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analogías

Lo viejo y lo nuevo

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Puesta en escena | Unsplash | Jon Tyson

Si la lectura no tiene guía ni objetivo, es fácil terminar en ese gesto indulgente, placentero y casi deportivo de buscarnos a nosotros mismos en el texto. Con esa intención –inconsciente en un primer momento y luego todo lo contrario– me entusiasmé con los roles que, a partir de 1785, redefinió y reorganizó la Comedia Francesa para frenar conflictos que aparecían entre los elencos interprovinciales. Antes de alguna identificación personal, me impresionó –¡otra vez!– el amor de la gente de este país por lo institucional. Como con todo (hasta los clientes de los prostíbulos que eran furor a fines del siglo XIX estaban nomenclados según sus preferencias sexuales, patrimonio, aspecto, etc.), desarrollaron modelos muy precisos, organizados de un modo jerárquico y llenos de subdivisiones.

Quienes tenemos afición por el pasado, escuchamos con recelo –e incluso terror– las opiniones modernizantes, en general tendientes a mandar al  ostracismo, al museo, a reserva,  aquello que las precedió. Quizá por miedo a lo nuevo, tendemos a filtrar todo con el prisma de lo viejo, forzando conexiones entre lo que cristalizó como parte de la “historia” y la actualidad. En ese sentido, los roles establecidos a fin del siglo XVIII proporcionan un glosario de la vida social y política increíblemente vigente, con personajes que ya no necesitan del escenario para existir, al menos no de un escenario teatral, porque su espacio es la política. Localizar analogías con el presente es como cazar en un coto lleno de patos drogados. Más fácil imposible. Tomemos el caso del “Gran confidente”, definido como un personaje subordinado “cuya función es escuchar las confidencias de los personajes principales para que el público sea informado de una situación que no ha visto, o para que conozca las intenciones del héroe”. El teatro antiguo no lo usaba porque el héroe hablaba con los dioses o el coro, mientras que el drama moderno no lo tiene muy en cuenta, pero en el marco de representación de nuestra golpeada democracia encuentra un refugio y un campo de acción. ¿Quiénes juegan a ser grandes confidentes en el escenario mediático de hoy? Creería que esos voceros y operadores que median entre nosotros, el público, y la comedia trágica del poder. Y ni que hablar del “Barbón”, caracterizado de “viejo ridículo u odioso, que olvida su edad o la teme y que desea, legítimamente o no, a una joven a pesar de los consejos en contra” o el “gordo, necio y engreído” al que Molière ya había establecido como el “Marqués”, justificando su existencia en favor de las dosis de entretenimiento que necesita un espectáculo para no decaer.

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Aunque los llamemos de otras formas, los barbones y los marqueses de la Comedia Francesa siguen haciendo de las suyas, como si los siglos no hubiesen pasado. También hay roles con más connotación dramática que bufonesca, como el “Agricultor”, cuyas características principales son la sencillez, credulidad, buenos sentimientos y una penosa capacidad para ser engañado (pensé en nosotros, los votantes) que “a veces –agrega, abriendo una luz de esperanza para estos seres, el texto– es capaz de astucia, acercándose a un rol más importante”. Entre los femeninos, que empecé a buscar con la expectativa creciente de verme espejada, apareció uno que hizo que me llovieran como catarata imágenes de varias de las señoras de nuestra política (invito al lector a establecer sus propios paralelos) y que toma prestado su nombre del teatro español , “La Dueña”. Una mujer de entre 40 y 70, en situación de mando, que, en el repertorio francés, se muestra en dos versiones subdivididas: una “ridícula o solitaria” y la otra “cómica o caricaturesca”. Como no quise identificarme con ninguna, fui todavía más atrás en el tiempo, hasta dar con unos versos de 1715, definiendo a la Coquette de village:

“Por coqueta entiendo una muchacha muy sabia,/ que sabe aprovecharse de la debilidad ajena,/ que siempre con compostura, en medio del peligro,/ aprovecha el momento que ha conseguido ahorrar,/ y salva su razón donde nosotros perdemos la nuestra./ Una coqueta sabia es más sabia que otra”.

Aunque en muy poco o nada me parezca a ella, lo reconozco, lo admito, ¡cómo negarlo!, es el rol que me más gustaría jugar o haber jugado. “Qué hay de nuevo?”, le preguntaron una vez al gran Sacha Guitry “¡Molière!” respondió.