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Nuevo gobierno uruguayo

Luis Lacalle Pou, el "inquilino transitorio del poder"

Luis Lacalle Pou asumió como presidente en medio de una liturgia envidiada en el mundo; las claves de su llegada al poder y de Uruguay como república idílica.

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¿Impensable por acá? El que llega y el que se va, juntos entre sonrisas y aplausos. | Cedoc Perfil

Los países predecibles, republicanos y normales pueden ser tediosos. Pregúntenle a Jorge Luis Borges, si no, por su amada Suiza. Uruguay nunca será frenético como la Argentina, sensual como Italia ni entretenido como los Estados Unidos. Tampoco llamará la atención del mundo porque bajo su suelo eventualmente se halle una reserva de gas no convencional como Vaca Muerta, o porque de sus costas oceánicas la majestuosa belleza de Fernando de Noronha vaya a atraer turistas del futuro a paraísos imaginarios.

El milagro de la democracia republicana y de un estado laico, moderno y representativo, aquí no lo mueve ni Dios.

Y, sin embargo, una vez cada cinco años quienes han nacido en esta tierra pequeña pero, sobre todo vacía, lloran. Y lloran de un modo muy poco habitual para los uruguayos: con orgullo. Porque el milagro de la democracia republicana y de un Estado laico, moderno y representativo aquí no lo mueve ni Dios.

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Una saludable tradición. Desde el regreso a la democracia, ocho gobiernos constitucionales fueron elegidos, siete de ellos sin proscriptos de ningún tipo y sin que nadie pensara siquiera en pronunciar la palabra “fraude”. Así es el Uruguay, cuyo pueblo le ganó un plebiscito a la dictadura militar. Y así también es la patria que asistió conmovida al compromiso por el honor, no por santos ni por evangelios, que hizo el presidente Luis Alberto Lacalle Pou en el Senado ante varios de sus ex compañeros de Parlamento, ante el ex presidente Julio María Sanguinetti, ante quien se lo tomó, el ex presidente José Mujica, y ante otro colega de ellos dos: un tal Luis Alberto Lacalle Herrera.

Es la tercera ocasión en que un hijo cuyo padre había sido presidente resulta electo. Pero es la primera vez que un padre está vivo y lúcido para verlo, contarlo y disfrutarlo.

Es la tercera ocasión en que un hijo cuyo padre había sido presidente resulta electo. Pero es la primera en que el padre está vivo y lúcido para verlo. 

Sin embargo, para cualquier observador extranjero, todo lo que rodea a la liturgia es tan hermoso como exótico, en un mundo cada vez más dogmático, caótico y autoritario. Pero el domingo 1 de marzo en Montevideo, estuvieron sobre la mesa todos los ingredientes necesarios para esa receta inverosímil, desde aquella promesa que Lacalle, a sus 46 años, hiciera frente a un ex guerrillero que estuvo preso más de una década, hasta los sinceros saludos de afecto que se prodigaron los miembros de las fuerzas políticas que se enfrentarán en el Parlamento, la entonación que el Coro del Sodre y la soprano Luz del Alba Rubio realizaran del himno nacional y los innumerables gestos de respeto, cariño y fraternidad que se prodigaron Lacalle Pou y Tabaré Vázquez.

Es cierto que hubo hombres como Baltasar Brum, Máximo Santos, Juan María Bordaberry y Feliciano Viera, que asumieron la primera magistratura siendo más jóvenes que Lacalle. Pero  había que verlo al flamante presidente de la República, de 46 años de edad, abrazando a Tabaré Vázquez, de 80, con el fervor con que un mentor le desea suerte a un alumno dilecto al que le espera una tarea dificilísima.

Aclaración antigrieta: Vázquez, un socialdemócrata moderado, fue el primer mandatario de izquierda en la historia de Uruguay y, pese a que nunca tuvo una buena relación personal con Lacalle Pou, sí la tiene con el liberal Luis Alberto Lacalle Herrera, quien se desempeñó como presidente al mismo tiempo en que él fue intendente de Montevideo.

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Pero cualquier atisbo de rencor entre el líder blanco y el caudillo frenteamplista fue dejado de lado por el bien de la República. Primero, con ese abrazo inolvidable. Y después con una secuencia impensable en la Argentina: Vázquez, el viejo guerrero que se retira después de haber sido, como Batlle y Ordóñez y Sanguinetti, dos veces presidente, acompañó a Lacalle al escenario bromeando durante un largo trecho, le entregó la banda presidencial, lo aplaudió de pie emocionado y, finalmente, agarró su brazo para bajar junto a él las escaleras del escenario montado en la Plaza Independencia, donde lo volvió a abrazar y le deseó suerte, tomando sus dos manos.

