Me cuesta concentrarme. Estoy sentado frente a la compu, en mi oficina, tratando de repasar los temas políticos de la semana, pero no puedo dejar de pensar en Stephen Hawking. ¿Cómo es que llega a ser tan famoso un tipo que nadie sabía en realidad qué es lo que hacía, qué es lo que investigaba, qué es lo que escribía?
Ok, pongamos que alguien puede decir: “Hawking investigaba los agujeros negros”. ¿Y cuántas personas de las que afirman que Hawking era un genio pueden explicar brevemente qué es un agujero negro y fundamentar por qué los investigaba Hawking? Sin caer en el chiste fácil ni en el doble sentido, por supuesto. Nada de decir “agujeros negros” y luego argumentar que ese era también el tema de estudio de Emilio Disi (el otro finado ilustre de la semana) en la saga de películas sobre bañeros.
Lo único que se recuerda de Hawking es que estaba en silla de ruedas, hablaba por un parlante y apareció en Los Simpson. Hay quienes agregan también que escribió una teoría sobre cómo patear un penal. Pero no mucho más que eso. Del mismo modo que pueden decir sobre Albert Einstein que andaba despeinado y que tiene una foto donde está sacando la lengua.
Hay algo en lo que existe un consenso absoluto, tanto con Einstein como con Hawking: eran dos genios. Es maravilloso que te consideren un genio, aunque nadie sepa muy bien qué es lo que hacés. ¿Cómo se logra eso? Muy sencillo: hay que ser una eminencia en ciencia. Porque se sabe que la ciencia da prestigio aunque nadie sepa qué es lo que hacemos. Las ciencias duras, por supuesto. Las ciencias sociales son caldo de cultivo para la chantada y quienes la ejercen pueden ser rebajados al nivel de un panelista.
El prestigio de la ciencia dura tiene que ver con nuestra propia ignorancia. Algo que se constata en nuestra historia personal, en nuestra memoria emotiva. Creemos que Hawking y Einstein eran dos genios porque eran brillantes en esas materias que tanto nos costaron en la escuela secundaria. En esas materias que necesitamos apuntalar con profesores particulares, que tuvimos que sufrir en exámenes en diciembre y en marzo, a las que dedicamos muchas horas de nuestras vidas en nuestra adolescencia y de las que hoy no logramos recordar absolutamente nada.
Consideramos “genios” a Hawking y a Einstein como una forma elegante de ser piadosos con nuestra propia historia y con nuestros propios fracasos. En eso estoy pensando, divagando, con la certeza de que esto no puede formar parte de mi columna política, cuando entra Carla, mi asesora de imagen, dando un portazo.
—Ya está, terminó la temporada de verano –dice enérgica y sin saludar.
—Gracias por avisar, pero te cuento que ya vi el calendario y me di cuenta en qué fecha estamos –respondo mientras trato de concentrarme en mi columna política de PERFIL.
—No hablo del clima, hablo de la cárcel.
—No entiendo –digo–. ¿Qué cárcel?
—La cárcel: sale Cristóbal y entra Etchecolatz.
—Una incógnita y una alegría –afirmo sin pensarlo un segundo–. Celebro que el represor y genocida Miguel Etchecolatz esté en una cárcel común, que ya no tenga domiciliaria. Pero lo de Cristóbal López no me queda claro.
—¿Todos los días te tengo que explicar lo mismo? –pregunta Carla–. A esta altura ya deberías saber que, más que incógnita, lo de la liberación de López es una confirmación.
—¿Confirmación de qué? –pregunto ahora yo, sin entender.
—De lo que te vengo diciendo hace tiempo: que el mayor capital político de este gobierno es el kirchnerismo.
—¿Y por qué lo largan a Cristóbal López, entonces?
—Porque se dieron cuenta de que se arrebataron –responde Carla–. El pabellón K de Ezeiza estaba superpoblado y ya no quedaba gente afuera. Y empezaban a correr riesgos.
—¿Qué riesgos?
—De que se empiece a hablar de aumento de tarifas, de falta de paritarias, de despidos –explica Carla–. Mandar a los kirchneristas a la cárcel es un tema que el Gobierno tiene que ir manejando de a poco.
—¿Ese vendría a ser el famoso “gradualismo”?
—Veo que vas entendiendo.
—Igual me parece que no todo en el Gobierno es gradualismo…
—¿En serio? ¡Pero vos sos una luz!
—No te burles de mí –pido–. Mirá que Christine Lagarde, la directora del FMI, se reunió con Macri y lo felicitó por su política gradualista.
—Sí, eso es como reunirse con Silvio Berlusconi y que te felicite por tu política feminista. O que Donald Trump te felicite por tu política humanitaria hacia los inmigrantes.
—Es cierto, no todo es gradualismo en el Gobierno –admito–. Por ejemplo, Patricia Bullrich felicitó al policía que mató por la espalda a un chico de 12 años en Tucumán, porque dijo que las fuerzas de seguridad tenían derecho a defenderse.
—No te confundas, eso es parte del gradualismo –corrige Carla–. Tené en cuenta que el paso siguiente es felicitar a Herodes, porque el pueblo romano tenía derecho a defenderse.
—A mí me parece que lo que falta es gradualismo. Y que eso puede lograr lo imposible: la unidad del peronismo.
—¿Lo decís por el encuentro de San Luis?
—Exacto –respondo–. Ahí estaban todos.
—Es verdad, estaban representadas todas las corrientes: quienes están libres, quienes están procesados, quienes están sospechados y hasta quienes están presos, que mandaron a alguien que los represente.
—Hay que reconocer que en eso el Gobierno es bastante parecido y tiene casi todas esas líneas internas –admito–. Excepto por una: no tiene a nadie preso.
—Son los beneficios de ser el Gobierno –opina Carla–. Lo quiero ver a Luis Caputo sin su partido en el gobierno... Pero ojo que hay algunas figuras importantes del Gobierno que están saltando al kirchnerismo.
—¿Quién? –pregunto.
—Carlitos Tevez –responde Carla–. ¿O no viste que salió que tenía negocios no declarados con los hijos de Lázaro Báez?
—Primero le hace el juego al kirchnerismo, después a River...
—Yo te dije que más que el Jugador del Pueblo, parece el Jugador de los Fondos Buitre.
—Mientras tanto, ¿qué pasa con el peronismo? –pregunto–. ¿Vos creés que el encuentro de San Luis puede derivar en algo?
—Yo creo que puede servir para sacar muchas conclusiones –responde Carla.
—¿Cómo cuál?
—En principio, determinar si se trató de una señal de unidad o de un agujero negro de dirigentes. Claro que existe un inconveniente…
—¿Qué inconveniente? –pregunto.
—Lamentablemente ya no está Stephen Hawking para explicarnos qué pasa en ese agujero negro –concluye Carla.