Y luego, sin darse prisa,
apartando a los curiosos
se retira receloso
entre el murmullo
de admiración.
Pero apenas dio unos pasos
se volvió y con arrebato
les gritó de puro guapo:
“Me he cobrado su traición”.
(Fragmento del tango De puro guapo, de Fernández Díaz e Iriarte, grabado por Carlos Gardel
en Barcelona, el 20 de junio de 1928).
Eduardo Duhalde se fue sin irse y ahora regresa, sin volver. No pretende cargos, avisa el
desdibujado y temible caudillo bonaerense. Sólo quiere “reconstruir el Partido
Justicialista” y consumar “la reforma política tantas veces postergada”. Casi
nada.
Un kirchnerista de tercera línea llamado Edgardo Depetri le pone palabras a lo que la mayoría
de los suyos aún trata de digerir entre suspiros: “Duhalde vuelve a la política para promover
los saqueos, como hizo en 2001 contra Fernando de la Rúa”. Digámoslo de una vez: si la
historia fuese tan linealmente repetible como la supone la versión de Depetri, este diputado
nacional de origen sindical debería relajarse y hasta ponerse contento. De aquella supuesta
actividad conspirativa del duhaldismo en 2001 surgió, en 2003, la candidatura de Néstor Kirchner,
quien no denunció nada entonces y llegó al poder debatiéndose entre ser “el delfín de
Duhalde” (como lo llamaba todo el mundo) o “el Chirolita de nadie” (como trataba
de diferenciarse él, ya triunfador tras la fuga de Carlos Menem en el ballottage).
De todos modos, lo raro no es que Kirchner haya sido ingrato con Duhalde, sino que le haya
dejado tantas puertas abiertas para un ruidoso retorno.
El 11 de diciembre Kirchner amanecerá ex presidente, como Duhalde. Los dos se encontrarán en
el llano, aunque lo más probable es que el llano de uno sea más llano que el del otro: es de prever
que Kirchner amanecerá en Olivos, estrenando el papel de Primer Caballero.
Los dos se proponen lo mismo, pero al revés. Kirchner pretenderá cosechar un nuevo movimiento
histórico luego de cuatro años de sembrar fondos en territorios provinciales que, de otro modo, le
hubieran sido esquivos.
Duhalde buscará restablecer viejas estructuras como quien maneja una ambulancia. Son
demasiados los heridos del Proyecto K. Y él habla con casi todos:
* Habla con Roberto Lavagna y con su puntal, Raúl Alfonsín (se mostraron el viernes, en un
homenaje a Rogelio Frigerio).
* Habla con Mauricio Macri.
* Habla con Ramón Puerta, puente entre el macrismo y el peronismo potrerista de los Rodríguez
Saá y los Menem.
* Habla con sindicalistas moyanistas y anti moyanistas, ausentes de las listas de candidatos
del Frente para la Victoria.
* Habla con industriales, productores agropecuarios y empresarios de los servicios, a quienes
suele convocar a las veladas semisecretas del revitalizado Movimiento Productivo Nacional.
* Habla con los jerarcas de Repsol y Teléfonica, grandes inversores extranjeros en el
país.
* Habla con Lula y con otros líderes del Mercosur y de otras regiones, temerosos del avance
de Hugo Chávez; habla con Ricardo Lagos (con quien suelen hablar de la mala fortuna de Michelle
Bachelet, quien viene apagando un incendio por día gracias al desgaste del modelo chileno y de su
Concertación política).
* Habla con la cúpula eclesiástica, a la cual no deja de agradecerle el papel conciliador
durante su presidencia transitoria.
Duhalde cree (y cree que la mayoría de sus interlocutores conciden en ello) que es el único
capaz de “frenar la hegemonía de los Kirchner” y de provocar un “cambio
generacional en la conducción política” de la Argentina.
Por eso pone sus mayores expectativas en sus charlas con Macri y con el único oficialista a
quien aprecia de veras: Daniel Osvaldo Scioli.
En más de una partida de ajedrez con el vicepresidente y candidato a gobernador bonaerense,
Duhalde se ha esmerado en anticiparle una “condena” que vivió en carne propia:
“Con esta coparticipación injusta es imposible no chocar contra la Nación”, le repite
cuantas veces puede. El caudillo confía en “la racionalidad y la inteligencia de
Daniel”, dos atributos del vice que el gran público aún no llega a percibir, acaso porque la
popularidad del ex motonauta y la belleza de Karina Rabolini aún no dejan ver más allá.
Lo cierto es que Kirchner y Duhalde volverán a verse las caras. Suele decirse que “los
guapos se acabaron cuando se inventó la pólvora”. Ojalá eviten la tentación de confirmarlo.