En PERFIL del domingo pasado, Juan José Campanella contestó mi columna del domingo 27 de septiembre en este mismo espacio. A decir verdad, Campanella no contestó mi nota, sino que se dedicó a acumular insultos contra mi persona. Sin embargo, sus escasos argumentos me sirven para ampliarles al amable lector y a la gentil lectora, los míos propios en torno al tema bajo discusión.
Antes, una reiterada aclaración. Como mencioné en mi nota original, admiro el trabajo de Campanella y considero a su película El secreto de sus ojos una obra extraordinaria.
Paso al tema de fondo. Mi nota marcaba la paradoja de que fuera precisamente Campanella el ejemplo más claro de que la calidad y el talento no necesitan “cuotas de mercado” ni obligación de difundir programación local ni derechos de antena, ni nada similar, un defensor tan ferviente de estos elementos que contiene la nueva Ley de Medios. El argumento de este director es que su película es un éxito gracias al esfuerzo promocional de Telefe y que, pese a superar 1.600.000 espectadores, pierde plata.
Justamente, mi nota argumentaba que si había que destinar fondos o espacios públicos para promover el cine nacional, que ese dinero se destinara a marketing y publicidad que parecen ser los rubros más costosos para la difusión de la existencia de una obra de arte local, en lugar de subsidiar de forma opaca y discrecional la producción de películas y que, en todo caso, la radio y televisión del Estado (no del gobierno de turno) podían apoyar esa difusión en forma eficiente.
Además, llamó mi atención del argumento de Campanella el hecho de que pese al éxito extraordinario de su película, “pierde plata”. Veamos, entonces, los números. De cada entrada de cine vendida en las salas argentinas, al realizador le quedan algo más de 5 pesos. De manera que 1,6 millón de espectadores a $ 5 (son casi $ 5,50 pero sólo para redondear) resultan en $ 8 millones. El costo de producción de una película argentina similar, en cuanto a despliegue de producción, en 2008, fue de alrededor de $ 3 millones.
El INDEC del Kirchner que defiende Campanella dice que la inflación fue de, apenas, 7% en el período, pero como para nuestras estimaciones superó el 20% ,voy a usar ese número, redondeando en 4 millones el costo de producción. Pero claro, conseguir actores de calidad y que lleven público a las salas implica pagar otros honorarios.
Considerando todo esto, nuestros cálculos generosos indican que la película de Campanella costó $ 8 millones (el doble que una película argentina del mismo esfuerzo de producción). A esto hay que sumarle los costos de lanzamiento, el convenio con Telefé, la comisión del distriuidor, lo que lleva el costo total a unos $ 12 millones. Obviamente, si costó $ 12 millones y recaudó $ 8 millones, Campanella pierde plata. En otras palabras, una película argentina con 40% de mercado en las boleterías (un éxito inigualable) no es rentable. Pero Campanella “olvida” un pequeño detalle, el subsidio que financiamos nosotros que, en su caso, alcanza casi con seguridad a $ 3,5 millones, el máximo, si no han cambiado los datos en estos meses.
Es decir que, con el subsidio incluido, estaría casi “empatando”. A esto hay que sumarle las ventas de DVD (unos $ 15 por cada uno), los auspicios, ventas no tradicionales y las ventas de la película en el exterior. Dicho sea de paso, su película ya recaudó 1,7 millón de euros en España. De manera que, a menos que sus costos de producción sean muy superiores, o tenga muy malos administradores, Campanella ganó dinero con su película. Y a mí me parece muy bien. Y hasta me parece bien el subsidio público, si se da en forma transparente y por medio de un jurado imparcial y designado por concurso.
Ahora, ¿por qué le parece mal a Campanella reconocer que hace un buen negocio con su talento y el subsidio estatal? ¿Por qué nos miente?
Pero el punto central aquí es que, si la Argentina no tiene escala como para que una película superexitosa gane plata, menos la tiene para que en lugar de multimedios y telefónicas y proveedores de cable, en competencia y con buen control regulatorio, tengamos pequeños emisores locales tratando de sobrevivir. En ese mercado atomizado y sin escala que está creando la ley, la dependencia de la publicidad oficial, de los subsidios opacos del Estado (gobierno), el control de los contenidos que le convenga al que administra los fondos públicos –salvo los que circulen libremente por las nuevas tecnologías– será cada vez mayor y cada vez menos democrático. Lo contrario de lo que se sostiene.
Como en todo, también en cultura, producir calidad es costoso y la escala argentina obliga a organizaciones grandes con múltiples productos, con buena regulación. De lo contrario, lo que se está creando es un conjunto de medios menores dependientes del Gobierno de turno, conviviendo con algunos monstruos descontrolados que seguirán negociando con dichos gobiernos.
Ese es el verdadero secreto de Campanella y, sobre todo, de Kirchner.