñadores hacen para Anne Wintour antes de hacer públicas sus colecciones. Wintour tiene establecido un código gestual secreto con ellos: si mira hacia abajo, el vestido queda descartado; si mantiene la mirada fija hacia adelante, el vestido es aprobado. Simple y concisa la Wintour, que como buena editora desconfía de las palabras. El confidente, sin embargo, hace una excepción: “Sólo una vez la vi sonreír, y fue frente a un diseño de Tom Ford”.
En ese documental del que hablaba más arriba, Tom Ford hace desfilar a las modelos con sus propios diseños. Es como el paso previo al encuentro con Wintour, al que un escritor haría mención diciendo: “Estoy corrigiendo”. El corrige sus propias creaciones, pero su modo de corregir consiste siempre, siempre, en quitar, no en poner. Cada diseño es observado con minucia, y Ford parece preguntarse qué le sobra, no qué le falta. Finalmente, iluminado, comprende de que se trata, le pide a la modelo que se acerque a su silla y de un tirón quita tres cintas discretas que adornaban la manga de una blusa. Ahora sí. Que pase la siguiente. (Al parecer fue Coco Chanel la gran maestra de ese estilo que consiste en concebir la perfección como algo sencillo y sofisticado a la vez.)
El mundo de la moda dio a otro gran maestro de la elegancia y la sencillez: Yves Saint Laurent. “Para ser hermosa –dijo una vez–, todo lo que una mujer necesita es un vestido negro y caminar del brazo de un hombre que la ame.” Si alguien conoce una receta más breve que ésa, por favor, hágamela saber.