El logro de Brasil, que hospedará no sólo el Mundial de Fútbol de 2014, sino también los Juegos Olímpicos de 2016, nos llena de felicidad. Pero seamos francos: también nos produce cierta tristeza, bastante envidia. Porque Argentina supo estar en ese camino. Y lo abandonó.
Cuando Carlos Menem asumió la presidencia, en julio de 1989 nos encontramos con compromisos deportivos ya adquiridos por el país. El más importante, la organización del Campeonato Mundial de Básquet para 1990. El Mundial nos demandó un gran esfuerzo organizativo, que por cierto no estaba limitado a lo estrictamente deportivo El Mundial se hizo. Teníamos por delante otra exigencia mayor, aunque había más tiempo para afrontarla: ser sede de los Juegos Panamericanos, en 1995. Nos dedicamos a ese objetivo. En 1990, poco antes del inicio del Mundial de Básquet, nos visitaron dos personalidades de gran poder en la organización del deporte mundial –el español Juan Antonio Samaranch, presidente del Comité Olímpico Internacional y el mexicano Mario Vásquez Raña, titular de la Organización Deportiva Panamericana–; fue entonces cuando el presidente planteó la posibilidad de que Buenos Aires llegara a ser sede de los Juegos Olímpicos. Por esos días Brasil empezaba a trabajar con su propio objetivo, y bajo la presidencia de Fernando Collor de Mello, sugería la candidatura de Brasilia.
Los visitantes nos alentaron, aunque su consejo fue que habláramos con hechos: que preparásemos con eficiencia el Mundial de Básquet y los Panamericanos, y entretanto, empezáramos a estudiar el tema de la sede olímpica. “La candidatura de Brasilia tal vez es prematura –deslizaron–, pero va abriendo camino a la idea de un Juego Olímpico en Sudamérica”.
Hicimos los Panamericanos. Pero además incorporamos a la actividad a miles de jóvenes; organizamos competiciones nacionales e internacionales, como los Torneos Juveniles Evita, los Tornos Juveniles Bonaerenses, los Intercolegiales, los Panamericanos. Impulsamos y subsidiamos la participación de deportistas argentinos en el exterior. Incorporamos tecnología de punta para navegantes y remeros. Diseñamos y pusimos en práctica un sistema de Becas. Democratizamos el deporte otorgándole su carácter federal, a través del funcionamiento del Consejo Nacional del Deporte donde estaban representadas todas las provincias del país. Fomentamos la creación y el desarrollo de instituciones deportivas. Construimos el Centro Nacional de Alto rendimiento, el primero en su complejidad de Sudamérica. El hockey tenía su primera pista sintética. Y el tenis un complejo de canchas a nivel internacional. Trajimos a la Argentina la Fórmula 1 y volvimos a realizar las Vueltas Ciclistas. Todos eran pasos que tenían valor por sí mismos, pero además nos fortalecían para la jugada olímpica. Lo hacíamos siguiendo una clara, concreta y precisa política deportiva.
Finalmente y con orgullo, y mucho, mucho trabajo, nos animamos a presentarnos como postulantes a sede de los Juegos Olímpicos y fuimos finalistas en 1997. Todos conocemos la historia. Ese año la alegría fue griega, siete años después Atenas sería Sede.
No voy a negar que teníamos ilusiones en 1997, pero ... había que insistir. Había que trabajar sobre la gran experiencia y trabajos acumulados. Eso no ocurrió.
Brasil, en cambio, si lo hizo. Continuó y persistió a través de sucesivos gobiernos de signos diferentes, que fueron capaces de sostener un objetivo nacional, primero Brasilia, hoy Río de Janeiro. El presidente Lula lo proclamó al festejar: “Este es el triunfo de muchos, a lo largo de muchos años. Collor, Fernando Henrique Cardoso, Lula. Brasil es olímpico”
No somos muy diferentes a Brasil en el plano deportivo: compartimos el fútbol de gran jerarquía, hemos sido superiores en básquet, tenemos mejor rugby, hoy estamos mejor ubicados en el terreno del tenis, Brasil nos supera en vóley … en fin, no hay una superioridad marcada, sino una paridad móvil.
Donde sí somos diferentes (lamentablemente bien diferentes) es en el terreno de lo político, lo económico y lo institucional. Brasil tiene políticas de Estado. Nosotros, en cambio, padecemos el delirio de quienes suponen que todo debe empezar de nuevo cuando ellos llegan al gobierno; que hay que confrontar con todo lo que hicieron los gobiernos anteriores. No tenemos visión de futuro ni compromisos con el crecimiento. Mientras no dejemos atrás esa verdadera barbarie política que pierde de vista la continuidad del país en el mundo, estaremos condenados a la tristeza, a festejar el éxito de nuestros vecinos y amigos, mientras seguimos añorando los que pudimos ser. Y como cantó Vinicius seguiremos diciendo “Tristeza não tem fim”.
*Ex Secretario de Deportes de la Nación.