Una de las ventajas de los tiempos modernos es que muchos libros sobre música están acompañados por una lista de temas que, con una foto desde el teléfono, se puede reproducir como acompañamiento o ilustración de la lectura. Así ocurre con Free Jazz; la música más negra del mundo en el que Mariano Peyrou (poeta, novelista, profesor de música y literatura) dice casi todo lo que el neófito, como es mi caso, quiere saber sobre ese particular género musical mientras escucha la playlist.
Son 109 temas y unas quince horas de música, que dan tiempo para leer el libro con detenimiento al menos un par de veces y, aunque unos pocos tecnicismos se le escapen al lego, el trabajo didáctico y ensayístico de Peyrou da como para enterarse del tema mientras la banda sonora dialoga con la lectura.
Hay tres cosas que caracterizan al free jazz. Una es que su discografía está acotada en el volumen y en el tiempo. Su núcleo está compuesto por un puñado de nombres, entre ellos Ornette Coleman, Cecil Taylor, Alvin Ayer, Eric Dolphy, Archie Shepp, con antecesores como Sun Ra, inspiradores como Theloious Monk y camaradas de ruta como John Coltrane, quien después de su interacción con Miles Davis se fue radicalizando hasta empujar el jazz a grados cada vez más importantes de libertad y de ruptura con la tradición. Para Peyrou, el free jazz “manifiesta y lleva a cabo un antiguo deseo (acaso inconsciente) del jazz, el de subvertir el sistema de valores de la música europea” y, en esa dirección, va prescindiendo de la armonía y la melodía del jazz clásico para concentrarse en el sonido y el ritmo, pero también en una paradójica dialéctica entre la más profunda introspección individual y la improvisación colectiva que viene de la música africana.
La otra característica es que su época de auge (desde fines de los cincuenta a mediados de los sesenta) coincidió con el momento más álgido de la lucha de los afroamericanos por los derechos civiles y muchas veces se suele correlacionar el furor polirítimico del free con las proclamas de Malcolm X, los disturbios callejeros y la conversión al islam de los más famosos deportistas negros. A veces, Peyrou se hace eco de estas interpretaciones, en otras retrocede frente a la inevitable mediocridad que resulta de la música panfletaria. El free no lo es, pero es difícil desprender esta revolución musical del de su contexto histórico y social, sobre todo cuando parte de sus artífices suscribían las proclamas de la época.
Aunque también es de algún modo necesario. Porque el free jazz tiene la mala fama de ser música fea, inescuchable, alejada del público (especialmente negro), demasiado intelectual, una nota al pie de la evolución del jazz cuyo triste final fue el neoclasicismo de los Jarrett y (peor aun) de los Marsalis cuando el rock lo desplazó en el gusto mayoritario. Por eso es tan interesante que Peyrou haya compilado la playlist que incluye casi todos los discos que cita en su libro y llegan a la pianista Geri Allen y al Art Ensemble de Chicago, hermosas manifestaciones free posteriores a los años turbulentos. La lista prueba que más allá de la discusión por quién la tiene más negra y de la deriva académica de toda música minoritaria, el free jazz suena fresco, inventivo, distinto y, sobre todo, muy placentero. Hagan la prueba y me cuentan.