El problema básico del matrimonio Kirchner es que el kirchnerismo tiene cada día menos kirchneristas.
Ambos cónyuges han sido los principales responsables de ese vaciamiento paulatino iniciado mucho antes de las elecciones.
Y las elecciones sólo los pararon frente a un espejo que se les venía encima pero se negaban a mirar, pese a las innumerables advertencias de propios y extraños, en quienes sólo se mostraban capaces de identificar a golpistas, traidores o flojos.
Ahora, los dos años de gobierno que les quedan por delante los obligan a descubrir lo que como peronistas supieron siempre: las derrotas destruyen, ante todo, lealtades.
Cristina sabe que puede equivocarse feo al dar por hecho que el país terminó el 28 de junio partido en tres partes iguales: un peronismo de centroizquierda con ellos a la cabeza; otro de centroderecha indefinido aún entre Mauricio Macri o Carlos Reutemann, y una socialdemocracia radical-socialista. Más que por convicción, lo dijo por la necesidad de no darse por muerta e insinuar que, como mínimo, ella y su marido preservan aún cierta capacidad de daño.
No estuvo mal que haya hablado de diálogo y de consenso, permitiéndose preguntar si en el diálogo y el consenso alguien estará dispuesto a escuchar lo que tenga para decir la Presidenta de la Nación. El asunto es que sus palabras hace rato que no generan confianza, sino rechazo.
Menos mal aún estuvo que el irascible Néstor Kirchner haya sido el primero en renunciar al único cargo que detentaba, la presidencia del PJ. Pero él mismo debería hacerse cargo de que ese gesto positivo haya sido interpretado como más de lo mismo. En última instancia, dejó la conducción del PJ tal como la había copado: sin consultar a nadie.
Tampoco está mal que no se dé vuelta un gabinete como una media en respuesta inmediata al pedido de algún editorialista o de Pino Solanas, quien, en todo caso, salió segundo en la Capital y no primero a nivel nacional. Todo tiene su tiempo. Está ultrademostrado que los Kirchner son los Kirchner y no quienes otros pretenden que ellos sean. Lo que nadie sabe a una semana del tortazo electoral es en qué estarán dispuestos a ceder. No cuentan con todo el tiempo del mundo para explicitar –con palabras, gestos y medidas– qué lectura hicieron del fatídico domingo 28.
Los pocos kirchneristas puros que quedan están hoy divididos en tres:
* Los que culpan a los votantes por haberse tragado la campaña destituyente de la derecha. Así piensan los intelectuales de Carta Abierta, por ejemplo.
* Los que culpan a los intendentes del Conurbano por no haber encendido la luz roja en el último tramo de la campaña y se autocritican por no haber repartido más recursos en las zonas más pobres. Entre ellos se anotan Mario Ishii y el golpeado Florencio Randazzo.
* Los que insinúan que el problema era Kirchner y celebran el lugar vacante dejado por el ex presidente en el PJ. Los gobernadores que ganaron en sus provincias integran, cada día con menos diplomacia, este grupo.
Kirchner hace que escucha más a las primeras dos alas que a la tercera, que en realidad es la que más lo desvela. Ayer cayó por sorpresa en la asamblea mensual de Carta Abierta en el Parque Lezama (ver página 4), donde unos doscientos cráneos universitarios denostaron a “los candidatos impuestos por la televisión” y aplaudieron a quien les pidió asumir que “se gana y se pierde” y les anunció que tiene pensado salir a recorrer el país. A ellos, Kirchner los necesita para preservar el elegido perfil de centroizquierda. Y los tendrá de su lado mientras no se archive para siempre el proyecto de la nueva ley de radiodifusión. Los otros resultan fundamentales para rediseñar una masa crítica de apoyos políticos que oxigene a Cristina.
Se desconoce si fue por mínimo buen gusto o sensata convicción que Néstor y Señora se abstuvieron de mencionar al “golpismo agromediático” en sus primeros balances del 28 y el 29. Sea como fuere, acertaron en ubicar el problema de la gobernabilidad como su principal desafío post electoral. Falta que aclaren, de todos modos, si eso para ellos significa que se los siga dejando hacer o si entenderán que, casi como una cuestión física, las circunstancias los obligan a cogobernar aunque sea un poquito. Si no se revela antes, una pista para resolver el misterio será dada por las condiciones en que se empiecen a debatir la emergencia económica y los superpoderes.
Sin embargo, la gobernabilidad dista de ser el único punto sensible de la Presidenta. El hecho de haber postergado la emergencia sanitaria por las elecciones la coloca en una situación demasiado antipática que podría mutar en un altísimo costo político si subiera la curva de muertos por la gripe A. Ya circulan cadenas de mails convocando a un cacerolazo para el miércoles 8. Lo mejor para todos sería que el virus se tranquilice.