Aquellos que pueden hacerles creer enormidades, pueden hacerles cometer atrocidades”. Quien recuerde esta frase de Voltaire, y se haya enterado de la desclasificación y publicidad el primero de abril de 2008 del memo del año 2003 enviado por el Departamento de Justicia al Pentágono, es difícil que no haya relacionado ambas cosas. El documento de ochenta y una páginas que vio la luz, está firmado por John Yoo, catalogado después del huracán como “el más poderoso oficial asistente del procurador general en la historia del Departamento de Justicia”. Yoo, quien hoy enseña leyes en la Universidad de California en Berkeley, sostuvo en aquellos años desalmados que debido a los poderes inherentes al presidente en tiempos de guerra, numerosas leyes y tratados que prohíben la tortura y los tratos inhumanos, crueles y degradantes no eran aplicables a los interrogadores norteamericanos en tierra extranjera. Inflamado con la promisoria línea argumentativa, añadió que sólo sería ilegal la conducta de quien produjera en el interrogado un “shock en la conciencia” inspirado por la malicia o el sadismo de sus inquisidores. Según Yoo, sumergir la cabeza de un prisionero en agua no es suficiente para hacerle creer que está por morir; mucho menos, por supuesto, golpearlo, aplicar violentamente las palmas de las manos sobre sus oídos o zamarrearlo hasta hacerlo rebotar entre cuatro paredes. Según reportó el Washington Post, ni el procurador general de entonces, John Ashcroft, ni su lugarteniente, Larry Thompson, estaban al tanto.
El Departamento de Justicia repudió inmediatamente la idea de que no hay límites constitucionales para las medidas y las investigaciones militares en tiempos de guerra, y recordó que nueve meses después de su envío, informó al Departamento de Defensa que no debía basarse en dicho texto. Scott Silliman, un ex abogado de la Fuerza Aérea especializado en leyes, ética y seguridad nacional, sostuvo que el memo ayudó a construir una cultura que, en ausencia de liderazgo de los rangos mayores del Pentágono, permitió los abusos de Abu Ghraib y de otros lugares. La periodista Jane Meyer narra el caso de Mamdouh Habib, un ciudadano australiano de origen egipcio, arrestado en Pakistán en octubre de 2001 y entregado a la CIA. Los norteamericanos le cubrieron la cabeza con un pasamontañas, lo subieron a un avión, y lo trasladaron a un país “amigo”. Contó que fue sádicamente torturado en la Base de Guantánamo y golpeado con una serie de objetos, incluido un instrumento que él describió como “una picana eléctrica para ganado”. Los torturadores de la CIA y de las tropas ubicadas en Guantánamo lo amenazaron con que si no confesaba pertenecer a Al Qaeda sería violado por perros entrenados para esos menesteres. El “interrogatorio” a Habib duró seis meses. Hasta ahora nadie ha desmentido a Jane Meyer. Con motivo del Programa de Vigilancia Terrorista, que permite a la Agencia Nacional de Seguridad interceptar sin necesidad de orden judicial llamadas y correos electrónicos hacia y desde Estados Unidos como parte del esfuerzo por derrotar a Al Qaeda, John Yoo fue convocado a un debate. En esta ocasión nutrió la idea de que un presidente no está obligado a obedecer a ciegas todo acto del Congreso, especialmente si afecta a su autoridad constitucional como comandante en jefe. Su contraparte le respondió que su argumento equivalía a decir que las tres ramas del gobierno federal eran iguales, pero que el Ejecutivo era “más igual” que las otras. Lo llamativo es que quien dijo eso fue el ex congresista por Georgia Bob Barr, un político conservador sin melindres, conocido por su importante papel en el intento de destituir a Bill Clinton en 1999. Brechas de las derechas. A partir del conocimiento público del memo del 13 de marzo de 2003, importantes corrientes de opinión de los Estados Unidos han pedido desde la expulsión de Yoo de la cátedra, argumentando que si forma abogados como formó interrogadores perfectamente pueden dedicarse al derecho los sargentos primero, hasta el retiro de su licencia para ejercer la profesión. Termine como terminare el evento, bueno es recordar la reflexión de Octavio Paz: “Los hombres modernos parecieran pretender que su pensamiento es esclarecido. Pero ese esclarecido pensamiento nos ha dejado dentro del laberinto de una pesadilla en la que cámaras de tortura son repetidas sin fin en los espejos de la razón”.
*Ex canciller.