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Los dilemas políticos de esta hora

El Gobierno nacional y la oposición están ante un dilema político: si hacer lo posible para que la economía repunte o lo contrario.

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El Gobierno nacional y la oposición están ante un dilema político: si hacer lo posible para que la economía repunte o lo contrario. La respuesta al dilema es del tipo del famoso “dilema del prisionero”: cada uno debe tomar la decisión sin información acerca de lo que decidirá el otro, pero lo que conviene a cada uno depende de la decisión del otro.

El Gobierno calcula que sus posibilidades de ganar la elección presidencial de 2011 son muy bajas, pero no nulas. Si estuviese convencido de que no las ganará, y actuase como un jugador de la teoría del comportamiento racional, trataría de que las cosas anduvieran bien por ahora, pero no dejaría al gobierno que lo suceda una economía en buen estado. Su conveniencia en ese caso sería que la sociedad notara que este gobierno pudo mejorar las cosas pero que quien lo sucediera tuviera serios problemas de gobernabilidad. Así, mejoraría sus chances con vistas a 2015. Si el Gobierno estuviera seguro de que perderá en 2011, 2015 sería el escenario al que tendría que apostar sus fichas para no despedirse de la historia. El dilema del Gobierno aquí es que tal vez tiene alguna posibilidad de ganar en 2011; por remota que sea, en ese caso tendría que tratar de llegar a la elección presidencial con la economía lo mejor posible, tomando el riesgo de perder y dejarle al sucesor un buen panorama.

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En esta posibilidad, el Gobierno tiene una carta compleja: si aspira a ganar en 2011, la economía debe mejorar, pero si pierde, su meta debería ser llegar al ballottage, y saliendo segundo, convertirse en la principal oposición. En este caso, si el kirchnerismo controlase a partir de 2012 a los grupos capaces de generar conflictividad social y mantuviese suficiente peso en el Congreso, dispondría de capacidad para complicar las cosas al próximo gobierno lo suficiente como para contribuir a su fracaso. La sociedad ha construido una imagen de ese escenario: gobierno radical hostigado en forma terminal por una oposición peronista.

El futuro dependería entonces de cuánto ese eventual gobierno radical haya aprendido de las lecciones de los últimos 25 años. Si pudiese persuadir a la sociedad de que “esta vez es distinto”, eso lo ayudaría a neutralizar la amenaza de una oposición boicoteadora.

El dilema de la oposición es inverso. ¿Le conviene contribuir hoy a que la economía mejore o tratar de que el Gobierno fracase? Sin duda, un fracaso del Gobierno aumenta las posibilidades de un triunfo opositor en 2011. Pero al mismo tiempo, esa situación compromete seriamente la gestión del gobierno que suceda al actual ese año. Si la oposición ayuda constructivamente a que la economía mejore, aumentan las chances K en la elección presidencial.

Sin duda, este análisis basado en el supuesto de jugadores de ajedrez enteramente racionales no es realista. Las decisiones políticas contienen muchos ingredientes no racionales; entre otros, el compromiso con el bienestar del país –más allá de las conveniencias calculables de cada uno– y las limitaciones a la percepción y la ofuscación de cada uno a la hora de tomar decisiones –aunque intenten hacer lo que más les conviene, pueden optar por caminos equivocados para ese fin–.

Es evidente que para la mayoría de los argentinos lo más conveniente sería que tanto el Gobierno como la oposición optasen por contribuir a la recuperación de la economía, deponiendo todo tipo de conveniencias políticas de corto o mediano plazo. Si las dos partes decidiesen por esa opción, la economía argentina rápidamente recobraría ímpetu; modestos incrementos en los niveles de confianza, en la inversión y en la reinserción internacional tendrían un impacto inmediato y enseguida nuestro país podría volver a aprovechar las circunstancias externas favorables. Eso supondría que las decisiones políticas relacionadas con la marcha de la economía no estarían condicionadas por cálculos políticos. La sociedad tiene tan clara esta preferencia que, como cualquier encuesta lo revela, la mayoría de los ciudadanos no quiere ni oír hablar de la próxima elección presidencial.

Pero el hecho es que hay otras posibilidades. Es posible que el Gobierno busque que la economía mejore y la oposición se oponga tenazmente. Es igualmente posible lo contrario: la oposición tratando de introducir racionalidad en la política del Gobierno y el mismo Gobierno persistiendo en poner trabas a la inversión productiva. Y, lo peor de todo, es posible que tanto Gobierno como oposición sólo busquen que la economía siga sin recuperarse, cada uno pensando que eso es lo que más le conviene. Muchos creen que la situación actual del país real está más cerca de ese escenario que de cualquiera de los otros.

Para entrar al escenario preferido por la sociedad, sería necesario que se quebrara la situación de falta de diálogo entre oficialismo y oposición, un consenso sobre políticas de crecimiento del país que debe estar por encima de los cálculos electorales.


*Rector de la Universidad Torcuato Di Tella.