Desde 1983 nadie concentró tanto poder como Cristina. Sin embargo, a estas horas evidencia graves dificultades para ordenar razonablemente el país y la economía. Mucho se escribió sobre la forma en que dilapidó aquel 54% de los votos producto de asumirlo como un cheque en blanco que le permitía ir por todo. Pero además de huir hacia delante, mirando el peor espejo de Venezuela, cada decisión que toma exhibe una ineptitud que supo ocultar muy bien por varios años. La Presidenta está convencida de que es una estadista y de que su gobierno es el mejor de toda la historia argentina. Ignora o multiplica todos los problemas que aparecen en la superficie y cuando no tiene más remedio que reconocerlos, culpabiliza a todo el mundo, menos a su gobierno. Carece de táctica y de estrategia. Malversó la verdad peronista: cree que mejor que hacer es decir y mejor que realizar es prometer. Es el choque simbólico entre una mentalidad formada en el conservadurismo feudal y un lenguaje clasista y combativo.
Eso la hace más parecida a Nicolás Maduro que a Chávez. Griesa es el diablo y expulsan al Banco de Nueva York, pero son ellos mismos los que los eligieron.
Lo inquietante es que esa actitud negadora se fue profundizando con el tiempo. Casi no queda un solo logro en pie del gobierno de Néstor Kirchner. Nadie se atreve a ponerle un límite. Nadie es capaz de advertirle a la reina que está desnuda. Haber entronizado a Axel Kicillof en el lugar de superministro es una de sus peores decisiones. Porque desde que asumió, todos los indicadores sociales fueron empeorando y no solucionó ningún inconveniente. Hay más concentración económica que en los satanizados 90. El 80% de las 200 empresas más grandes son extranjeras.
Su mayor producción fue la intranquilidad y la falta de credibilidad. Se trata de dos conceptos letales para cualquier economía más allá de su matiz ideológico. Un día bajan las tasas y al otro día las suben, como si manejaran la hornalla donde nos quemamos a fuego lento. Y argumentan a favor de una u otra posibilidad con la misma contundencia. La población padece las consecuencias de semejante irresponsabilidad y falta de rumbo claro. Son actitudes espasmódicas que chocan un día con cada pared aunque estén ubicadas en diferentes veredas. Es tragicómico, pero hasta el fútbol argentino se contagió y resolvió con velocidad que la fecha no se juegue y también que se juegue. No saben ni dónde queda el arco del equipo rival. No pueden dar un pase correctamente. Es que juegan contra enemigos imaginarios, como los repulsivos y condenables fondos buitre que no hacen otra cosa que depredar la economía, que es lo que hicieron toda la vida.
Argentina corcovea como un potro que se resiste a la irracionalidad y el infantilismo. Pero Cristina insiste con más de lo mismo. Reclama aplausos para el fracaso. Violentan algunas leyes del sentido común de la política como esa que dice: “Quien no puede lo menos no puede lo más”. Embalada en su relato, propone trasladar la Capital a Santiago del Estero y no puede bajar la inflación o frenar la caída de las reservas. Les cuesta implementar hasta las cortinas de humo. Hasta pierde la culpa y la vergüenza de hacer barbaridades que hubiera condenado severamente en otra época, incluso la de Néstor Kirchner. Gastar 30 millones de dólares para comprarles uniformes a los chinos para las Fuerzas Armadas es un despropósito por donde se lo mire. Y si Estados Unidos lo hace, también es una irracionalidad, pero es un problema de Obama. Este gobierno, que se llena la boca con la sustitución de importaciones y con potenciar la producción y el valor agregado de la burguesía nacional, encarga a China lo que hubiera podido reactivar nuestra industria textil. Abren y cierran el mismo día la exportación de carne y lácteos. Y el ministro del área se enteró de esa chiquilinada en Rusia, donde estaba para fomentar justamente la exportación de esos productos. “Se habrá disfrazado de Piñón Fijo en Moscú”, dijo Rubén Ferrero, titular de CRA. Están sedientos de dólares y no paran de meterle palos en la rueda a todo tipo de exportación.
Brasil, nuestro hermano mayor del Mercosur, le compró mil millones de dólares en trigo a Estados Unidos pese a que nosotros éramos sus principales proveedores. Pasamos del tercero al decimotercer lugar en exportaciones de carne. Brasil está primero. Cuando el gobernador José Manuel de la Sota le preguntó al ministro Henrique Meirelles cuál había sido el secreto para lograrlo, le contestó: “Hicimos lo que ustedes dejaron de hacer”.
Las inmobiliarias y la construcción se han quedado afónicos pidiendo auxilio. No quieren subsidios ni prebendas. Reclaman reglas del juego claras, racionalidad, sentido común. Ya han dicho que los Cedin no les despiertan confianza ni a los narcos. Hay una burocracia improductiva por su amateurismo stalinista que combate todo lo que sea producción. Aunque digan lo contrario.
Crecen las suspensiones, los despidos, el trabajo en negro, cae el salario real y el 54% del impuesto a las ganancias lo aporta la cuarta categoría. ¿Cómo pretenden que no haya paros? ¿Cómo quieren rotular eso de progresismo? Y Capitanich, convertido a esta altura en un espantapájaros, dice que los buitres financian a medios, opositores y gremialistas para desestabilizar a Cristina y fogonear el dólar cocaína. ¿El mentiroso y el ladrón creen que todos son de su condición?
Pero lo más grave es esa vocación de bronce que anima todos los actos de Cristina. Quiere convertirse en mito. No le alcanza con la mayor de las distinciones que le dio el pueblo argentino al votarla dos veces como presidenta. Se compara con San Martín cuando dice que no habría cruzado los Andes si se hubiese dejado guiar por las encuestas. Y frente a las Fuerzas Armadas habla de ataques externos, de intentos de hacernos arrodillar y de que la patria no se defiende sólo con un fusil como si estuviéramos en guerra. En su imaginación, proyecta una película de terror donde terribles gorilas con alas se convierten en buitres y son derrotados por los pingüinos emperadores.