La crisis económica se globalizó y sus efectos llegaron a todo el mundo, pero las grandes potencias emergentes, denominadas BRIC (Brasil, Rusia, India y China), con sistemas políticos diferentes entre ellas, mostraron mayor capacidad de lidiar con las consecuencias de la crisis que los gobiernos de los países desarrollados.
Este es el contexto en el cual se desarrolla Brasil, la economía más grande, el territorio más extenso y la población más importante de América latina. Comenzó a recuperarse ya en el segundo trimestre del año y la creación de empleo empezó desde entonces, anticipándose, al igual que China, a la recuperación mundial.
Brasil ha demostrado, al igual que el gigante asiático, una gran capacidad para manejar los efectos de la crisis global, tanto en lo político como en lo económico.
Pese a que en el primer trimestre de 2009 la industria cayó 15% y el desempleo inevitablemente aumentó, Lula mantiene un nivel de aprobación que, de acuerdo a los diversos sondeos, está llegando al 80%. No sólo es el más alto en la historia del Brasil y el presidente latinoamericano con mayor aprobación en su país, sino que es quien tiene el mayor consenso del mundo occidental.
Brasil se consolida así como el único actor global de América latina. Lula ha dicho que su país ya es la séptima economía del mundo; obtiene más peso en el FMI y le presta 10 mil millones de dólares; logra los Juegos Olímpicos de 2016 para su país y el Mundial de Fútbol para el 2014, y en su gira europea reclama apoyo para obtener una banca permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
La Cumbre del G-20 realizada en Pittsburgh, la reunión Unasur-Unión Africana que tuvo lugar en la isla Margarita y el encuentro de la Unión Europea-América Latina, han sido escenarios en los cuales ha ejercido este rol.
Al mismo tiempo, la economía del país se recupera rápidamente y el gobierno comienza a disminuir el estímulo, aún antes que lo hagan Estados Unidos y la UE.
Como datos negativos, un informe que acaba de difundirse da cuenta que el 13% de los brasileños reconoce haber vendido su voto por alguna contraprestación mostrando un problema de calidad democrática; al igual que el resto de la región está afectado por una fuerte desigualdad, y la inseguridad y el avance de la droga constituyen una gran cuestión en los grandes centros urbanos.
Potencia energética. Brasil no sólo se ha transformado en un actor global, como lo evidencia su rol como integrante del llamado grupo BRIC, sino que ahora agrega la posibilidad de transformarse también en potencia energética.
El reciente hallazgo de nuevos recursos petroleros en Brasil consolida la posición de este país, tanto como líder en América del Sur, proyectándose también a América Central y del Caribe, como en su condición de ser el único país de la región con vocación de actor global.
Su objetivo estratégico es claro: ser una de las cuatro potencias emergentes del siglo XXI, junto con China, India y Rusia, las cuatro potencias del grupo BRIC.
Las dos potencias asiáticas son importadoras de petróleo, mientras que la tercera es exportadora y con el hallazgo reciente, Brasil se proyecta también como un país con excedente en un mundo en el cual probablemente la energía seguirá incrementando su valor.
Hasta comienzos del siglo XXI, Brasil era un neto importador de petróleo, lo cual significaba una vulnerabilidad. Ello representaba una desventaja frente a Venezuela, el mayor exportador de América del Sur y respecto a la Argentina, que en el pasado reciente se autoabastecía y tenía márgenes para la exportación y ahora se convierte en importador.
Es una manifestación más, de la supremacía que ha adquirido Brasil sobre la Argentina, y una evidencia de un país que tiene estrategia de largo plazo y otro que carece de ella, absorbido por las urgencias del corto.
El rearme. El plan de rearme anunciado por el gobierno de Lula en 2009 es una evidencia más de la vocación de ser actor global al buscar aumentar su capacidad en el campo estratégico-militar.
Los doce países de América del Sur han integrado Unasurr. Pero uno solo de ellos, Brasil, es la mitad de la región en términos de PBI, población y territorio.
Se trata de una asimetría similar a la que se puede registrar entre Rusia y las ex Republicas Soviéticas. O como si en Europa y sus veintisiete países, los tres más grandes (Alemania, Francia y el Reino Unido) fueran uno solo.
Pero más allá de la dimensión, es el único país de América del Sur que tiene vocación de actor global, como ya se dijo.
Analizando América latina –no sólo la del sur– México es el otro país que por su dimensión podría pretender un rol de este tipo, pero por razones históricas y geográficas no tiene esta vocación.
Brasil se piensa así mismo como una potencia mundial, al estilo de China, Rusia e India.
Comparándolo con ellos, surge que la mayor desventaja relativa la tiene en el campo estratégico-militar, ya que las otras tres potencias tienen el arma nuclear y planes ambiciosos de reequipamiento y modernización de sus Fuerzas Armadas, y Brasil está rezagado respecto a ellos en este rubro.
Es por esta razón que el rearme brasileño tiene como primer objetivo reforzar la condición del país como actor global.
En la región, Brasil, más que como líder está actuando como un factor de moderación, como se puso en evidencia en la reciente Cumbre de Unasur en Bariloche, donde el logro fue lo que se pudo evitar ya que la condena al acuerdo Bogotá-Washington para el uso de bases hubiera significado la crisis de Unasur y su Consejo de Defensa.
