COLUMNISTAS
Después de las elecciones

Lula volvió, pero ni Brasil ni la región son los mismos

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Nuevo presidente. A partir de enero enfrentará viejos y nuevos desafíos, a nivel nacional y regional. | afp

Tras la victoria de Lula da Silva en la segunda vuelta electoral más reñida de la historia, Brasil se prepara para la llegada del nuevo presidente. Los resultados electorales arrojan una imagen muy clara: el gigante sudamericano está ideológicamente partido en dos. Y esa mitad del país que eligió a Lula tiene algunos motivos para sonreír: ningún candidato logró ganar una elección con un caudal tan grande como los 60 millones de votos que el exmandatario obtuvo el domingo pasado. Para muchos brasileños, incluso, su victoria significa volver a vivir un período que con el tiempo se ha consolidado con nostalgia en el imaginario colectivo, como lo fueron sus ocho años de mandato. Sin embargo, que Lula vuelva a la presidencia no significa que su nueva gestión pueda ser igual que las anteriores ya que la realidad nos marca que ni Brasil ni América Latina son similares al momento en el que él llegó al poder, en enero de 2003. 

En el plano interno, el panorama político brasileño es bastante diferente a lo que sucedía hace veinte años. Si analizamos el mapa de victorias por estado, veremos que el próximo presidente triunfó exactamente en la mitad del país, un índice muy por debajo de la arrasadora elección de 2002, en la que Da Silva ganó prácticamente en todos los estados. 

Este año Lula no solamente perdió en zonas que hace dos décadas le dieron su apoyo, sino que ciertos candidatos a gobernadores que responden a Jair Bolsonaro obtuvieron victorias en estados claves como Pernambuco, Río de Janeiro y Minas Gerais. Pero sin dudas el gran éxito del bolsonarismo fue la victoria de Tarcísio Gomes de Freitas en el estado de San Pablo, el gran polo industrial y financiero del país, que desde 1994 era gobernado por el PSDB. Para tomar una dimensión de este fenómeno, San Pablo por sí solo genera el 35% de la riqueza total de Brasil y a partir de 2023 podría convertirse en el bastión de la resistencia bolsonarista. 

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Y la misma influencia política del actual presidente se verá plasmada en la composición de fuerzas del próximo Congreso. En la Cámara de Diputados, la coalición que responde a Bolsonaro tendría 190 legisladores entre propios y aliados, convirtiéndose en la fuerza con más escaños de la Cámara baja. Un escenario similar podría ocurrir en el Senado, forzando a que la capacidad negociadora de Lula sea una de las claves de su gestión. Y si bien esta no será la primera vez que Da Silva gobierne con minoría legislativa, ya que esto sucedió en sus dos mandatos anteriores, el oficialismo tendrá un problema adicional vinculado con la intensidad de la oposición ante la presencia de personalidades muy hostiles hacia la figura del próximo presidente. El caso más emblemático será, por supuesto, Sérgio Moro, el juez que condenó al presidente electo por la Operación Lava Jato. En conclusión, la fragmentación partidaria es un elemento constante en la historia del Congreso brasileño. Lo que distingue este momento con respecto a otros pasajes de la historia es el grado de antagonismo y polarización entre las dos fuerzas principales del país. 

En el plano económico, ni Brasil ni el mundo atraviesan un contexto similar al que sucedía en 2003, cuando Lula llegó al poder. Si bien para ese entonces el real se había devaluado a niveles históricos, la inflación era cuatro veces más alta de lo que es hoy y la pobreza duplicaba las tasas actuales, la perspectiva de crecimiento que enfrentará Lula no serán tan positivas como hace veinte años. Entre 2004 y 2011 Brasil creció al 5% anual, en parte gracias al ascenso de China como potencia comercial tanto en dicho país como en la región. De acuerdo con datos del FMI, durante el mandato de Lula se multiplicó por diez la cifra en millones de dólares por venta de materias primas al gigante asiático. Y si bien la demanda de commodities no se limitó a principios del siglo XXI, el peso de China en América Latina fue una de las grandes causas de que el giro a la izquierda, del que Lula formó parte, se mantuviera a lo largo del tiempo. 

Hoy ese giro no se ve tan claro como hace veinte años. Es cierto que las seis principales economías latinoamericanas van a estar gobernadas por presidentes izquierdistas durante, al menos, 2023. También es verdad que, en los últimos dos años, siete países tuvieron elecciones competitivas y en cinco de ellos ganó un candidato posicionado como de izquierda. Pero la realidad también marca que no podemos agrupar a todos los presidentes bajo la misma izquierda ni esta cifra alcanza necesariamente para hacer una alianza regional progresista como sí sucedió durante la primera marea rosa a principios del siglo XXI. 

A partir de enero, Lula enfrentará viejos y nuevos desafíos tanto a nivel nacional como regional. Brasil hoy es un país altamente fragmentado y polarizado. Frente a esto, la capacidad conciliadora y negociadora tanto del nuevo presidente como de su gabinete cobrarán un protagonismo fundamental.

*Licenciada en Ciencias Políticas (UCA). Investigadora del Centro de Estudios Internacionales (CEI-UCA).