Acción e ideología. “Yo, Luis Lacalle Pou, me comprometo por mi honor a desempeñar lealmente el cargo que se me ha confiado, y a guardar y defender la Constitución de la República”, dijo Lacalle ante la Asamblea General, y José Mujica, el senador más votado de la oposición, lo invistió presidente.

Durante su discurso, más extenso que el que más tarde daría en la Plaza Independencia, Lacalle dijo que los gobernantes son “inquilinos transitorios del poder” y “empleados de los ciudadanos”, que es la primera vez en la historia que el gobierno será ejercido por una coalición de cinco partidos distintos (lo que, vale acotar, le asegura mayoría parlamentaria), que se ha terminado el tiempo de los discursos, que “el déficit fiscal es el más alto de los últimos treinta años, pero el ciudadano ya ha hecho el esfuerzo”, y que sería un grave error “cambiar una mitad por otra”, pues “los uruguayos piden unión”.

Es la primera vez que el gobierno será ejercido por una coalición de cinco partidos distintos.

Consultado por PERFIL, el sociólogo y consultor político Federico Irazábal recalcó: “Dentro de una jornada ejemplar, el discurso de Lacalle fue republicano en varios aspectos. Uno de ellos fue la concepción de la democracia como una construcción colectiva y permanente. Otro, la importancia de la rendición de cuentas, es decir del gobernante al servicio constante del ciudadano. Y además hubo un notorio componente de unidad, con la utilización de figuras contrapuestas para marcar ese concepto, en  oposición a un electorado dividido que estuvo marcado especialmente en la paridad de la segunda vuelta y que, si bien no tiene clivajes religiosos ni étnicos, sí tiene otros relacionados a la oposición Montevideo/interior, lo cual Lacalle intentó mitigar con elementos y giros discursivos tendientes a zurcir las diferencias”.

Atento, el especialista remató: “Aunque no hubo sorpresas, el otro componente destacable del discurso fue su fuerte, aunque no explícito, contenido ideológico. El presidente cerró sus palabras con una clara alusión a la importancia de la libertad en todas sus formas, desde la económica hasta la posibilidad de expresión y, sobre todo, de elección del individuo. Porque, si bien Lacalle no parece ser muy ideologizado, tiene una posición clara”.

El trasfondo. Por su parte, el licenciado en Comunicación Social Daniel Supervielle, otro especialista en consultoría que trabaja como docente en la Universidad de Montevideo y que ha sido clave para la elección de Lacalle en una nación habitualmente refractaria al cambio, explicó: “Sentí que el 1 de marzo empezó un cambio de época en Uruguay, y que Lacalle Pou lo representó asumiendo como presidente de la República. Su triunfo se debe a una sabiduría política poco frecuente en una persona tan joven, porque el trabajo para ser presidente, algo que siempre fue su norte, empezó cuando asumió como diputado, a los 24 años de edad. Lacalle Pou viene de una familia de tradición política muy importante, y él mismo ha demostrado ser un político de raza, con una enorme capacidad para tejer acuerdos lejos de los micrófonos y para poder mostrar resultados cuando llega la instancia electoral. Luis busca el enfrentamiento franco y, posteriormente, el consenso. Y así logró configurar la coalición multicolor, cuyos partidos el día después de la primera vuelta lo apoyaron unánimemente. De esta manera, Uruguay se yergue en un faro de democracia plena en el continente. Y los gestos de Tabaré Vázquez aplaudiéndolo después de entregarle la banda presidencial deberían ser moneda corriente en América Latina”.

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El autor del libro La Positiva, los secretos de campaña de Lacalle Pou agregó: “Como asesor de Luis, me regocija ver la transparencia de nuestras elecciones y la normalidad y enorme responsabilidad con que los partidos que dejan el gobierno y los que lo asumen se toman la fortaleza de nuestra institucionalidad”.

Por su parte, el periodista Atilio Garrido, biógrafo de Luis Alberto Lacalle Herrera, apuntó: “La gran diferencia que hay entre los dos Lacalle es que, mientras el padre siempre tuvo entre ceja y ceja la posibilidad de convertirse en presidente de la República, el hijo, cuando era jovencito, no mostraba signos de querer ser político. Son personas totalmente distintas. Y Lacalle Herrera nutrió al Partido Nacional de vocación de poder”.

Más allá de los resultados que la gestión de Luis Alberto Alejandro Aparicio Lacalle Pou Herrera Brito del Pino arrojen para Uruguay, una cosa es indudable: cinco años de saludable tedio y un día de emoción honda quizás sean una ecuación arriesgada. Pero los orientales la aceptamos sin dudarlo.