Está cantado. Fecha de fiestas, se habla de las Fiestas, con mayúsculas porque vienen en tropel, con fines y principios y festejos especiales que han ido cambiando con los tiempos. Los tiempos cambian, decían las tías viejas con suspiros, y una agregaría con tono e intención heréticas ay, sí, por suerte los tiempos cambian te guste o no te guste. En la infancia por ejemplo, no había arbolitos de navidad; o los habría, sin duda, pero en Manchester o en Denver, no en el Rosario (lo de el Rosario le salió a un debido a la lectura de una dama digna y graciosa que cuenta sus recuerdos en un libro). ¿Cómo vino a parar el arbolito a nuestros festejos? Ni la más remota idea nos asiste en este trance. Interesante sería que algún filósofo de la vida diaria nos explicara cómo pasamos de la penumbra a las luces. Ah, sí: parece que fuera ahí adonde una quería llegar. El pesebre lucía en la penumbra: no había guirnaldas ni bolas de colores ni estrellas de papier maché. Había una escena en la que una podía poner la historia que se le ocurriera. Siempre teniendo en cuenta que existía una historia oficial que demandaba ser respetada y nada de cambios sacrílegos. Con el arbolito inauguramos las luces, la nieve, los renos, el gordo vestido de colorado, mientras el pesebre se replegaba a las sombras. No se confunda: una no está llorando por los viejos tiempos ni quejándose por los nuevos. Una lo que está tratando de hacer es hablar de las luces y de lo que tal vez significa, o no, haber pasado de la penumbra a la iluminación de un invierno de mentiritas. Hilando fino da la impresión de que se hubiera pasado del adentro al afuera en un salto de tiempo y escenario. ¿Será realmente así? ¿O será una sensación como dicen los tipos y las tipas pegados a los sillones de mando tapizados en pana real? Debe ser solamente, no una sensación, pero sí una componenda del ánimo y el entendimiento. Las luces se condicen con las fiestas y sobre todo con Las Fiestas. La penumbra le sienta bien al interior, el interior de la casa, el interior de cada una y cada uno. A ver ¡voto a bríos!, si alguna vez conseguimos fiestas en las que haya un equilibrio placentero entre luces y sombras, entre afuera y adentro.