Frente a la supuesta escalada en la compra de armamentos en los países de la región andina y en particular las adquisiciones de Venezuela en Rusia –Chávez ha realizado una gira por Libia, Argelia, Irán, Siria, Rusia y Bielorusia–, y a las tensiones entre Venezuela y Ecuador con Colombia por el acuerdo para el uso de siete bases militares de este país por parte de EE.UU., para Brasil dar una señal de que aumenta su capacidad militar refuerza su rol de país moderador en la región.
Además, por razones de equilibrio regional, no puede permitir que Venezuela o Colombia superen su capacidad militar, ni tampoco que estalle un conflicto entre ambos.
Pero también las adquisiciones de armas en Francia, anunciadas por el gobierno brasileño, apuntan a adquirir los medios para hacer efectiva la soberanía nacional en su amplio territorio, y en particular en la región de la Amazonía, que es la de menor presencia estatal y que además linda con los países hoy más conflictivitos en América del Sur, donde la actividad de organizaciones ambientalistas es percibida como una limitación a la autonomía del estado brasileño.
El plan de rearme en el largo plazo incluye la puesta en servicio de tres submarinos a propulsión nuclear, los que tendrán por misión dar seguridad a todo el Atlántico Sur.
En una conferencia en Buenos Aires, el ministro de Defensa brasileñoa, Nelson Jobim, sostuvo además que la cooperación para evitar que la Argentina pierda sus derechos en la Antártida debería ser un punto importante en la relación bilateral.
Así el rearme brasileño responde en primer lugar al objetivo de ser potencia global; en segundo término, a tener la capacidad de ejercer un rol moderador en la región, y por último, a mantener la capacidad de hacer efectiva la presencia estatal en las regiones menos pobladas del país.
Visión argentina. Históricamente, en la Argentina siempre han existido dos tendencias respecto a Brasil.
Una tendencia buscó la conciliación y evitó el conflicto, como fueron los casos de los presidentes Roca, Justo, Perón, Frondizi, Alfonsín y Menem. Otra, más nacionalista, vio a Brasil primero como el adversario o competidor regional y más tarde, cuando Argentina perdió posiciones relativas, como una amenaza. Como en otros temas, la opinión argentina no ha sido homogénea en esta cuestión.
El problema es que un siglo atrás, la economía de Argentina era dos veces la de Brasil y en cambio hoy, el PBI brasileño es cuatro veces el argentino. La cuestión es que todavía sectores de la dirigencia argentina ven a la Argentina como si fuéramos el país del pasado que podía competir con Brasil y no el del presente, que en ha pasado a ser un país mediano y no grande.
Este es el tipo de percepción que subyace en la diferencia respecto a la pretensión brasileña de lograr un puesto permanente Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Pero tampoco pueden compararse las relaciones de EE.UU. con México y Canadá, con la de Brasil y Argentina. EE.UU. es nueve veces México y seis veces Canadá en términos de PBI. En cambio, Argentina pese a su caída relativa, es el segundo PBI de América del Sur y el que sigue a Brasil. Más bien podría compararse la relación que Italia o España pueden tener con Alemania.
En lo que hace a la compra de empresas argentinas por capitales brasileños, hasta el momento esta inversión no ha generado reacciones negativas. Hacia el futuro es difícil pronosticar que sucederá. El nacionalismo argentino es intermitente y cíclico; no es un sentimiento permanente. No puede descartarse en el futuro algún tipo de reacción de sectores nacionalistas.
Concretamente, hay sectores del gobierno que plantean la necesidad de un eje Buenos Aires-Caracas para contener la influencia y el poder de Brasil y algo de eso sucede hoy en la política exterior argentina, que parece buscar un equilibrio oscilante entre Brasilia y Caracas.
Respecto a la competencia por el liderazgo regional entre Argentina y Brasil, históricamente Brasil apoyó a Uruguay en conflictos con la Argentina, como sucedió hace un siglo con los problemas del Río de la Plata.
En los años treinta, durante la guerra del Chaco, Argentina jugó un papel más relevante y el canciller argentino, Carlos Saavedra Lamas obtuvo el Premio Nobel de la Paz por la solución de este conflicto.
En Paraguay, históricamente ha existido cierta pugna entre Brasil y la Argentina, hábilmente aprovechada por los paraguayos para obtener ventajas a dos puntas.
Sobre Bolivia, los gobiernos militares argentinos influyeron mucho en los golpes de 1971 y 1980, pero en cambio la influencia económica brasileña fue más importante.
En algún momento, se planteó un juego de alianzas de Argentina con Perú y Bolivia, frente a Chile con Brasil y Ecuador, con Paraguay en postura oscilante. Eran juegos de guerra de los estados mayores, tomados de los sistemas de alianzas europeos.
Hoy, para la izquierda argentina, Chávez es la barrera contra EE.UU. y no Brasil, al cual ven con buenas relaciones con Washington y alianzas concretas en temas como los biocombustibles. Predomina más bien la idea de que Lula asume un rol de contención sobre Chávez y Morales, de acuerdo a la estrategia de Washington y no en su contra.
En mi opinión, la Argentina debe estar más cerca de Brasilia que de Caracas y retomar la idea central de triángulo ABC (Argentina, Brasil y Chile), como eje de la política regional.
Venezuela, para la Argentina en el pasado reciente, ha tenido importancia por el precio de petróleo, en la colocación de bonos y en la la importación de gas oil, pero Brasil y Chile son las alianzas naturales en el largo plazo, como lo determina tanto la historia como la geografía.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.