Llegó el mismo mensaje por doble vía: impugnarlo a Julio Cobos como jefe de la banda (¿de rock, de fascinerosos o de opositores?). Coincidencia de partes desde EE.UU., en el viaje internacional más logrado en fotografías por Cristina de Kirchner. Sin embargo, otra instrucción tuvo un solo emisor y, luego, se contradijo y corrigió por una orden superior en el mismo lugar. Como si un poder se impusiera a otro: inicialmente, se mandó a erosionar, por razones de edad, al miembro de la Corte Suprema Carlos Fayt, con la intención de que renuncie o, al menos, se calle la boca y deje de cuestionar al Gobierno (además, se lo supone, por pronunciamientos anteriores, cercano a Clarín). Al primer reclamo contra Cobos se atoraron por difundirlo el locuaz Aníbal Fernández y el no menos diligente Florencio Randazzo, mientras en el segundo mensaje se anotaron Carlos Kunkel –quien se cree humorista y, además, supone que sus temblores no son por razones de edad, como los que padece Fayt– y Agustín Rossi, ambos demandando el retiro de la Corte del anciano ministro. Cuando se enteró de esta última reproducción, al parecer la Presidenta se habría molestado y ordenó cambios: nadie más se anotó en la degradación a Fayt y hasta Miguel Angel Pichetto, desafiando otras voces, expuso que el ministro de la Corte era un jurisconsulto de nota y avezado docente. Como si Cristina no deseara enlodar a quien fue, seguramente, su profesor platense en Derecho Político, lujosa cátedra que compartía con Silvio Frondizi y Julio Cueto Rua, los tres entonces objetados por esos jóvenes peronistas militantes tan cercanos a los Kirchner, uno por su afinidad con el ERP, el otro por su vinculación con el socialismo y el tercero por cierta formación liberal.
Esta reconsideración atribuida a Cristina, en obvia distinción a lo que instruía su marido en el mismo viaje, en rigor podría encerrar un interés político: otro miembro de la Corte Suprema, Enrique Petracchi, también está por vulnerar en edad los límites constitucionales para permanecer en el cargo (Fayt, como se sabe, requirió un amparo al respecto). Y, como suele decirse, la partida de Petracchi, al ser hoy el ministro más afín con el Gobierno, vendría a ser contraria a los intereses oficialistas. Nadie crea que él y la mandataria hablaron de este tema en un encuentro reciente, cuando ella advirtió lo bien que encontraba a Petracchi a pesar de los años, le alabó su pasado peronista y, sobre todo, su oposición al último comunicado que suscribieron sus compañeros de la Corte cuestionando unas declaraciones intimidatorias del Gobierno. Por esas razones de peso, en especial la última, y su inveterado enfrentamiento con el que siempre eligen para presidir la Corte es que, cuando cumpla este año los 75, el lugar de partir ipso facto, Petracchi seguirá en ese palacio, enrabiado con Fayt –y Ricardo Lorenzetti, claro–, ira personal que arrastra hace años y que, si pudiera, resolvería a las trompadas (lidia en que, se supone, el preferido de Cristina llevaría las de ganar: es un experto tirador como hombre de caza, tambien con destrezas en el uso del cuchillo).
Más que Fayt y Petracchi, de estas conveniencias surge otro dato: la diferencia de estilo, cada vez más evidente, entre los dos protagonistas del matrimonio. Producto este cambio de ambos, tal vez, de la evidencia recogida por los focus groups de las encuestas que tanto les cuesta aceptar a la pareja: la gente no tolera las sabihondas clases desde el atril. En ella, esta alteración de conducta se observa con más nitidez, especialmente desde que revela cierta autonomía individual, más dedicación a la tarea específica (ya no es la mujer que iba a trabajar sólo a la tarde y se obsesionaba por afeites y vestuario).
Convendría atender algunas preguntas vinculadas a la cuestión:
◆ Si Néstor hubiera sido el presidente, ¿Ricardo Jaime tropezaría con las complicaciones judiciales que padece? Quien siempre gozó de un perdón masculino, obligado, no figura ahora en la prioridad femenina.
◆ ¿Cabe imaginar a Néstor, al revés de lo que ha hecho Cristina, soportando en una tertulia gastronómica a empresarios que detesta o a figuras políticas odiosas como Alberto Rodríguez Saá o Mario Das Neves, personaje que les repugna a pesar de comulgar con la misma hostia negra del petróleo, y al que consagran tiempo y dinero para desalojar de Chubut, contratando o persuadiendo a punteros e intendentes; o Mauricio Macri, para ellos un advenedizo en la profesión, alguien que entró por la claraboya gracias a la fortuna del padre y al que miran sospechosamente porque ha empezado a medir con razonabilidad en el Conurbano bonaerense?.
◆ ¿Sería Amado Boudou todavía ministro luego de insistir con las visitas al FMI y, lo peor, llevando a gente del INDEC para esas conversaciones? A pesar de este desvío para el criterio nestoriano, justo es admitir que el varón aún dispone de poder para conservar ministros como Julio De Vido, otro que sin ser Jaime figura entre los menos deseados por ella. Aunque lo lleve de viaje. ¿O nadie se acuerda que, antes de asumir, el mayor confidente de Cristina, Alberto Fernández, presumía de que él no continuaría en el cargo si De Vido no se retiraba del Gabinete? ¿Hablaba sólo por él?
Podría haber más ejemplos de cómo una recta se ha convertido en dos paralelas, tocándose entre ellas contra cualquier ley física. Simultáneo fenómeno este de los K con el crecimiento económico que oculta ciertas quejas populares, el deshielo de algunas furias y, en paralelo, la decepción que genera el hasta hace poco esperanzado bloque opositor, algo fragmentado y soberbio, que se enoja como los Kirchner y, para su perjuicio, termina en discusiones bizantinas como la formalidad de un decreto o la constitucionalidad de una ley. Lejos de la vida cotidiana, mientras a las casas las asaltan los maleantes o la inflación. En ese marco, como un reguero se escucha el interrogante –entre sectores medios y altos– que en verdad encierra un temor: ¿es posible que Néstor Kirchner pueda renovarse en el poder el año próximo?
Y comienzan, con esta inquietud, los cálculos matemáticos sobre la primera vuelta, en torno a la posibilidad de que el santacruceño alcance el 40% y su más inmediato rival quede a más de diez puntos de diferencia, lo que haría innecesaria la segunda (en la que Kirchner, dicen, sería derrotado). Sensaciones, claro, como la del propio Néstor, que se siente forzado candidato para completar su misión histórica de desendeudar a la Argentina en un mandato siguiente (son sus palabras, claro), al tiempo que lamenta no haber acercado mucho antes a su mínima craneoteca de genios a un productor de TV que ahora lo regocija. O mirar con cuidado el curso y desenlace de Telecom, la caída de algunos que parecían seguros ganadores, y el esplendor de la batalla con Clarín, grupo al cual –han empezado a pensar– no convendría darle la ventaja de trasladar a la Justicia el debate por la constitucionalidad o no de la media sanción del impuesto al cheque. Si se optara por esa vía, finalmente, a la posibilidad de que el Poder Judicial arbitre sobre el Legislativo, le otorgarían sentido al camino que emprendió el grupo para demorar su división, acompañado por otros grupos que aspiran a la misma meta. A veces, por enredar a otros, el oficialismo se enreda entre sí.