La política puede ser pensada por la capacidad de generar circunstancias de excitación en momentos muy específicos. Con la excitación, se tiende a señalar lo opuesto a la tranquilidad o al aplacamiento, y que llama especialmente la atención por la exageración de su diferencia con el resto de la vida cotidiana, que ofrece menos momentos de gloria y más de recurrencia. Con esto se logra además una ventaja operativa, en términos de que es identificable, en sus episodios, sin mayores dificultades, porque llama especialmente la atención como diferencia.
Pero esta sencillez que ofrece su detección habla de algo especialmente relevante, y tiene que ver con su relación frente al tiempo. Mientras la vida cotidiana es interminable, la excitación es solo una exageración momentánea, y el inconveniente de la política es que debe lidiar con esta duplicidad en un formato social masivo, confundiendo recurrentemente un estado de excitación propia de sus protagonistas con la realidad de la vida cotidiana de sus votantes. Esto lleva al inicio de sus problemas.
En el momento de mayor gloria de la experiencia kirchnerista, una cantidad exagerada de sus propios protagonistas confundió sus victorias electorales con un acompañamiento ideológico pleno de las masas a su proyecto político. Esa versión del peronismo no solo se dedicaba a tratar con el desarrollo de la administración pública y a llevar adelante trámites administrativos, sino que elevó a escena el acompañamiento de una cantidad suficiente de intelectuales que se habían desplegado en el ostracismo académico por décadas y que ahora encontraban un momento mágico para creer que las ideas de ellos eran, en ese nuevo momento, las de todos. Visitaban programas de televisión, explicaban lo que pasaba con las tensiones sociales de Argentina, atacaban a rivales y se reunían con los principales dirigentes con sonrisas, y justamente, especial excitación. Se imaginaba que una obsesión personal era una obsesión masiva.
La figura del intelectual requiere algún tipo de precisión analítica, en especial porque le es muy sencillo recorrer con sencillez este camino hacia la confusión. Como muy bien ha sido explicado por Mariano Plotkin y Federico Neiburg, el intelectual en el mundo moderno es quien se identifica como poseedor de un conocimiento generalizado, que puede estar o no vinculado a la academia, y que especialmente se siente alejado de los procesos de gestión pública, porque para eso están, justamente, esa especie nueva de nuestra era, y que hasta puede actuar como de su propia contracara, o como incluso, objeto de sus críticas, que son los expertos. Los primeros no se especializan más que en pensar críticamente el mundo; los segundos, en meter mano en ese mundo para gestionar sobre él. Milei tiene a intelectuales, como Cristina tiene a los suyos; y Milei tiene a los expertos en su gestión, como Cristina supuestamente tenía a los suyos. En cualquier gobierno, el que primero advierte los problemas reales es el “experto” en la gestión, mientras que el intelectual le sirve para imaginar que todo sigue muy bien.
Toda experiencia política exitosa, y en este sentido el éxito asumido como un logro electoral, tiende a ser acompañada, y al mismo tiempo criticada en espejo, por intelectuales. Estos, en la mayoría de los casos no intervienen en la gestión, pero producen activamente procesos en general fantasiosos de lo que creen va ocurriendo en el mundo, al que se dedican a traducir para la comprensión generalizada de los líderes que acompañan, o de un público atento, que pasa, en consecuencia, entre otros fenómenos, a comprar sus libros. En estos días se espera un éxito de ventas del libro de Agustín Laje, de la misma manera que fueron en su momento éxito de ventas los libros de filosofía de Darío Sztajnszrajber. Ambos se unen en la búsqueda de combinar un supuesto saber profundo con la misión de disminuirlo para la comprensión colectiva para utilizarlo en supuestas batallas culturales contra alguien; pero especialmente, se los puede encontrar como críticos y excitados, ante los éxitos de los procesos políticos que imaginan como posiblemente totales en términos de momento ideológico.
En este tiempo presente, la excitación de los intelectuales que se autodescriben como de derecha es bastante notable. Si bien muchos de estos representaban casos de éxito previos y especialmente impresionantes en redes sociales, se han desplegado en el ahora con especial relevancia en gran parte de los medios de comunicación, en donde se encontrarían sus rivales. Esto tiene carácter novedoso para la experiencia kirchnerista anterior, aunque tiene cierta explicación como producto de sus creencias.
Mientras el kirchnerismo destinaba recursos del Estado para generar sus propios espacios de difusión de ideas (algo con especial fuerza en la tradición peronista); estos liberales van a los programas que ofrece el mercado de medios para desde allí avanzar a palearse con los conductores de medios a quienes consideran parte del problema. El círculo termina con algo tal vez no tan diferente al kirchnerismo, porque luego estas intervenciones son recortadas en fragmentos específicos con conclusiones en sus títulos sobre el desarrollo de esa entrevista. El influencer Danann titula él mismo: “Danann doma salvajemente a dos periodistas progres”, ofreciendo no solo el video, sino la manera en que deberá ser observado el material. Así, la expansión en medios ajenos, la insistencia en presionar públicamente con sus ideas, en general en formato de escándalo, tiene parte importante de su explicación en la sensación de éxito del momento de una experiencia política con la que se sienten identificados. Esto, probablemente, sea una exageración en sus sentimientos.
Para el caso de Milei, y su actual momento de excitación, vale la pregunta sobre la extensión del acompañamiento ideológico de la población al acumulado de paquete de sus ideas. La existencia e incremento público de estas figuras, que incluso llevó adelante un festival de la derecha el pasado 5 de octubre, actúa hoy como un equivalente funcional de Ricardo Foster o del ya fallecido Horacio González, a través de los cuales, entre otros, se confundió un momento de éxito económico con un reflejo cultural masivo de ideas que ellos sostenían. En el país que le toca a Milei, la derecha crece como expresión de autodefinición, pero probablemente con una agenda de contenidos poblacional menos ambiciosa de la que los pensadores de Milei tienen en el horizonte. Lo que hoy es exaltación y felicidad podrá ser escarnio público en el futuro.
Las sociedades hacen lo que pueden con sus momentos. Su propia diferenciación interna, es decir, su aumento constante de complejidad, hace que se vayan acompañando o rechazando aquellos casos que la política va rotando como alternativas supuestas de preferencias, en unos trayectos de vida en los que su propia existencia no se basa solo en el amor o rechazo a los presidentes, sino a sus economías, sus problemas legales, sus relaciones íntimas o sus amistades. Si la política en un momento determinado parece dar algo con sentido, se lo votará, pero el problema de los intelectuales es que no pueden tratar su propia ignorancia, oculta en aquello que creen saber describir. Cuando esto pasa, tienden a enojarse con su objeto para acompañar momentos poco democráticos, y la excitación toma la forma de la furia, en especial contra ellos.
* Sociólogo.