River transita por el Apertura de la misma manera que anduvo en los dos últimos torneos: a los tropezones, sumando derrotas sin encontrar patrón de juego. Y lo que es aún peor, sin que Néstor Gorosito tenga alguna remota idea de lo que falta y sin jerarquía individual ni colectiva de los futbolistas, aun de aquellos que la tienen comprobada. Cuesta y duele ver a un talento inconmensurable como el de Ariel Ortega dándoles la pelota a los rivales; conmueve ver a Matías Almeyda luchando como un león para saltearse los cuatro años de inactividad profesional que arrastraba, lo más pronto posible.
Es grave que no haya soluciones. Gorosito prueba todo el tiempo porque los jugadores no le rinden, pero tampoco él encuentra el sistema correcto. Es más, comete el error que cometen muchos entrenadores: tiene en la cabeza un esquema y lo usa a rajatabla, como si dirigiera una selección. Debería adaptar una estrategia a los jugadores.
River supo tener una Reserva que ganaba casi todos sus partidos. En ese equipo jugaban Orbán, Coronel, Chichizola, Affranchino, Eric Lamela, Gil, Mauro Díaz y varios chicos a los que Pipo tiene en cuenta para la Primera. Jugaban un esquema en el que, por ejemplo, Mauro Díaz –jugador de notables condiciones– actuaba como enganche tradicional. En Primera, en cambio, el pibe juega como volante por izquierda. El volante lateral de cualquier costado, en un dibujo como el que proponen Gorosito, Gallego o Simeone, por caso, necesita un recorrido amplio, precisa de al menos una mínima aplicación defensiva para que el marcador lateral de ese costado (el “3” de otros tiempos) no sufra en minoría numérica. Mauro Díaz no regresa y el “3” de River la pasa mal. Primero le ocurrió a Villagra, ahora le pasa al pibe Orbán. ¿Se puede culpar a Mauro Díaz? Sí, porque no cumple con lo que le pide el entrenador. Pero Gorosito sabe que Díaz no está para esto. Y sabe, también, que a Ortega no lo puede tocar, juegue como juegue. En el sector opuesto, Barrado tiene más recorrido que Díaz, aunque la falta de marca de Galmarini hizo que River tuviera más filtraciones defensivas que las recomendables.
El ataque de River es, tal vez, la clave para entender por qué el equipo no gana. Se podría culpar al sistema, sería lo más fácil. Es posible, claro, que la manera de atacar tenga que ver con eso. Pero, por supuesto, a los equipos los arma un entrenador y los componen futbolistas de características diversas. Lo primero que se viene a la mente es que –quedó dicho hace rato en estas líneas– Fabbiani no está en condiciones óptimas de integrar el plantel. Esto se escribió apenas llegó. Pero siempre es más fácil inventar ídolos que esperar a ver qué tienen para ofrecer. Imagino la cara y la cabeza de tipos como el Beto Alonso o Enzo Francescoli leyendo diarios y escuchando a periodistas decir “llegó Fabbiani, el nuevo ídolo de River”. Es una locura que sólo puede explicarse desde el marketing enfermo de estos tiempos. El Ogro tiene, como gran marca, 5 goles en 14 partidos en Newell’s. No me parece suficiente mérito como para que River se fijara en él y lo trajera. Fabbiani no marca goles. Se intentó traer a Velásquez, un goleador de Rubio Ñú, pero era caro; Gorosito debió tragar saliva y volvió a sumar a Andrés Ríos al plantel profesional, después de que lo descartara y ni siquiera lo llevara a la pretemporada. Acá es donde comienzan las responsabilidades de los jugadores. Porque Pipo dudó, volvió sobre sus pasos y se aferró a un sistema que no le funciona. Pero si pone a Fabbiani y no mete goles pone a Ríos y tampoco, Buonanotte no despega nunca, Ortega no se la pasa a Fabbiani porque lo tiene harto y ya no soporta su continua aparición en revistas chimenteras de cuarta, si Gallardo está frágil como un cristal y no puede siquiera entrenarse con continuidad y si Díaz juega en un lugar de la cancha en donde se lo desperdicia completamente, ahí la culpa ya es de los futbolistas.
A diferencia de Basile, Gorosito no tiene prensa que lo banque por simpatía o porque le cae bien. En la semana, Coco tuvo un escándalo en Boca, provocado porque un dirigente le pidió después de la derrota ante Godoy Cruz que sacara a Ibarra y a Morel Rodríguez porque si no, “no le ganamos a nadie”. El técnico se enojó, se encerró en el hotel Emperador, llamó a Bianchi y le dijo que se iba por eso y porque no podía cortar la eterna interna de Riquelme-Palermo. Lo hablaron y el lunes lo convencieron para que se quedara. Primero el dirigente José Beraldi y después Bianchi mintieron escandalosamente sobre una situación que era harto conocida por todos. Esto de ridiculizar a la prensa y ponerse como víctimas de ella es más viejo que Matusalén. Basile ni siquiera salió a dar la cara.
Sin embargo, la prensa lo protegió. Culpó de todos los males de Boca a Bianchi y dejó afuera de toda responsabilidad a Basile y a los directivos, que fueron los principales responsables del desaguisado.
En cambio, Pipo se encerró un día entero y, al siguiente, salió a dar la cara. Habló con una honestidad brutal. Dijo que en otra situación se hubiese ido, pero que, como hay elecciones en River el 5 de diciembre, su salida podría perjudicar al club. Y tiene razón. ¿O acaso creen que Ramón Díaz o Astrada podrían hacer algo mejor con este plantel?
El presidente de River, José María Aguilar, es gran responsable de esta debacle económica y deportiva y de la desjerarquización del plantel. Sin embargo, cuando se lo consultó off the record sobre si Gorosito se iba o no, contestó “no”. Es decir, nunca hubo dudas de la continuidad de Gorosito, en una situación tanto o más delicada que la de Basile.
Lo que hay que hacer es jugar bien y ganar. El resto es todo literatura. Y literatura barata, es lo que le sobró a River en los últimos tiempos. Ahora es tiempo de ganar. O de cambiar todo.