COLUMNISTAS
Cargas impositivas

Los que se quedan y los que se van

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Cuando estalló la crisis de 2001 se escucharon muchas voces que reclamaban “que se vayan todos”. Ese “todos” se refería a la clase política en su conjunto, ya que hacía mucho tiempo que se sucedían gobiernos de diferentes signos y la situación socioeconómica de las mayorías seguía empeorando. Ese rechazo generalizado se vio reflejado en las elecciones de 2003 cuando ningún candidato llegó al 25% de los votos.

Pero unos años más tarde una fuerte mayoría vuelve a entusiasmarse y vota, con dos reelecciones consecutivas, una propuesta que gobierna hasta 2015; la que pese a haber contado con condiciones externas excepcionales dejó el país con 30% de pobres. Vino después el mejor equipo de los últimos cincuenta años y terminamos con una inflación galopante, estancamiento de la economía y aumento de la pobreza. Ahora elegimos a un nuevo gobierno que, pese a la fachada de un presidente amable, no puede disimular el poder real que gobernó hasta 2015; al que además le sirve la pandemia para esconder su falta de ideas para superar el crónico estancamiento económico y la pobreza estructural. Sin embargo, y a pesar de estos fracasos y de los riesgos de una crisis aún más grave, la sociedad que reclamaba por el “que se vayan todos” ahora se muestra desorientada y, según el estrato social alcanzado, los ciudadanos ensayan diferentes explicaciones y responsabilidades. Resultado: la clase política se queda y sigue haciendo lo mismo de siempre.

Frente a estos cambios en el comportamiento de los argentinos en su relación con la clase política, suele recurrirse a la ciclotimia que nos caracterizaría para intentar una explicación. Puede ser; pero hay hechos objetivos que encuentran apoyo en lo que pasa en la estructura productiva, lo que en buena parte es resultado del mal manejo que hace la clase política de las responsabilidades que le caben al Estado. Las ventajosas condiciones externas de principios de siglo no fueron aprovechadas para incentivar las inversiones productivas que generarían empleos genuinos. Ello llevó a que el Estado tuviera que suplir esas falencias, y esto hizo que durante el período que va de 2001 al presente la asistencia a ciudadanos que carecían de empleo regular y de ingresos suficientes se incrementara en un 221%, y el empleo público en un 70%. Unos 20 millones de personas (un 44% de la población total) pasa a depender del Estado para sobrevivir: beneficiarios de planes sociales y de la AUH, a los que se suman jubilaciones sin aportes previos, pensiones por invalidez y empleados públicos de nación, provincias y municipios, entre los cuales hay tanto carenciados sociales como amigos del poder que se aprovechan de las bondades de un Estado “generoso”. Se entiende que este alto porcentaje de argentinos no piense ya en el “que se vayan todos”, dada su dependencia respecto de una clase política que aparece como su salvadora o al menos benefactora.

Los resultados de esa dinámica de la estructura productiva manejada desde el Estado por una clase política ineficiente e irresponsable incrementaron fuertemente el volumen de los recursos necesarios para atender tamaña expansión del gasto público. Y para ello se decide agobiar con nuevas cargas impositivas a las pocas actividades que efectivamente producen de manera eficiente, como es el caso del agro y de otras basadas en el desarrollo del conocimiento, las exportaciones de servicios, las actividades de Mercado Libre o las inversiones en energías no renovables. Esto ha llevado a muchos de ellos a buscar nuevas realidades políticas donde invertir, como ocurre con los que arriendan tierras en países vecinos, con los que trasladan a esas otras realidades sus emprendimientos (como Mercado Libre) o simplemente migran con sus proyectos tecnológicos de diversas especialidades.

Así debió empezar el éxodo venezolano. Es de esperar que como sociedad reaccionemos antes.

*Sociólogo. Club Político Argentino.